“Felices los pobres”.
Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
En ocasión de la visita Pastoral a la Parroquia de la Virgen de san Juan de los Lagos
17 de febrero de 2019.
“Felices los pobres”.
Mis queridos hermanos, toda la iglesia escucha hoy esta Palabra que aquí se ha proclamado solemnemente, incluso con canticos con un estilo festivo, gozoso hemos recogido esta santa Palabra. Quisiera resaltar que es de mucha alegría ver que el coro desde que empezábamos nos invita a proclamar la gloria de Dios.
Cómo se está olvidando, cómo México ha perdido ese gozo comunitario de cantar, de disfrutar, de gritar “¡Gloria a Dios en el cielo!”, y lo repetían por eso lo voy a mencionar “¡Gloria a Dios en el cielo! y en la tierra paz”. Si se acaba la gloria de Dios, se acaba la paz. Si la paz está herida, si la paz se está acabando, es porque primero se acabó el gozo, así la confianza de glorificar a Dios; gracias queridas jovencitas, queridos jovencitos, hermanos del coro por ayudarnos en esta comunidad Santo Niño, en nuestra querida parroquia de san Juan de los Lagos a proclamar la gloria de Dios.
El que ama a Dios, el que glorifica a Dios será capaz de amar, seguirá valorando, glorificando a sus hermanos –y no viéndoles los defectos, y no viendo a qué horas le da el golpe, a qué horas lo hiere, a qué horas lo daña, o lo hace a un lado‒ la gloria de Dios llena de gloria, y de sabiduría también nuestros corazones. En seguida el coro nos ayudó a decir cantando “Dichoso el hombre que confía en el Señor”, será como un árbol que está plantado en la fuente del río, en el cauce del río, así dice el texto original “sobre las fuentes del agua”; se podrán derrumbar muchas cosas pero la sustancia, la conciencia, la paz nadie te la quitará.
Y nos dieron la clave para todo lo que estamos haciendo: “Dichoso el hombre que confía en el Señor”. Confiar significa creer, creerle; creer pues tiene una raíz muy bonita cor dare, ~dar el corazón~. Vengan siempre a misa, vengan siempre a celebrar, a adorar, a escuchar la palabra mis queridos hermanos; no perdamos el gozo de adorar, el gozo de escuchar a Dios, de darle toda nuestra confianza, poner en Él nuestro corazón, darle nuestro corazón; la vida cambia, todo es diferente cuando nuestra confianza está en el Señor. “Bendito el hombre –decía el profeta– que confía en el Señor”, interior, espiritualmente le va bien.
Y luego el Apóstol san Pablo va a remachar, «nos va a ir tan bien, que ese amor se ira perfeccionando, manifestando, completando con la resurrección de los muertos»; ya Cristo había dicho que Dios nos ha amado tanto que hasta los cabellitos de nuestra cabeza están contados; siempre les pregunto a las mamás que acarician a sus niños chiquitos, y los bañan, y los peinan, oigan y usted, ¿saben cuántos cabellitos tiene su hijito? Todas me dicen que no. Oiga, ¿a usted se le había ocurrido contarle los cabellitos a su hijito?; una me ha dicho ~no tendría tiempo~; entonces Dios si ha tenido tiempo, y Dios si ha tenido el buen gusto, y Dios si ha tenido la delicadeza de contar hasta los cabellitos de nuestra cabeza.Y Cristo lo dijo con mucha claridad «y ni un cabello de su cabeza se perderá, a los que me aman, ni un cabellito se les perderá, y yo lo resucitaré. Yo recogeré su cuerpo humillado por el tiempo, por la enfermedad, por la muerte, por el olvido, por lo que quieran y lo resucitaré, y significa recogeré tu cuerpo y lo llenaré de luz, y lo llenaré de hermosura» ‒esa belleza que quisiste, esa belleza que soñaste, esa belleza que necesitabas para caminar, para convivir, nuestro Señor nos la dará al final de los tiempos‒ y seremos felices desde dentro, y seremos felices al ver la hermosura, la gloria, lo victorioso, lo fuerte, lo sólido, lo valioso de nuestro cuerpo, y el cuerpo de los demás y los espacios de Dios y la experiencias que Dios tiene a todos aquellos que le aman.
Por eso, qué bueno, desde ahorita darle el corazón a Dios. Confiar en el hombre; hoy alabamos, hoy las alabanzas son a los grandes, a los ricos, a los famosos, a los artistas, a los poderosos y, el profeta lo dijo bien fuerte “Maldito el hombre que confía en el hombre”, no te va a ir bien, y ya así le dejamos.
Y luego mis queridos hermanos, quiero llegar junto con ustedes a disfrutar tantito el Santo Evangelio, Jesús baja del monte con sus discípulos, sus apóstoles y se detiene y ahí había mucha gente, vinieron de muchas partes: Judea, Jerusalén, Tiro, Sidón, y los miró, y aquellas personas habían llegado, dice el texto, «habían venido para escuchar», no nos perdamos esa alegría de escuchar a Dios, no perdamos la alegría, la atención de escuchar a Dios.
Siempre que se proclamen las lecturas, por eso cada vez, ya no vamos a decir: Lectura de la carta… lectura del profeta… lectura del Santo Evangelio ¡No! simplemente “Del Evangelio según san Mateo, del Evangelio, de la Carta del Apóstol san Pablo”. Porque es una proclamación, porque es una verdad, es un anuncio que se cumple hoy, y que la Iglesia actualiza hoy, y que cada corazón emocionado levanta con bellísima confianza. Entonces dice «Toda esa gente vino a escuchar» así nació Israel, escuchando ¡Escucha Israel!, ¡Escucha Israel!, ¡escucha! serás sabio , ¡escucha!, serás capaz de amar, ¡escucha!, serás muy inteligente, serás prudente, serás cuidadoso, también aprenderás a escuchar a los demás.
Fíjense si supiéramos escucharnos entre nosotros, una delicia, no habría tanto fracaso, tanto pleito, ¡escuchar!, tal vez al principio nos cueste ponernos de acuerdo, pero con el corazón –así nos enseñó Salomón “corazón que escucha”; todos los textos dicen que Salomón fue muy sabio porque pidió sabiduría, y Salomón en realidad lo que estaba pidiendo era un corazón capaz de escuchar‒ se escucha con el corazón, o sea, en buen plan, se escucha de veras, se escucha por amor, buscando el amor, y por eso así, las personas que fueron a escuchar a nuestro Divino Señor, se llevaron una inmensa sorpresa.
Nadie jamás, nadie había hablado como Jesús, nadie tenía la capacidad de dar una enseñanza tan excelsa “Dichosos los pobres, dichosos los que lloran, dichosos los que sufren, dichosos los que tienen hambre”. Esas personas nunca serán soberbias, nunca serán malvadas, no harán daño, sabrán relacionarse, conocerán el gusto de valorar a los demás; los pobres viven aguardando, necesitando siempre a alguien y por lo tanto disfrutan desde un saludo, una sonrisa, un detallito. En cambio una persona rica tiene el peligro de hacerse déspota, avara, cruel. Vean como todas las grandes instituciones cada vez se van haciendo más crueles, y después se asustan porque el pueblo responde de la misma manera; pues es que hoy el sistema se está haciendo duro, las cosas se están haciendo difíciles, entonces pues también acá en lo pequeño, pues nos hacemos igual, duros, crueles, y se acaba la hermosura del amor, de la convivencia, del intercambio, de la coordinación; y llegamos a ser abusivos, y llegamos a ser muy crueles cuando tenemos corazón de rico, satisfechos, encerrados, egoístas.
Hermanos, demos gracias a Dios porque los cristianos siempre caminaremos con verdades infinitas. Nos han vendido a fuerzas que los ricos son felices, y no es cierto, se es más feliz cuando nos acompañamos, nos necesitamos, cuando nos valoramos, cuando somos modestos, cuando somos cuidadosos, cuando somos sencillos, cuando tenemos rectitud, humildad de corazón, cuando sabemos servir, cuando sabemos ayudar –pondré siempre el ejemplo de las abuelitas tan felices, las mamás, los papás que andan más pobrecitos ellos que sus hijos, pero como disfrutan ver a su hijito, a su nieta, a su nietecito con unos zapatitos, con una chamarrita, con un chalequito, con un vestidito nuevo, qué felicidad cuando el mejor bocadillo, lo mejorcito de la cazuela se le dan al esposo o al hijo o al nieto‒ el gozo de amar. Como el Bautista, es preciso que «Él crezca y que yo disminuya, con que ellos sean felices, no yo».
Eso es de lo que hablaba Cristo: “Bienaventurados los pobres” los que se quitan el pan, los que se quitan la camisa, Cristo mismo se quitó la vida, entregó su vida, nos dio su cuerpo “Ten” eso es el domingo “Ten, esto es mi cuerpo”, “Yo vine a amarlos con todo lo que se ve, esto es mi cuerpo” “Yo vine a amarlos también con lo que no se ve, esta es mi sangre”. Y eso lo van haciendo las personas cristianas, las personas de fe, las personas humildes, las personas que atraviesan muchos problemas y muchas pruebas y carencias, hasta hambre, pero el gozo de amar es una grandeza infinita.
Eso mis queridos hermanos descúbranlo ustedes, y los felicito, y sé que lo seguirán pidiendo, ustedes se dejaran iluminar por esa palabra de Jesús, seguirán viniendo a escuchar la palabra y entonces aparecerá mucha salud, aparecerá mucha felicidad. Así sea.