Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

5 de diciembre de 2022

 “¡Alégrate! estéril, rompe a cantar de júbilo”. Mis queridos hermanos, quiero junto con ustedes acercarme a la palabra, así en el orden que la Iglesia la presenta el día de hoy, seguro de que nuestro alimento, seguro de que la mesa de la Palabra siempre está muy bien servida; “¡Alégrate! deja que salga el gozo, si es posible rasga tu corazón, tu cuerpo, tu boca. Como es bonito ver a David, que cuando se trata de alabar a Dios, él incluye la lengua, los labios, la boca, los ojos, el rostro, las manos, ¡aclamen, aplaudan!, aplaudir, que sea verdaderamente explosivo el gozo del Mesías, de Dios, y de la llegada del regalo inimaginablemente grande, sobrado del Mesías.

 Así es como Dios quiere que nosotros recibamos y comuniquemos el don de la salvación, que es en una persona, solo una persona, solo la persona, tiene la capacidad de ofrecernos los dones más sublimes. Hoy por ejemplo las Instituciones piensan que con las leyes, que con las Instituciones de Derechos Humanos la humanidad puede estar bien, caminar correctamente y, que absurdo, no hay como el calor, no hay como el potencial de una persona para recibir, para inspirarnos en Dios.

 Incluso todo este tiempo hemos estado: “¡Preparen el camino del Señor!”; yo les he dicho mucho a ustedes, como me impactó ir al texto autentico del Profeta, y ese: “Preparen el camino del Señor” pues yo creo que debería traducirse: “Denle Rostro a los caminos de Dios”; el camino de Dios tiene un rostro, personalidad, humanidad. Cuando los Israelitas se portaban mal el Salmista decía: ‘Que triste que Israel camina en un camino sin rumbo, sus caminos no lo llevarán a ninguna parte′. Y claro, todo esto –digo– veámoslo a la luz de Cristo nuestro gran, nuestro hermosísimo, nuestro inimaginablemente bello Señor, que Dios nos ha regalado.

 Con esto quiero decir para ustedes y para mí, queridos sacerdotes, hoy, como se necesita este gozo, este entusiasmo, de ser del Mesías, de llevar el Espíritu de Cristo, de tener con nosotros el banquete de la salvación, de haber tenido ese privilegio inenarrable, del amor, de la misericordia, de la majestad tan bella de Dios Nuestro Padre. Eso digo de la primera parte de los textos sagrados, el Libro del Profeta Isaías, estamos ya en el Capítulo 54; también me ha impresionado últimamente ver la mentalidad judía en relación al Profeta Isaías, ustedes saben que para nosotros, pues Isaías es muy querido, es el príncipe de los profetas, es el profeta del Emanuel, del Espíritu, es el profeta del Siervo, del servidor correcto de Dios.

 Y los mejores pensadores judíos, los rabinos importantes, me impresionó mucho de que no lo quieren; bueno tal vez sea, a ninguno de los Profetas, o a pocos profetas valoran así ya en serio, para que se tome en cuenta su mensaje, su palabra, pero al profeta Isaías de amargado, de huraño, de ingrato con Israel, no lo bajan; y vean, nosotros a la luz de Cristo, como disfrutamos su palabra, como nos ha hecho bien en la historia de la Iglesia el mensaje, la palabra del profeta Isaías.

 Y hoy, porque es de él todo esto: “Que los cielos se rasguen”, al final, es porque Dios rasgó su corazón, no,  ya no aguantó, ya no soportó tanta felicidad, tanto potencial de su Hijo, que Él se rasgó el vientre, el seno, el corazón para regalarnos a su Hijo “Cielos” –hasta ahí alcanzó a leer el Profeta Isaías– “¡Cielos! ya rásguense, las nubes suelten el agua, venga el rocío, venga el Salvador”; y es que de veras, si lo de Dios no lo manejamos de esta manera, pienso que estamos fallando, estamos mal, con los pies en rastra las cosas de Dios, de Cristo ¡No! Me invito junto con ustedes a pedir el don del Espíritu, para que ese gozo del Mesías sea espontáneo, muy nuestro, muy auténtico.

 Y ahora, en el texto del Santo Evangelio veamos como es, como se vive, como se expresa ese don tan grande del Hijo de Dios “Immanuel con nosotros”. Durante estos días –hoy otra vez– la Iglesia nos acerca hacia el Bautista, y a él Cristo le ofreció –yo creo– no sé si sea el piropo más grande que un ser humano haya recibido: “¡Entre los nacidos de mujer, nadie como él Bautista!”, y lo dijo como de Natanael, en un momento en que, al menos los discípulos esperaban pues, que le diera una cachetada al Bautista, porque crecía su fama y podía competir, podía desbancar a Jesús, o al menos establecer una competencia muy cerrada –carreras parejeras, decimos en México– Se esperaba que Cristo aprovechara esa pregunta que él mandó hacerle “¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro?”.

 Mucho podríamos detenernos en esa expresión, en esa pregunta del Bautista, hoy no considero prudente detenerme yo, y más en este momento delicioso de estar con ustedes; pero quiero llegar a esto –basado en la Palabra– pudiendo Cristo sentar, aplacar, al Bautista, decirle “¡eh!, tu bien sabes, ¿cómo qué esperas a otro? como que…” Y bueno, aquí voy a hacer un comentario tal vez no muy bueno, se acuerdan de san Pablo: “Ni los Profetas lo dicen todo”, tal vez yo me permitiría hoy decir: ‘Hasta los Profetas se equivocan′.

 Y el Bautista se equivocó, claro no del todo, y santamente se equivocó, él, muy de su pueblo pensó que El Mesías sería muy grande, muy poderoso, muy auténtico, muy firme, muy incisivo, irreprochable en lo que se refiere –por ejemplo a la conducta que él mismo guardaba, el Bautista– pensó que religiosamente pues, nos mostraría la majestad de Dios en santidad, en rectitud, ‘¡fuego! el Mesías trae fuego, trae un machete, pobre del que se le atraviese.. y usted raza de víboras, y ustedes piedras, Dios puedo sacar hijos de Abraham de esas piedras′. Y por ahí se iba haciendo la tónica de la enseñanza del Bautista.

 Jesús a pesar de eso: ‘Nadie tan grande, como este Señor‘; en carácter, ¿quién ha tenido un carácter tan sobrio, tan valiente, tan lucido como el Bautista?; Palacios – desierto, el desierto y el palacio – Bautista, el desierto. Y le hace pues repito, este piropo envidiable: “¡Entre los nacidos de mujer, nadie como él Bautista!”. Pero, esta frase hay muchos autores que no la soportan, dicen: eso no lo dijo Cristo, eso es invento, eso es Iglesia, eso es cristianismo primitivo, eso es… nadie – lo voy a decir, como está en griego: “Y, aun así, el más chiquito en el reino de los cielos, el más chiquito de mis discípulos es ¡Meidson!, y traduzcámoslo como queramos: “más grande, mejor, increíble, distancia infinita” 

 ¿Y por qué? Hermanos, por eso que ya había anunciado el Profeta Isaías, porque en el Mesías, el don de Dios es tan especial, es tan otra cosa, es tan novedoso, es tan radicalmente superior que, cualquier personita que se le acerque ¡ya!, el que sea de el Mesías, ¡ya! Se acuerdan que también Jesús lo dijo: “Dichosos ustedes porque ven lo que ven, oyen lo que oyen; Yo les aseguro que muchos Profetas y Reyes quisieron estar aquí, y oír lo que ustedes están oyendo, y mirar lo que ustedes están viendo”.

 Hermanos, es por esto: ¡nadie! Abraham, Hammurabi, los Faraones, los griegos, los Emperadores, los filósofos, ¡nadie! ha logrado poner ante Dios al ser humano como Jesús, ninguna persona ha podido dar, ha podido hacer, ofrecer lo que Jesús ofreció; de suerte que, una personita desde el momento en que recibió el bautismo “Hijo de Dios”, consagrado al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo; un niño que recibe la Eucaristía, alimentándose con el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad del Hijo de Dios; un joven que recibe la confirmación, la plenitud del Espíritu Santo, clarita, auténtica, verdadera; un sacerdote; unos esposos que quedan invitados al banquete del amor, de la felicidad.

 Nadie ha logrado, lo que Jesús consiguió con su sagrada misión, ahora con su Iglesia, a través de su Iglesia; y por eso nos queda muy claro esto: del Bautista para atrás, o del Bautista y todas las personas que bueno, no lleguen a Jesucristo, el soporte principal de la vida ya no es la ley, la fuerza, el juicio, las obligaciones, ningún tipo de poder, de grandeza; a partir de Jesús el soporte, el sustento existencial, el clima, que Dios ha ofrecido al ser humano a través de su Hijo será: la verdad, la luz, la sabiduría, la comunión, las convicciones, el respeto, la misericordia, la bondad, la bendición, el amor.

 La Navidad, todo el Misterio de Cristo −pero así digámoslo− es nuestro regalo, nuestra oportunidad para dar el paso, a la gloria de  Dios: “¡Gloria a Dios en el Cielo!”, que pasa cuando hacemos eso, felizmente, espontanea, radiantemente: “¡Gloria a Dios en el Cielo, Paz a los Hombres!”, las bendiciones infinitas para los hombres; Dios ya no regalará, ya no buscará ofrecer su majestad infinita, bajo ningún  tipo de grandeza, Dios ofrecerá su salvación desde la humildad,  desde  la humanidad, desde la sensibilidad, desde el servicio constante, sobre todo a los chiquitos, a los últimos; ya lo sabemos: enfermos, necesitados, extraviados, perdidos, imprudentes, difíciles, conflictivos, y ahí es donde Dios manifestará su majestad, ahí es donde Dios mejor, podrá transitar en la historia humana.

 Jesús, es pues, la expresión deliciosa de la bondad de Dios. Queridos hermanos sacerdotes, ustedes y yo, no nos salgamos de este cauce, de este proyecto que dice Jesús, esto si lo dijo el Señor: ‛‹si no le entras, como los escribas y fariseos, puedes frustrar el Plan de Dios›’, lejos de nosotros todo eso, y entonces, se que esta Navidad nosotros, convertidos, renovados, llenos del Mesías, llenos de Cristo, podremos cumplir la Revelación y la voluntad del Señor. Así sea.