“Al escuchar esta palabra, se marchó triste”.

 

Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

14 de octubre de 2018

“Al escuchar esta palabra, se marchó triste”.

Queridos hermanos si bien como siempre el Santo Evangelio es fascinante, quiero junto con ustedes dedicarme un momentito al texto del Libro de la Sabiduría, estamos en el capítulo séptimo, y ahí se nos da una lección de humanidad. Nosotros siempre buscamos entender, recoger, proyectarnos como seres humanos; bien sabemos que en este mundo nunca dispondremos, caminaremos físicamente con ángeles; este mundo, nuestras instituciones, nuestras familias están formadas por seres humanos, y ahí hablamos de limitaciones pero también de crecimiento, de superación, de mejoramiento. Eso quiero recoger junto con ustedes.

Hoy, en primer lugar se nos dice que el gran rey de Israel primero suplicó la prudencia, -y me encanta- porque somos muy imprudentes, en ocasiones llegamos a ser hasta necios, y una persona imprudente, cómo hace sufrir a otros, una persona necia hasta en los círculos más íntimos, pues desquicia a las personas, les llega a colmar el plato, como decimos. ¡Prudentes!, a los que creemos, a los que conocemos a Dios entre tantas cosas ¡prudentes!, cuidadosos, es bueno que ustedes y yo pidamos en esta Sagrada Eucaristía, pedir esta virtud tan bella, la prudencia, el respeto, el cuidado, la modestia en el vivir.

Y luego dice el gran sabio, que incluso gracias a esa súplica, a esa actitud, él alcanzó espíritu de sabiduría. Dice el rey Salomón -cuando sube al trono de Israel- Señor dame corazón que sepa escuchar, combinar armónicamente lo de arriba con lo de abajo, que lo de abajo suba, y que lo de arriba baje; un poco como hoy los italianos dicen en el postre más delicioso que se llama tiramisú, tiramisú que significa esto que es tan alto haz que se baje, que llegue a mi paladar. Así queridos hermanos, hoy a nosotros se nos invita a pedir, a buscar un corazón sabio, espíritu sabio, y qué bueno sería que nos lo repitiéramos interiormente “corazón sabio, espíritu, alma de sabio”. Él dice estas referencias: ni los tronos, los cetros, las riquezas, piedras preciosas, oro, plata, salud, belleza, se comparan a estas virtudes que te adornan realmente la vida.

El Santo Evangelio, mis queridos hermanos, ojala yo pueda dar una síntesis que a mí me quede clara, y que también a ustedes les motive su corazón; se trata de un joven, un joven que vio a Jesús, se emocionó y entonces corrió, ya este hecho es muy significativo, cuantas veces los encuentros nuestros suceden, pues como, con los pies en rastra, a fuercita, ocasionalmente. Este joven corrió, llegó corriendo, quiere decir que va en serio, quiere decir que él va con una sinceridad completa, quiere decir que él va en serio.

Luego viene otro detalle «se arrodilló, profunda reverencia ante nuestro Divino Señor». Bueno pongo estos dos matices para ustedes y para mí; a las cosas de Dios vamos con alegría, vayamos con lo mejor, una disposición realmente que nazca del alma. En ocasiones me ha tocado decirles a los niños, a los jóvenes cuando se les ofrece la Sagrada Eucaristía o la Confirmación, el santo Crisma, que lo reciben con una sonrisa, y es emocionante poderles decir “el día que tú recibiste a Cristo, lo recibiste con una sonrisa, que Dios te sonría, que Dios te sonría toda la vida, y con eso tendrás, serás muy feliz”.

Así, este joven, mis queridos hermanos llegó en esta actitud, en este sistema, y además llamando a Cristo “bueno, Maestro bueno”. Recordemos que la bondad de Dios para nosotros es una verdad universal, profundamente valiosa; decía el Salmista «El Señor es bueno, es bueno con todos, incluso el Señor es cariñoso con todas sus creaturas». Y bueno queridos hermanos, él buscaba una serie de aprendizajes, de ideas, una buena idea, Jesús me va a dar una buena idea, Jesús me va a dar una buena enseñanza, y cual no fue su sorpresa cuando Nuestro Señor le dice, pues después de los mandamientos, te vienes conmigo, me acompañas y entonces alcanzarás vida eterna. Clarito, vida eterna.

Bueno, y todo se derrumbó cuando Nuestro Señor le pedía ser más generoso, despojarse de sus bienes, porque dice, él era muy rico. Vean hermanos, veamos, nosotros podremos vivir, hoy esto se nos enseña, podemos vivir sin la riqueza, podemos vivir sin honores, podemos vivir incluso sin salud, sin juventud, podemos vivir sin la belleza, pero no si Dios, sin Cristo. Este hombre buscaba todo un equipaje que le diera seguridad, lanzamiento, mucha energía y, no quiso entender que la energía más bella, que el dinamismo más fuerte para llegar lejos, incluso al cielo, incluso a la eternidad es precisamente el Mesías, el Hijo de Dios.

Por eso, queridos hermanos busquemos la vinculación, busquemos nuestro estrecho contacto con Jesús, que sea desde la conciencia, que sea desde el alma, desde lo más íntimo para que no nos pase que caminamos con mucha tristeza, con mucha amargura, con mucha incertidumbre, y pues así como este joven, por más que estaba cargado de riquezas no pudo cargar su alma de felicidad.

Hay un momento en donde Pedro, bueno interviene como siempre y -oye y a nosotros ¿qué nos va tocar? lo hemos dejado todo por ti- y Nuestro Señor les dice pues a ustedes se les dará el ciento por uno en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, junto con dolor, junto con muchas persecuciones, pero también vida eterna.

Pues queridos hermanos, aquí se impone para mí y para ustedes otra reflexión, que hagamos nosotros en la familia, en la Iglesia, en nuestras comunidades, espacios de amor, de solidaridad, de caridad, para que así sea atractiva la fe en Jesucristo, para que así, sobre todo los espacios de la persona, el caminar con personas, disfrutar la relación con las personas, sea un signo verdadero del Reino de Dios.

La Iglesia ha pasado por imperios. La Iglesia pudo atravesar y transformar el Imperio Greco Romano gracias a la fuerza del amor, a la fuerza de la solidaridad, se veía tanto cariño paternal, maternal, fraterno, solidario, y por eso muchas personas siguen buscando y encontrando en los espacios de la fe y de la Iglesia católica las ganas de vivir no con cara triste, sino con una inmensa alegría. Eso les deseo a ustedes, que la celebración dominical los llene de gozo, les consuele, les ilumine a ustedes y a mí. Así sea.