Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
13 enero de 2019
“Y al bautizarse, se abrió el cielo y bajo el Espíritu Santo”.
Mis queridos hermanos, cómo es emocionante, cómo es importantísimo para la Iglesia recoger el misterio del Bautismo del Señor, porque no solo es un acontecimiento, no es solo una enseñanza espiritual, es todo un tesoro de vida, es todo un paquete de regalos que nuestro Señor nos hace desde el bautismo. Este no es el bautismo de Juan – que era solo para perdonar los pecados, era solo para poner atención a la enseñanza del Mesías ‒ sino que este bautismo es… Bueno, primero como Jesús, cómo Jesús quedó a partir de su bautismo, digámoslo histórica, físicamente integrado al misterio de Dios, al cielo.
A partir de entonces, los cielos se abren; y me encanta observar esto: desde que llegó Cristo el cielo se abre desde aquí, Jesús irá abriéndonos el cielo, y por lo tanto, haciendo bajar el Espíritu, haciendo bajar la plenitud de Dios en favor de los hombres; ya no es solo por ejemplo que se nos baña, que se nos purifica, que se nos quita el pecado, para el perdón de los pecados, sino que se nos deposita, se nos regala desde el alma, desde la conciencia, se nos da en el corazón el Espíritu Santo, para caminar según la voluntad de Dios, para caminar en el bien, para caminar con prudencia, religiosidad – dice el Apóstol san Pablo ‒ para caminar humildemente como Jesús; con mucha sabiduría, ya no a capricho, sino caminar con la gracia, con ese toque agradable del cielo, con eso que nos hace diferentes a todas las creaturas, y a todas las etapas de la historia.
Por eso mis queridos hermanos, es emocionante que la iglesia reciba esa renovación bautismal en Cristo, el día de hoy. Como es importante saber que como Él, también nosotros tenemos acceso al cielo, también nosotros llevamos los regalos del cielo, ‒ esto es lo más asombroso en verdad – también nosotros como Cristo, podemos abrir el cielo, y podemos abrirles a otros el cielo; cada que ustedes perdonan, cada que un cristiano perdona, el cielo, el cielo respeta, el cielo observa y valora ese perdón que tú has dado, y cada que, como Cristo que le decían “Una palabra tuya basta”. Hoy, en el corazón, en los labios de un cristiano, una palabra que dé, es un universo maravilloso de misericordia, de amor, de verdad, de existencia, de transformación, que se hace en favor de nuestros hermanos.
Por eso Jesús al final, cuando daba el Espíritu, decía: “Perdonen los pecados”, ustedes no caminen atados a la amargura, a la venganza, a la tristeza; ustedes son grandes, tienen el espíritu, son libres y pueden hacer libres a otros, ustedes llevan el cielo y también ven, construyan el cielo; ahora los cristianos con nuestra bondad, con nuestro servicio, con nuestro dolor, nuestro sacrificio, hacemos el cielo, compartimos los dones celestiales.
Y, queridos hermanos, no quiero que se me vaya a pasar el día de hoy comentarles la alegría que yo recibí cuando contemplaba el texto original del Profeta Isaías, cuando dice «Consuelen, consuelen a mi pueblo», dicho en otras palabras, en hebreo es: “háganle la vida agradable a mi pueblo”, ya no me lo castiguen, ya no me lo traten como esclavo, como soldado, trátenlo con el corazón, con el corazón en la mano. Y dice el texto “Que no oyen la voz que grita en el desierto”, por desgracia, bueno la traducción parece bonita pero, me parece muy limitada dice: “Preparen el camino del Señor”, y el texto hebreo dice: “Den rostro al camino de Dios”.
Los caminos de Dios no son absurdos, exigentes, como dañinos, ¡No! Los caminos de Dios tienen rostro, ¿qué quiere decir?, los caminos de Dios tienen inteligencia, tienen luz, tienen mirada, escucha, tienen sonrisa, los caminos de Dios tienen rostro; y ese camino con rostro de Dios, se llama Jesús, y ese camino de Dios amable, con rostro, se llama tú, se llama yo, cuando servimos y avanzamos y caminamos en el Espíritu de Dios, al estilo de Cristo. Por eso mis queridos hermanos, es muy grande la fiesta que celebramos, y nos deja con este sabor tan bonito de las últimas palabras de Dios a Jesús «“Mi Hijo, tú eres mi Hijo” que te vean, que te escuchen, que aprendan de ti, que avancen, que caminen contigo. “Este es mi Hijo y yo lo amo”». Aquí hay amor, en Jesús está el amor no marchito del mundo, no sucio del mundo, el amor de frescura, el amor de lealtad, el amor de Dios; “Este es mi Hijo, yo lo quiero, muy amado”, y todavía añade: “Y yo estoy muy contento con Él. Cómo me agrada ver a mi Hijo”.
Eso mis queridos hermanos, Dios lo dice de nosotros; tal vez pensemos que no lo merecemos, tal vez pensemos que somos indignos, ¡pensémoslo!, con humildad, pero de todos modos, «Todo bautizado lleva las complacencias de Dios; todo bautizado le ha dado a Dios momentos muy bonitos de satisfacción, de gloria, de entusiasmo». No perdamos pues, el sendero, el camino con rostro de Jesús, en favor de nuestros semejantes. Así sea.