«Sal de tu cueva, para ver al Señor». Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, en la Catedral de Texcoco.
Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo De Texcoco
13 agosto de 2017
“Sal de tu cueva, para ver al Señor” Queridos hermanos para ustedes y para mí, inicio este compartir la fe desde la palabra, con unas palabras muy sencillas que aparecen en el texto sagrado, primer libro de los Reyes, capítulo 19, “Sal de tu cueva” le dice nuestro Señor al profeta Elías, gran profeta, había sido un gran profeta, con un celo, con una convicción profunda, una lealtad a toda prueba con Dios.
Pero tal vez su método, su método yo creo que no era el correcto, porque era muy duro, implacable, violento, se enfrentó a reyes, a reinas, a la corte de Ajab, se enfrentó a los sacerdotes de Baal, los hizo pasar, a cuatrocientos de ellos los hizo pasar a cuchillo, y también a generales los había chamuscado con fuego del cielo porque lo habían querido mandar y no se dejó. Pero después de todo esto, de ser un hombre de hierro se desplomó, le entro un miedo, le entro una depresión como decimos hoy y corrió, se escondió, huyó al Sinaí y ahí encontró una cueva y se metió en la cueva y ahí estaba temblando; el Señor le dijo ¡no, salgase de la cueva! ahí bueno, yo ya veo para nosotros un mensaje muy interesante; podemos ser hombres de Dios pero el método, la manera, hay que perfeccionarla, hay que estar abiertos siempre al estilo, a la voluntad de Dios.
Y bueno, entonces eso le pasa al profeta, el método, Dios le va a corregir, Dios le va a ayudar a cambiar de estilo, Se dice que llegaba a los pueblos y la gente se encerraba, no sabías como iba a reaccionar el profeta, que te iba a decir, que te iba a echar en cara, se escondían y lo veían por las rendijitas de sus puertas, y ya cuando se iba, ya, de lejos lo veían. Bueno aquí hoy aparece como nuestro Señor lo educa, primero un viento huracanado que rompe y arremete contra las piedras y las montañas y las resquebraja. Dios no estaba ahí, un viento verdad, y no.
Viene después como nuestro Señor se le manifiesta en el fuego, o aparece un fuego, y él dice ¡ah el Señor está en el fuego! y luego un terremoto, no estuvo en el viento huracanado, en el huracán, no estuvo en el fuego, no estuvo en el terremoto. “Suave brisa” que bien que nuestros traductores así nos dicen “suave brisa” el viento, el agua, en su mínima expresión, el rocío y el viento muy suave. Me llamo la atención que usa términos como para personas “un viento flaco” y de hecho eso se utilizara en los profetas para el Mesías cuando sufre ¡flaquito! y por eso lo pudimos hacer como nos dio la gana. Ya se siente por dónde van los caminos de Dios.
Bueno entonces el profeta, ya vemos, se cubre y no entiende y ¿qué te pasa? ya Dios le habla, ¡pues me muero de celo por ti, por mi Dios y por todos en Israel, se han apartado, se han apartado, ya todos tus profetas están muertos, ya madamas quedo yo y me quieren matar, me quiero morir ya, hasta aquí llegué! y nuestro Señor le dice ¡no, sal, todavía te falta un largo camino por recorrer, pero ahora el método será diferente, ahora me vas a ungir un rey, me vas a ungir un general, me vas a ungir un profeta! Bueno por todo eso que sabemos de Elías, quien se imaginaría que Dios después le encargaría con perfume, salvar, guiar a su pueblo, tal y como el Mesías.
Hoy yo quiero recibir esta enseñanza, tal vez me meto en mi cueva, o traigo una cueva y ahí ya no quiero saber, o no quiero cambiar y, todos hermanos queridos pensemos un poco en esa figura, hay que salir, hay que escuchar, hay que ver, hay que ver a Dios, hay que darle la cara, hay que preguntarle, hay que recibir ese algo nuevo, eso algo nuevo que quiere de nosotros, esos cambios de método, de estilo, que, hay mucho que cambiar en nuestra vida.
Tenemos conciencia, por ejemplo ¡es que yo soy muy franco! eres muy franco pero eres muy descarado, muy falto de caridad, hay que ser cuidadosos, hay que poner primero la caridad, primero el respeto y así una serie de cosas, nosotros podemos hoy, si así lo consideran, recibir como enseñanza.
Hermanos, el santo Evangelio, pues es un texto precioso, un texto que, bueno a mí me impacta porque, viendo un poquito la literatura egipcia, los sabios dijeron en Egipto cuando les ponderaban personajes, los sabios de Egipto decían ¡No, un hombre es grande, poderoso, bueno Divino, el día que me lo enseñes caminando sobre las aguas! ¡ningún hombre ha caminado sobre las aguas! ¡el día que me traigas a alguien que camine sobre las aguas, yo te creo!
Bueno hermanos, en una forma tan inocente, tan delicada, el Evangelio nos dice “Jesús, caminó sobre las aguas” con majestad, y aguas agitadas, revueltas; esa imagen sigue siendo preciosa. En la Edad Media se decía “la cruz sigue en pie, mientras el mundo se revuelca”, Jesús con majestad caminando sobre las aguas, creo que también aquí entran aquellas figuras de los profetas, el profeta Amós, bueno el Génesis, como Dios se mueve, se desplaza soberanamente sobre el universo, en el universo, sobre las montañas, sobre la cresta de las montañas, decía el profeta Amós: “Dios camina con señorío”.
Ahora Cristo, el Hijo de Dios, eso es maravilloso, camina por nuestras calles, nuestras plazas, montañas, sembradíos, y sin duda las aguas le dijeron camina también camina sobre nosotros, tú eres nuestro Señor, y Jesús caminó sobre las aguas, así dándonos a entender ese poder soberano que tiene sobre la naturaleza, sobre la historia, y para mi gusto, sobre nuestros corazones. Jesús puede caminar en esas agitadas aguas de nuestra alma, de nuestros pensamientos, de nuestros sentimientos, que con que facilidad, verdad, se atormentan y no tienen la luz, no tienen la paz, así tomémoslo también nosotros, “el dulce caminar de Jesús”.
Y claro hermanos, sí, asomémonos a la figura de Pedro, Pedro especial, Pedro diferente ¡Señor si eres tú, mándame ir allá contigo, pero caminando sobre las aguas, ven! Pedro va, empieza a caminar, empieza a ir hacia Jesús, y de repente, pues se hunde, porque comenzó a poner su mirada en la tormenta, en los vendavales, en el oleaje.
Yo saco una enseñanza muy sencilla y la comparto, siempre que nosotros desligamos el corazón de la mirada de Dios, y solo nos fijamos en el problemón que traemos, y le damos vueltas y buscamos agarraderas, y soluciones, estoy pensando en el seguro, en los seguros, en las tarjetas, en los bancos, en las palancas, en mil cosas; y en tus problemas, en mis problemas, te olvidas de Dios, pierdes la vista.
Bueno una enseñanza es esta para mí, queridos hermanos y sin duda para ustedes, nunca apartemos la mirada de Dios, nunca prefiramos, nunca nos distraigamos, o sea siempre, “primero Dios”; así es, así era en México, antiguamente nuestras abuelitas, nuestros papás, pues que una tormenta, que un rayo ¡Jesús mil veces! o ¡Sagrado Corazón de Jesús! rápido acudían instintivamente a Dios. Hoy instintivamente maldiciones y ¿quién fue? y este y ahorita a mí me hace, ¡y Dios, y el auxilio? como decía el salmista “el auxilio me viene del Señor que hizo el cielo y la tierra”.
Hermanos, reconstruyamos nuestro corazón, nuestra fe, nuestros principios. México por eso se está hundiendo, porque creemos que nos va a salvar, no sé, la economía, la ONU, los congresos, las elecciones, la loquera y media de cosas que tenemos. Dios, no perdamos a Dios, no perdamos la mirada, el gusto, el sentido de referencia fundamental, Dios. Aquí nos ayuda mucho la Santísima Virgen, no nos apartemos de esa dulce guía y apoyo de la Santísima Virgen y recuperaremos la paz, y recuperaremos la bondad, y recuperaremos lo festivo que somos, y recuperaremos los amigos, y recuperaremos la familia, y los pueblos, las colonias.
Con Dios llegamos a la barca, con Dios llegamos a la orilla, con Dios tenemos tierra firme, y para ello recordemos ¡hay salvación! hay, ya ven al profeta Elías, Dios lo salvo de sus enemigos, de sus emociones, depresiones; a los apóstoles, a Pedro, Dios lo salvo de la tormenta, del hundimiento, del fracaso, a ver si lo puedo decir en una frase sencilla: “Cristo siempre llegará a salvarnos por caminos sorprendentes, inimaginables”, nuestro Divino Señor, infinitamente creativo para salvarnos, nuestro Señor infinitamente oportuno para salvarnos, ¡Señor sálvame! ¡ah! eso es lo que se convierte en clave “Señor, sálvame! sácame de mi cueva, sácame de mi barquilla, sálvame.
Cuando Cristo aparece, la tormenta ya no es tormenta, fíjense, se convirtió en santuario, el texto griego dice muy hermoso, ¡pum, cayeron a tierra!, bueno doblaron, se doblaron, doblaron sus rodillas y lo adoraron. Cuando Cristo aparece, la tormenta ya no es tormenta, el peligro tampoco; la muerte, cuando Cristo aparece, la muerte, resurrección, Dios, ese va a ser el último mandato ¡sal de la tumba! Dios nos va a sacar de ese último recinto, de humillación, de impotencia, de tristeza que se llama la tumba, la fosa fatal la llamaban los profetas, ese va a ser el último.
Decía nuestro Señor “llega el tiempo en que los hombres escucharán la voz del Hijo de Dios y los que estén muertos resucitarán, tienen que salir de sus tumbas”. Muchas veces a la iglesia traemos muchas tumbas; escucha la palabra, abre tú corazón, gozosa, humilde confiadamente a Cristo, tíratele a los pies y te levanta. Así sea.