“Doblando sus rodillas cayó en tierra, y le dice a Jesús, apártate de mí porque hombre pecador yo soy”.
Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo De Texcoco
10 febrero de 2019
“Doblando sus rodillas cayó en tierra, y le dice a Jesús, apártate de mí porque hombre pecador yo soy”.
Queridas hermanas, mis queridos hermanos, pues hoy toda la Iglesia se acerca a esta Palabra, tiene acceso a estos tres personajes tan especiales que fueron llamados por Dios; y quiero resaltarlo porque los tres se dicen, se sienten y se manifiestan pecadores, indignos, sobrepasados.
Isaías por la majestad, por la grandeza infinita, gloriosa de Dios. ¡Ay de mí!, soy un pecador, todo está impuro, sucio en mí; mis labios por ejemplo, y Nuestro Señor le purifica sus labios para que anuncie la voluntad de Dios en medio de su pueblo; y sabemos que el Profeta Isaías llegó a ser “El Príncipe de los Profetas”. Un profeta que manifestó las cosa más bellas de Dios, que se dijeron a través de los profetas, esta por ejemplo, “Santo, Santo, Santo es el Señor Dios de los Ejércitos”, y la Iglesia hasta hoy, repite, recuerda, se siente perfectamente identificada con esa proclamación de los ángeles a través del anuncio del profeta “Santo, Santo, Santo es el Señor”, tres veces Santo, perfectamente Santo es nuestro Dios. Y lo más admirable es que nos ha compartido, es que nos ha integrado a esa santidad que Él tiene y que Él vive.
Y mis queridos hermanos, Jesucristo es el Santo de Dios, cuando llegó Jesucristo tuvimos acceso pero en una forma diferente a la santidad de Dios, y lo vemos a través de los Apóstoles, hoy se detiene más el Evangelio en el llamado al Apóstol san Pedro, un hombre que andaba en una barca, su vida toda ella en peligro, fragilidad, y llegará a ser, gracias a Cristo, ‒pues la imagen aquí está en nuestra Catedral‒ una roca, una roca firme; su fe, su amor de Pedro, aquí le dice “Apártate de mí Señor”, y al rato le dirá “No te vayas, no nos eches fuera ¿a quién iremos? Solo tú tienes palabras de vida eterna. Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”. Y por eso Pedro recibe esa encomienda de tutelar, de anunciar la fe, el Evangelio.
Como dice el Apóstol san Pablo, pero el Evangelio Apostólico; bien abemos que la Iglesia tiene esas características pero esenciales “Una, Santa, Católica, Apostólica”, todas estas características que Dios ha revelado, que Dios nos ha compartido y con las que hace a su pueblo, a sus fieles en lo íntimo y también en los aspectos comunitarios. Vemos cómo el Apóstol san Pablo se siente tan seguro y se preocupa porque la Iglesia resguarde el Evangelio, la buena noticia, la santidad, el amor.
La salvación de Dios ha llegado a través del Evangelio y consiste en que Cristo murió por nosotros, Él dio la vida por nosotros, Él ya –lo sabemos perfectamente‒ nunca nos conducirá a través de cuestiones aparatosas, sino a través de su humildad, de su sacrificio, de su oblación, de su cuerpo, de su sangre, de su espíritu, de sus apóstoles, también de la Santísima Virgen. Por eso nosotros, hoy, al vernos pecadores nos sentimos perfectamente integrados a la santidad, al poder, a la majestad; pero en Cristo, sobre todo, al amor, a la humildad de Jesús.
Pues mis queridos hermanos, busquemos la forma de ser discípulos, busquemos la forma de ser atraídos, busquemos la forma de descubrir nuestro propio camino de fe, busquemos la forma de profundizar nuestra relación con Dios, con su Hijo Jesucristo, seamos como estos personajes: Isaías el siguió escuchando, respetando, atento a la Palabra de Dios, y nos dejó escritos magníficos, patrimonio precioso; el Apóstol Pedro fiel a Cristo, hasta la fecha es el punto de unión y es el foco desde el que irradia la luz de la fe, la luz de la caridad, la luz del amor.
Nosotros siempre estaremos en unión, respeto, en atención al Santo Padre, en este caso es el papa Francisco, la Iglesia estará atenta a sus sagradas enseñanzas, a sus directrices, la Iglesia siempre estará recibiendo las bendiciones, los ministerios a través del Santo Padre, a través de los Obispos, a través de los Presbíteros; y es ahí por donde camina esa enseñanza, esa experiencia, esa sabiduría de Dios. Acojamos pues, nuestro propio llamado, afiancemos nuestra vinculación con Dios, con Jesucristo; y también nosotros como ellos, como Isaías, como Pablo y como Pedro seremos servidores de Dios. Así sea.