Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
“¡Bendigan! a los hijos de Israel”. Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, pues ha sido un tiempo, y es un día, y ¡siempre! es el día de la salvación, es un día de bendiciones, bendiciones grandes, espléndidas, sin límite, ilimitadas, porque son en el nombre del Señor, porque son en Cristo el Hijo de Dios, porque llevan el Espíritu del Padre y del Hijo; como decía hoy san Pablo: ‹ya nosotros nada que ver con servidumbres, miedos, esclavitudes, somos hijos, y tan somos hijos, que a cada rato podemos decir: “Abba” – papa; en México hay que decir papito, apa‛, porque esa es la voluntad, sobre todo el regalo que Dios nos ha hecho en Jesucristo Nuestro Señor.
Qué bueno que también hoy aparece en los textos sagrados: ‘En distintas ocasiones, de muchas maneras, cuántas formas ha utilizado Dios para hablarnos, para estar cerca y contactar con nosotros, pero ahora que ha llegado la plenitud de los tiempos, nos envió a su Hijo′, nos envió a su Hijo como Palabra, lenguaje, vehículo de comunicación; gracias a Cristo, Dios mismo nos habla, nos educa, nos consuela, nos purifica, nos orienta, nos levanta, y pues es tan grande esa acción de Cristo, que es inmortal.
Ya nadie verá que pues, se le acabó la vida, las fuerzas, el cabello, ‒el Señor está al pendiente desde que llegó Cristo, y ni un solo cabellito se va a perder‒ todo lo que te pertenece, porque todo tú eres tan agradable a Dios, has sido bendecido por la mano, por la palabra de Jesús, que no se perderá nada de lo tuyo; se pone el ejemplo del cuerpo, pero sobre todo se refiere también a los anhelos, las ilusiones, los gustos, los deseos tan profundos que llevamos en la vida.
Todo esto es bendición, y qué bueno que desde antiguo, Nuestro Señor tenía muy claro bendecir a su Pueblo, asentarlo, fundamentarlo, eso es bendición, en el bien, que le vaya bien, que esté bien, que sea bueno, que haga las cosas bien, no desordenadamente, no arbitrariamente, no abusivamente, no irresponsablemente, al ay se va , ¡no!, los Hijos de Dios nacimos del bien supremo, de la bondad infinita que es nuestro Padre Dios, y tenemos que continuar la vida en esa dinámica de hacer el bien, de hablar bien, actuar bien, pensar bien, tener buenos deseos, tener reacciones buenas, y no esas reacciones que desconciertan a todo mundo, y que dejan con amargura y con dolor, ¡no! estamos, somos bendecidos.
Y a mí me encanta ver como los Apóstoles, y esto es de las cosas bellísimas de la acción apostólica, de la sucesión apostólica −que ustedes saben− los Obispos son los que la recogieron, la recibieron y la manifiestan; una de las cosas bellísimas de la sucesión apostólica, de la tarea apostólica, de la tarea de los Obispos y por lo tanto también de sus sacerdotes, es bendecir; decía san Pedro y decía san Pablo: “¡bendigan, nunca que maldigan!” porque ustedes están orientados, encarrerados a recibir pura bendición.
Por eso desde el comienzo del año, que nos quede clara cuál debe ser la actitud, la decisión, el compromiso, pues todo lo… como ustedes le quieran poner, para vivir: el bien, la bendición, sobre todo en el alma, en la mente, en la cabecita, también en los labios, ‒pero porque no‒ en lo que tú haces; así como nosotros admiramos la palabra de Dios, admiramos su enseñanza, admiramos también sus obras, “¡Grandes y maravillosas son tus obras!” exitoso nuestro Dios, exitosos sus hijos, sus hijos no fracasan, sufren, encontrarán dificultades, tienen etapas que no entendemos, pero todo es para llegar al éxito, todos los hijos de Dios son exitosos, serán exitosos, conservarán esa capacidad bellísima, de Dios, de hacer bien, y llegar a buenos resultados en todo lo que hacen.
Yo les deseo a ustedes mis queridas hermanas. mis queridos hermanos. la bendición de Dios, que Dios le sonría, que Dios les acompañe, que Dios les inspire, que Dios les levante cuando caigan, que Dios les consuele cuando estén tristes, que cuando no hagan o no les resulten bien las cosas, pues todo lo arregle, todo lo levante, todo lo componga nuestro Padre Dios. Por eso, ¡si los bendigo! a ustedes que están aquí y a todos mis hijos extendidos a lo largo y ancho de nuestra Diócesis, bendiciones personales, familiares, comunitarias, espirituales, íntimas, bendiciones sociales, bendiciones laborales, bendiciones físicas, saludables; en el mundo de la salud, qué bueno que el Padre Nuestro así lo dice, y así lo enseña, y así lo suplica: “Líbranos de todo mal” es el deseo del Pastor para ustedes, que no haya en mi Diócesis amargura, amargosos, personas violentas, personas negativas, personas agresivas, que no haya personas que descompongan los planes hermosísimos de Dios.
Bendiciones pues mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, y solo también recordar lo que dice el Santo Evangelio: “Los Hijos de Dios, los elegidos de Dios, van por el mundo, alabando y bendiciendo a Dios”; necesitamos cristianos más alegres, cristianos más convencidos, cristianos en quienes se note la presencia de Dios, la sabiduría, la verdad infinita de Dios, cristianos que siempre están pensando ‒otra vez‒ en el bien, que los demás estén bien, que no sufran; hay mucho sufrimiento, ya hay muchas penas, como para que sean los cristianos quienes aumenten las penas, los dolores, los sufrimientos; que ustedes como los pastores, regresen a su casa, a sus actividades, ¡con una chispa!, con un plus, con algo nuevo, con algo sorprendente, para que se difunda la hermosura de nuestra fe, en Cristo Nuestro Divino Señor. Así sea.