«Vénganse conmigo todos los que están agobiados, fatigados por la carga». Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, en la Catedral de Texcoco. Domingo Ordinario

Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo De Texcoco

09 julio de 2017

“Vénganse conmigo todos los que están agobiados, fatigados por la carga”. Queridos hermanos, hoy digamos que la Iglesia disfruta una de las perlas preciosas del Evangelio. Así la han llamado muchas personas, ¡esta es una piedra preciosa! Alguien también ha dicho ¡es el Ángelus de los pobres! La Iglesia, sobre todo más atrás -hoy trataremos de recuperar esto- a las doce del día celebraba, celebra la Encarnación del Verbo, el Anuncio del Ángel a una Virgen, a la Santísima Virgen María; el diálogo, el encuentro del ángel con María, la Iglesia lo repite ahora en oración, a las doce del día.

San Juan dice que también hay un Ángelus, hay un anuncio para otra mujer, la Samaritana. Ella pecadora, pero también para ella Cristo ha traído un anuncio feliz “créeme mujer, ya vamos a poder adorar, y con calidad en espíritu y en verdad”, el Ángelus de los pecadores. Hoy el ángelus de los derrotados, de los pequeñitos, de los que no tienen ya ganas de seguir, que dijeron ¡basta, hasta aquí llegué! ¡no puedo más! para ellos hay un anuncio hermosísimo que personalmente ofrece nuestro Divino Señor. El anuncio a la Santísima Virgen fue a través de un ángel; el Ángelus, el anuncio feliz para los pecadores y para los pequeñitos y despreciados, lo da personalmente Jesucristo Nuestro Señor.

Disfrutémoslo mis queridos hermanos, surge de un gozo, surge de una alabanza, éxtasis de Jesucristo, que ha sufrido mucho el desprecio de los sabios, de los escribas, de los piadosos, de los intelectuales, y ahora también acaba de sufrir el desprecio de las grandes ciudades de Cafarnaúm y de Betsaida, que recibieron mucho cariño de parte de Él, muchos milagros, les curó mucha gente, sin embargo le pagaron con ingratitud.

Cuando sale de esas ciudades, digamos así, triste, desilusionado nuestro Señor comienza a hablar con el Padre, el Padre comienza a consolarlo “yo estoy contigo, yo te amo, yo te apoyo, yo nunca te abandonaré” y que le responde Jesús ¡gracias Padre, y yo te alabo Señor del cielo y de la tierra porque tus tesoros los has reservado a los chiquitos, a los sencillos!

Cómo debemos tomar, por ejemplo, esta palabra, queridos hermanos, porque hoy habemos personas muy conflictivas, difíciles, de todo hacemos problema, a todo le buscamos salida. Los íntimos de Dios son las personas sencillas, que creen, reciben, se alegran con las cosas de Dios, con la palabra y el caminar de Jesús, simplemente se le da un voto total de confianza -de hecho este es de los grandes secretos de la iglesia católica- a Dios se le entrega el corazón, así como Él es misericordioso, así como Él nos ha entregado su corazón siendo nosotros miserables, nosotros le damos, le correspondemos, le creemos, le disfrutamos, le recibimos como Él así lo desea.

Queridos hermanos hagamos una Iglesia, los católicos seamos esto que decía Jesús “gente sencilla”, imagínense personas sencillas en la familia; hay veces que es ahí donde más nos crecemos, nos sentimos con muchos derechos y descalificamos y nos distanciamos o descuidamos, ¡no, gente sencilla! en las familias, gente sencilla en el estudio, en los trabajos, en la vida comunitaria ¡gente sencilla! bendecida, apoyada por Dios. Dios no bendice la soberbia, Dios no bendice los caprichos, hoy lo ha recalcado mucho el apóstol San Pablo en su carta a los Romanos “los egoístas son desordenados y terminan siendo muy crueles, ya no son de Dios”, gente sencilla, ¡vengan a mí, vénganse conmigo!

A ver queridos hermanos, les recuerdo lo que decía San Agustín: “Yo nunca he sabido que Platón, que los filósofos, los sabios, los emperadores, jamás hayan dicho una cosa parecida”. Ningún hombre grande ha invitado a su comunidad, a su intimidad a las personas molestas, a las personas pobres, a las personas derrotadas, se busca calidad, se busca líderes, se busca a los ricos, se busca a los que pueden, a los famosos. San Agustín disfrutaba mucho este texto ¡vénganse conmigo!

 A Pedro, a Santiago, a Juan, Cristo los invitó a ir con Él, atrasito, detrás, siguiéndolo; en cambio, τα χέρια “a mis brazos, a mi pecho”. Sin duda esa es la ilusión de todos nosotros, caminar detrás de Jesús, estar a los pies de Jesús y un día en su regazo, junto a su corazón como san Juan, que es el pequeñito de los apóstoles. ¡Vénganse conmigo! y yo les quitaré tantas cargas, tantas opresiones, tantas amarguras, tantos remordimientos, ¡vénganse conmigo! Quedémonos pues nosotros, queridos hermanos el día de hoy al celebrar la Sagrada Eucaristía, con ese gozo inmenso de ser invitados, de ser escogidos para estar en el pecho del Señor.  Yo sé que todos llevamos ilusiones que no se cumplieron, tristezas que se agravaron, amarguras, hasta envidias o lo que sea, que nos pueden atormentar; para nosotros es el corazón de Cristo. Así sea.