“Dios es amor”.

Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo De Texcoco

06 de mayo de 2018.

“Dios es amor”.

Mis queridos hermanos, gracias a Dios, cada que se celebra la Eucaristía el Evangelio brilla como una luz en las tinieblas, en nuestras vidas. El santo Evangelio es el libro más honesto y feliz; el santo Evangelio es la enseñanza, el regalo más espléndido que hemos conocido.

Hoy se nos insiste, se nos regala de nuevo esta profunda realidad, “Dios es amor”, y es el amor primero, nos amó primero y todo amor viene de Dios. Mis queridos hermanos hoy muchas personas, incluso católicos, dicen ‹‹todas las religiones son iguales, todas las religiones son buenas, todas las religiones enseñan lo mismo››, pero aquí no se trata de una enseñanza, se trata de un regalo, se trata de una vida, se trata de un existir, se trata de la verdad más sabia que es la de Dios en Cristo.

Yo sé que existe el amor en todas partes, en muchas partes, en muchas culturas, pero sabemos, los humanos lo hemos estropeado, lo hemos ensuciado, lo hemos hecho chiquitito, lo hemos empequeñecido muchísimo; hemos hecho del amor un capricho, un antojo bien pasajero. Qué bueno que hoy, nuestro Divino Señor a nosotros nos pone algunas tareas y retos muy bellos para saber si recogimos el don del amor. El primero consiste en creer en Jesucristo, poner toda la confianza, darle nuestro sí del alma, decir “yo te creo, yo te amo, yo te esperaba, yo te necesitaba, tú eras para mí, yo te amo porque tú me has amado primero”.

Enseguida viene esta palabra que hoy para nosotros, pues es una luz inmensa “permanezcan”. Fíjense queridos hermanos, nosotros somos veletas, nos vamos, cambiamos; hoy muchas personas ya se han ido, han emigrado; de los problemas sociales, dramas actuales es la migración, muchos se han ido, se han ido de la patria, bueno, se han ido de sus hogares, se han ido de sus comunidades, terminan yéndose de su familia ¡nos vamos!

Que importante que Jesús nos diga que hemos de cuidar, poner mucha atención, permanecer, estar, dar la cara, responder por el amor, por los compromisos que surgen del amor, por la estructura íntima del amor; y no, a la hora que quiero me voy, a la hora que quiero esto se acaba, y tú te las arreglas, y yo me despido, adiós. Nuestro señor hoy nos dice “permanezcan”, primero conmigo, como yo permanezco con el Padre que me ha enriquecido, y “permanezcan en mí” y ustedes estarán ricos de amor, incluso de un amor feliz, su alegría será plena, una alegría suprema, grande, que no nos quiten, que no nos destruyan.

Otro término que hoy a nosotros los cristianos se nos da como una luz muy bella: “cumplan”, ‹‹yo cumplo lo que le prometí a mi Padre, ustedes también cumplan››. Cumplan el compromiso que tienen conmigo de amor, de discipulado, de escucha, de lealtad ¡cumplan! acuérdense esta serán de las últimas palabras de nuestro Divino Señor ¡todo lo cumplí! llegué a la meta, hasta el final. Ustedes y yo hemos de suplicar esto mucho mis queridos hermanos “cumplir”.

La palabra dada para nosotros es importantísima, sagrada; me gusto cuando se renovó la vida sacerdotal y la formación de los seminaristas y se pidió como una de las características principales para un sacerdote “fidelidad a la palabra dada”, Tú dijiste, ¡cumple!, tú lo prometiste, ¡cumple!, tú lo regalaste, no lo retires, no lo recojas ¡cumple! Hoy, como ustedes saben, muchas personas no cumplimos, mucha irresponsabilidad, mucha superficialidad, no cumplimos; tenemos que enfrentar nuestros deberes, tenemos que responder y aguantar hasta el final.

Decía nuestro Señor, “a este amor se le caracteriza porque da la vida”, no se trata de dar un pan, de dar una camisa, como decimos en México ‹‹se quita la camisa, se quita el pan de la boca›› “dar la vida” desgastarse como lo hicieron nuestros padres, nuestros abuelos que dieron la vida, que ellos se redujeron a un espacio muy chiquito de pobreza, de estrecheces para que nosotros pudiéramos crecer, estudiar, ser diferentes, dar la vida por los que uno ama.

Y pues queridos hermanos, recordemos cómo las primitivas comunidades estaban íntimamente unidas a Dios, a Cristo y eran muy felices; hoy en nuestro ambiente se percibe no mucha felicidad, se percibe mucho miedo, se perciben muchas angustias porque nos hemos alejado de Dios, porque nos ha parecido poca cosa la Sagrada Eucaristía que es una escuela de amor, que es una escuela solidaria, que es una escuela espléndida.

Hoy que celebramos los primeros 500 años de la primera celebración de la Sagrada Eucaristía en México, nosotros llenémonos de gozo y comprometámonos a venir siempre a la Sagrada Eucaristía como venir a nuestra casa, a nuestra mesa, a nuestro hogar verdadero. Así sea.