Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
“Ustedes: Sal, Luz del Mundo”. Pues mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, siempre oportuna, motivadora y llena de luz la Palabra de Nuestro Señor, y hoy pues yo quisiera concretizarla mucho, bueno primero en mi persona indigna, y también en mi Diócesis, en nuestra Patria; que México, que nuestra Diócesis: “Sal, Luz”.
Facundo Cabral en sus últimos días llegó a decir: ‹México es la reserva espiritual de América, porque tiene un alma universal, preciosa; así como el Polo Norte es la reserva de las aguas dulces, así como el Amazonas es la reserva del agua corriente, así México es la reserva espiritual de América, y si se ponen las pilas, pueden ser la reserva espiritual del mundo›, y hoy, a eso añado, ¡que México sea “Sal”!, que nuestra Diócesis sea la Sal de nuestras comunidades, la luz.
Siempre así los Profetas, y sobre todo Cristo Nuestro Señor, no dice ‘son ustedes luz de su casa, de su pueblo, “De la Tierra, Del Mundo”; porque como se necesita la sal, siendo tan modesta, cuantas veces ni en la mesa la encontramos, y a veces preguntamos ¿dónde está? ¿no hay sal? ‒no pues aquí está, ¡ah! perdón no lo había visto‒ el salerito es por lo general muy pequeño, así debemos ser los cristianos: importantes pero pequeños, esenciales pero modestos.
Y hoy los científicos, a mí me sorprende lo que nos ofrecen en base a sus investigaciones, simplemente de anatomía: ‹el cuerpo humano entre los elementos básicos que necesita para el equilibrio es la sal, la sal está en todo el cuerpo, se necesita en los huesos, en los músculos, en la sangre›, y ya sabemos a través de esa palabra ‘se deshidrató′ y se cayó, en cama, sin fuerzas, sin ganas de nada, y ya te hidratas, te ponen suero, agua con mucha sal, sales bien proporcionadas, y tú tienes otra vez vida, fortaleza, e incluso entusiasmo.
Los cristianos, los católicos, hemos de agradecer a Cristo que nos hizo capaces de ser ‘La Sal de la Tierra y La Luz del Mundo′, porque hay mucho desencanto, mediocridad, habernos gente muy desabrida, inútil, hundidas en la vaguedad, en el vacío, y cómo se necesita chispa, energía, atracción, como la que ejerce la sal siempre, en una comida; ‒y qué delicioso es saber‒ nadie ha traído tanta luz, tanta sal al mundo, como El Mesías, como Nuestro Divino Salvador; Él puso la sal y puso la luz, hasta en el último rincón de la tierra, hasta en el último rincón del ser humano: corazón, conciencia, familia, comunidades, y pues, ciertamente de la cultura occidental.
Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, hoy, ustedes y yo, pidámosle a Cristo, que a nosotros nos de ese don sagrado, tan útil, oportuno siempre, de ser sal, luz, preservar, defender la vida, la nobleza, la utilidad, la sensatez. También los científicos dicen que gracias a la sal, muchas bacterias no avanzan en el cuerpo; cuando te falta sal, los virus, las bacterias te atacan con más facilidad y se adueñan de los miembros del cuerpo, o todo el cuerpo; la sal defiende de la corrupción, de la enfermedad, y claro, da sabor a la vida, a la comida.
Y qué bueno que Jesús quiere que nosotros seamos eso, que le pongamos el toque delicioso a la historia, a lo que acontece, a lo que se necesita; voy a repetir junto con el Profeta, lo que Dios nos enseña y nos pide para ser la sal, la luz del mundo: ‘¡comparte! No seas egoísta, tacaño, comparte tu pan, abre tu casa, fíjate en el desnudo, en el desvalido, no des la espalda, no te hagas el interesante, el ocupado, no des la espalda a tu propio hermano, fíjate en las heridas, renuncia a la opresión, no amenaces, no ofendas, atiende la necesidad del humilde, y se clemente, compasivo, presta, trabaja honradamente, da limosna, sé justo′. Amén.