Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
04 de noviembre de 2018.
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tú alma, con todas tus fuerzas”.
He querido citar el texto original, mis queridos hermanos, porque recoge la gloria de Israel, porque recoge la enseñanza suprema de la revelación del Antiguo Testamento.
Hoy sabemos que en varias ocasiones los judíos preguntaron ¿Cuál era el mandamiento más grande? ¿Qué era lo más importante en la vida? ¿Cuál era para Israel la esencia de su fe? Y los maestros se enojaban, decían: ¡todo lo que Dios ha dicho es importante!, todo lo de Dios es grande. ¡Claro que sí, mis queridos hermanos!, pero de todos modos en nuestra pequeñez, sí se vale preguntar, ¡sí!, pero ¿por dónde empiezo?, ¡sí!, pero algo que me ayude a no equivocarme, a no ir por caminos que a lo mejor no me llevan al final.
Y bueno, hubo un maestro, tal vez de los más grandes de Israel, que se llamaba Hilel, Hilel y Gamaliel fueron dos escuelas de enseñanza rabínicas muy importantes, y Hilel se atrevió a responder, – dijo: lo más grande, el más importante es: no hagas al otro lo que no quieras que te hagan – y muchos se quedaron contentos. Pero hoy, según la Palabra, al llegarnos aquel que es la luz, la revelación perfecta de Dios, descubrimos estos dos aspectos bien grandes. Primero, que Dios sea importante, que Dios sea el primero en tu vida, que tú no te atrevas a caminar sin Dios, sin el único Dios verdadero, el creador, el que ha salvado miles de veces a su pueblo, que ha mostrado maravillas infinitas en favor de toda la humanidad “Primero Dios”. Y luego, algo muy bello, el amor; “Dios principio, Dios fuente primera, natural del amor”.
Y queridos hermanos, cuánta paz nos da esta revelación, esta enseñanza de Jesús, porque en verdad sin el amor, sin Dios, sin el amor, ¿qué podemos hacer, qué vale en nosotros?. Si salimos a caminar, si salimos, si vamos por la vida sin amor, no tenemos nada qué hacer, no tenemos nada valioso que ofrecer; el amor es la chispa fundamental de la vida, el amor es la garantía perfecta de tu caminar, de tu actuar; como dice el texto, de todo lo tuyo, lo de dentro, lo de fuera, tu alma, tu corazón, tus fuerzas, tu personalidad, tu emoción, tu naturaleza, tu suprema demanda, tu intelecto, tus energías, hemos de bendecir en verdad a Jesucristo que nos ha dado esta centralidad y esta dirección y esta esencia tan valiosa en nuestra vida, amar.
Y de hecho, tantas personas cristianas de muchas maneras nos han ayudado a entender, a disfrutar esta enseñanza suprema. Ahora recuerdo a Dante Alighieri, él cuando describe el cielo, cuando hace el cántico del cielo, él dice l´amore muove il sole, “el amor mueve el sol”; y san Gregorio Nacianceno digamos completaba diciendo: “No solo el sol, las estrellas”, y Cristo, por eso cuando nace, los Evangelistas que bien que nos precisaron, “nació con una estrella”, Dios puso a sus órdenes las estrellas. No es que Cristo necesitara una estrella, como hoy muchos personajes necesitan decir o buscar el estrellato; Cristo movió, cambió de curso las estrellas con su poder amoroso, con su divinidad espléndida que vino a ofrecernos.
Mis queridos hermanos, el día de hoy ustedes y yo supliquemos a nuestro Señor no perder este regalo, este rumbo, esta claridad; en todo nuestro ser, que lo primero sea amar a Dios; pero en Cristo un matiz precioso, saber que Él nos amó primero, y que Él es amor, “Ο Θεός είναι αγάπη” dirá el Evangelista san Juan “Dios es amor”. Después vendrán otras expresiones “Dios es luz”, “Dios es espíritu”, pero la fundamental αγάπη “amor”. Y ese amor de Dios es el que apareció espléndidamente en Jesucristo; todo lo que dijo, todo lo que hizo, la forma como Él actuaba, los acontecimientos que a Él le sucedían, revelaban claramente un amor perfecto, un amor total.
Cuando venimos a celebrar la Eucaristía vemos el culmen de ese caminar de Jesús, cuando dice “Esto es mi cuerpo”, yo vine a darles todo, vengo con todo, con todo mi amor, porque en este mundo sin el cuerpo no existen verdades profundas, “Esto es mi cuerpo”, y Jesús día con día nos enseña a ir diciendo en la familia, en el trabajo “Esto es mi cuerpo”. Hoy tenemos que decirle a México “Esto es mi cuerpo”, a la sociedad, a las comunidades “Esto es mi cuerpo”, lo que se ve. “Esta es mi sangre”, también lo que no se ve, porque en cada persona hay un universo que no se ve, y la sangre es un buen medio, una referencia muy buena, para decir a ti te he dado hasta lo que no se ve, lo que hay dentro de mí, lo que se mueve, lo que me mueve, dentro de mí.
Queridos hermanos, ustedes y yo el día de hoy renovemos esta vocación tan bella que tenemos de amar. El amar en Jesucristo nos irá dando muchas facetas, muchas fortalezas, luces; y desde el perdón, la paciencia, la comprensión, la misericordia, pues iremos verdaderamente enriqueciendo en nosotros la vida de Dios nuestro Padre. Junto con san Agustín quiero disfrutar lo que él pensaba del amor de Dios; cuando hace sus Confesiones san Agustín dice, «esto es lo que yo siento cuando disfruto, cuando pienso en el amor de Dios: “Sabor que no se acaba, aroma que el viento no arrebata y abrazo que nunca se separa».
A cada uno de nosotros en este mundo tan difícil, duro, cruel, violento, a nosotros nos da el privilegio de amar al estilo de Jesús, y desde la fuente divina que es nuestro Padre Dios. A Él la gloria por los siglos de los siglos.