HOMILÍA MONS. JUAN MANUEL MANCILLA SÁNCHEZ, OBISPO DE TEXCOCO
03 de septiembre de 2017
“El Hijo del hombre tiene que padecer”. Mis queridos hermanos como nos hace bien esta página del Santo Evangelio, donde se nos sigue recordando que somos distintos los que tenemos la fe, buscamos una esencia, una conducta, muchas actitudes distintas a las que tiene el mundo, a los criterios egoístas o criterios paganos, ¡que hagamos el esfuerzo de ser diferentes!; Cristo muchas veces lo dijo “Ustedes en cambio”, los sabios decían esto “Pero yo les digo, y ustedes en cambio”. los antiguos decían así “ustedes en cambio, y yo les digo, sean diferentes”.
Por decir, incluso las religiones, la religión de Moisés decía “no matarás” y solo se referían al hecho físico, matar el cuerpo, tocar, herir el cuerpo de alguien, Cristo dice yo en cambio les digo hay muchas formas de herir y de matar: con la mirada, con la palabra, con las actitudes, tú muchas veces le matas las ilusiones, le matas la paz, hay veces que personas llegan muy contentas y nosotros las paramos en seco, pues es una forma de matar, es una forma de estropear la vida de alguien.
Por eso que bueno que Nuestro Señor nos elevó, el Señor nos sacó de una serie de actitudes que se llaman cultura de la muerte, es estar apostando a la enfermedad, apostar a la ignorancia, apostar a la crueldad, a la maldad, eso no es de Jesús, y hoy nos regala la piedra preciosa del cristianismo, sufrir como él, el Hijo del hombre subió a Jerusalén a sufrir, son dos matices muy bonitos “yo estoy dispuesto a sufrir”. Claro el mundo es, ¡no primero que sufran ellos, no ellos, que les vaya mal a ellos, que se las arreglen ellos!, el cristiano dice no, a ver yo, trato de dar la cara, mejor me pongo yo, para que él, para que ella no sufra.
Imagínense en la familia que ese fuera un estilo de conducta, el esposo resguarda también a su esposa, que, prefiere el sufrir y no que sufra ella, también la mujer, mejor sufro yo y no que sufran mis hijos y no que sufra mi marido; por ejemplo son las abuelitas las que como que han entendido mejor esto, las abuelitas se desprenden espontáneamente, las abuelitas se sacrifican naturalmente, todas las abuelitas cristianas están pensando siempre en los demás, ellas pueden andar mal vestiditas, pero que sus nietecitos estén bien, limpiecitos, bañaditos, bien vestiditos, bien comiditos para que vayan a la escuela y ella se sacrifica.
México todavía tiene espacios muy bonitos en las familias cristianas donde los abuelos, ellos renuncian a muchos bienes, a muchos lujos, a muchos derechos para que sus hijos o los nietos estén bien. Todavía tenemos muchas personas cristianas que espontáneamente llevan esa actitud de sufrir para dar alegría para, para que otros tengan buenas experiencias o recursos que tanto necesitan, esa es la primera, nosotros hoy empapémonos de ese espíritu, volvamos a tener la referencia de Cristo, es de lo más bello, sufrir para que otros tengan, para que otros sean felices, para que otros superen situaciones adversas que se les han venido; todo es ayudar, estar al pendiente, ser observadores, ser muy sensibles y participar, ayudar para que el dolor, para que las necesidades bajen. Esta es la primera actitud de Cristo “yo vengo a sufrir”.
Y después el comentaba “No he venido a ser servido, sino a servir”, y luego viene el punto crucial, dar la vida, es tan grande mi disposición, es tan clara mi actitud que doy la vida, pongo mi vida, ofrezco mi vida, que yo muera, que yo sea sacrificado; no es tanto dar cosas como decimos: se quita la camisa o se quita el pan de la boca, sino más bien la vida, el valor supremo que cada quien llevamos; otra vez repito, los cristianos buenos han ido dando la vida como en abonos, poco a poquito, silenciosamente, despacito, y bueno también está lo de los mártires que dieron la vida en un instante, de un solo momento y glorificaron a Dios e hicieron tanto bien a la iglesia.
Queridos hermanos, vamos haciendo la oración de la Eucaristía pidiendo que se acabe la prepotencia, que entre nosotros no haya egolatría, “yo, yo, yo primero yo, solo yo, lo mío, lo de los demás no me interesa”, que entre nosotros baje la vanidad, la envidia, que incluso seamos felices de que otros, pues puedan, tengan, se superen, crezcan, como el Bautista, como Cristo mismo, que el quiso que los apóstoles entraran a la escena publica, al servicio, al camino de la tierra, de los mundos, y él pues, redujo su existencia a algo muy modesto. Entonces no olvidemos, a nosotros la iglesia nos invita, Cristo nos enseña también a dar la vida, a renunciar, lo dice en otras palabras, tomar la cruz, y que la cruz sea para nosotros algo gozoso, algo que nos engrandece, algo que nos hace tener oportunidad de servir a los demás.
Cuantas veces la adversidad y las cosas malas las vemos como: Dios no me quiere, yo no la hago, yo no, ¡no!, que nos sintamos felices de poder sufrir, porque Cristo es lo que más nos recomendó, es una oportunidad, es un gozo, pues que ese no lo hizo, ¡yo lo hago!, que este no quiere, ¡bueno yo le entro! y se multiplican, al final hoy el evangelio dice “las buenas obras”. Crezcamos en obra buenas, obras de caridad, obras de servicio, obras de amor, y Dios exalta, Dios supervalora, Dios recompensa todas las obras buenas que causan estrechez, sacrificio de parte nuestra pero que dan mucho fruto.
La persona que más frutos ha dado a la humanidad es Jesucristo: cuanto bien, cuanta paz, cuanta reconciliación, cuantas esperanzas, cuantos reencuentros, cuantos resucitares hay en los corazones, en las comunidades, en los pueblos, cuanta luz gracias al sufrimiento, gracias a la crucifixión de Jesucristo nuestro Señor; ahora nos toca a nosotros vivir, reaccionar como él lo hizo, lo haremos. Así sea.