Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
XXVII Domingo de Tiempo Ordinario
02 de octubre de 2022
“Señor, auméntanos la fe”. Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, hemos de estar siempre atentos a la vida, a la historia, a la enseñanza de Jesús, que se da en un contexto muy sencillo, familiar y natural; hoy quiero resaltar en el texto del Santo Evangelio, como la enseñanza de Jesús parte de su convivencia con los Apóstoles; en ese momento era convivencia con los Apóstoles, más adelante se convertirá en una fuente de enseñanza y de vida, lo que los apóstoles nos enseñen, los apóstoles nos insistan, los apóstoles nos regalen en nombre de Cristo.
Hoy la iglesia contempla este misterio delicioso, la Fe. Cuántas veces nosotros hemos limitado o reducido la fe, ‒por decir‒ al universo espiritual, religioso; y la fe como vimos en la narración es algo muy sencillo, la fe es el principio, el fundamento, la puerta de las relaciones humanas; que bonito es cuando una persona le tiene fe a otra, que delicioso es saber que alguien nos tiene confianza, que nos regala el obsequio de su cariño, y que con una palabra que le digamos basta, se mueve, por decir: “te espero en la Alameda”, esa palabra mueve al amigo, a la persona querida, y va mañana, o así vamos a hacer esto.
La fe humana, nos habla elocuentemente de la grandeza de creer, yo diría de la dulzura de caminar en buena fe; por desgracia muchas personas estropeamos, a veces desde el seno materno, a veces desde la familia, esto que se llama la fe; la persona en quién más confiaste, la persona que debió ofrecerte la mejor seguridad, es la que más dolorosamente te defrauda. Por eso hoy, que la iglesia nos ayude a valorar el misterio, el regalo de la fe.
Qué bueno que los Apóstoles son portadores, son facilitadores de que no se acabe la fe, de que exista la fe, con toda su riqueza; incluso nosotros podemos verlo en el mundo del comercio, del transporte, yo puedo invertir todo mi salario de un mes, por decir en comprar el boleto de un avión y lo único que me dan es un papelito, un boleto porque voy a ir lejos, y me dan un papelito, si yo no tuviera fe me pondría a reclamarle ahí en el mostrador a la persona, que mi dinero lo convierte en un papelito, y con este papelito llego a Monterrey, y con este papelito me subes, y… pues si no tienes fe, si no crees, si no… pues vete a otra parte; pero ¿esta es Coca-Cola deberás? a ver ábrela, déjame probarla, a ver si es Coca Cola y luego te la compro, pues el comerciante diría ‘adiós′, así no.
Hermanos, si la fe humana, si la fe cotidiana, y en todos los aspectos es tan valiosa, como no lo será la fe sobrenatural, la fe grande, la fe sublime, en la persona más bella, poderosa, fiel, auténtica, que es nuestro Dios. Qué bueno pues que los Apóstoles hoy, “Auméntanos la fe” «creemos en Ti, pero más en el Padre pero que eso sea grande»; y de hecho Nuestro Señor fíjense qué respuesta tan bella: ‘Si tuvieran Fe como un granito de mostaza, el más chiquito′, árbol, un árbol grande podrían con él, o en otro texto, con una montaña.
La fe a pesar de su modestia tiene un poder, por decir, más grande que un árbol, más grande que una montaña, más grande que el tiempo, trasciende hasta la eternidad, trasciende hasta el futuro, hasta la felicidad verdadera, “auméntanos la fe”; y por lo tanto esa Fe precisamente en Cristo, precisamente en Dios, debe ser total, debe ser obsequiosa, debe ser especialísima, y que nos libere del egoísmo, de la auto contemplación, de la comodidad; como ese del siervo que llega y dice: pues no va a pensar ya en él desligarse de su Señor, ¡no! todavía dice que se ofrece, en que puedo… Ese dinamismo gozoso de creer en alguien, muy bello, muy importante, y por eso el toque de nuestra fe católica es tan especial, que ustedes y yo mis queridos hermanos, hemos de cuidar con todo el empeño y delicadeza posibles.
Bueno, el día de hoy, pidámosle al Señor también nosotros, que aumente nuestra fe; hoy pidámosle al Señor que aumente nuestra capacidad de amar, que aumente nuestra capacidad de servir, nuestra capacidad de ser generosos, con la fe se desencadenan todos esos universos de felicidad, de utilidad; dice precisamente al final el Evangelio: ‘que nos de alegría decir ‘soy siervo soy servidor, es lo que me toca′′, no andar midiendo, no andar poniendo tantas trabas, o haciendo tan pequeña la fe, la relación humana, que al final pues, nos empobrecemos dolorosamente. Qué nuestro Señor, a ustedes, a mí, a su Iglesia Católica, y en nuestra Patria, nos conserve ese patrimonio bellísimo, ese tesoro de la Fe. Así sea.