Domingo de Resurrección
Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo De Texcoco
01 de abril de 2018.
“¡No está aquí, ha resucitado!”.
Queridos hermanos, a partir de la Resurrección de Jesucristo Nuestro Señor, claro que, a partir de su llegada al mundo, pero en especial cuando resucita, muere y resucita, las cosas de Dios, las cosas sublimes, las cosas grades, cambiaron.
Por ejemplo, los lugares marcan mucho ciertos espacios. Lo sabemos, el Templo de Jerusalén era intocable, en tiempos del profeta Jeremías se llegó a decir ‹‹es el Templo del Señor, con que entremos al Templo, ya›› Templo del Señor; y cuando llega Nuestro Señor, ese templo ya no funciona, porque todo lo que ahí se ofrecía, todo lo que ahí se pedía ahora sucede, se da en Jesús.
Jesús trae la Palabra de Dios, su sabiduría; Jesús trae la misericordia, la compasión de Dios, Jesús reúne, convoca multitudes infinitamente más numerosas que las que se podían congregar en el Templo de Jerusalén; y Jesús realizó obras, prodigios en favor del pueblo mucho más de los que se realizaban en el Templo de Jerusalén. Nuestro Divino Señor vino a tocarnos, a mirarnos, a consolarnos, a acompañarnos, a sacarnos del poder del demonio.
Hoy es delicioso escuchar al Apóstol Pedro, que nos dice que Nuestro Divino Señor predicó después del Bautista, y que estaba lleno del Espíritu; lleno de algo distinto, de poder, de emoción, de grandeza, de serenidad; Jesucristo era una armonía infinita, Jesucristo producía un gozo inmenso en todas las almas, y por eso liberaba a los que habían tenido la desgracia de estar oprimidos por el diablo.
Cómo debemos nosotros crecer en la fe en Cristo, queridos hermanos, para que juntos hagamos el itinerario, el servicio de Cristo, y podamos acabar con tantas mentiras, con tantas angustias, con tantas cosas terribles, tragedias, porque donde Cristo pasa resurge la vida, aparece el gozo, la presencia misma de Dios.
Y por eso, las mujeres estaban convencidas, que Él no debía morir, que Él no podía morir, que no merecía morir. Todavía muerto, aunque a lo largo de su vida le habían ofrecido perfume en sus pies, en sus manos, en su cabeza, todavía en el sepulcro, ellas intuían que estaba vivo, que Él seguía siendo agradable a Dios, que palpitaba su corazón y que tenía que realizarse ese milagro de que regresara a su hermoso volver a vivir, y así sucedió.
Y por eso a ellas se les dice ¡no está aquí! ¡No está aquí, Resucitó! ¡Irá con sus discípulos!, y llega un momento en que Él mismo, directamente a sus apóstoles les dice, ‹‹ya no vamos a estar aquí en Jerusalén, vayan por todo el mundo››. A partir de la Resurrección de Cristo, esto es de lo más doloroso ¿cómo dejar Jerusalén? cómo ya, no es Jerusalén, tanto que nos costó invertir en esta ciudad, en este templo, y ya, aquí no. ‹‹Vayan por todo el mundo, lleven la alegre noticia, ofrezcan la enseñanza, la sabiduría, consagren a todos los hombres al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo››.
Queridos hermanos, gracias a la Resurrección de Cristo, la presencia de Dios está a nuestro alcance, gracias a la Resurrección de Cristo todo ser humano se convierte en alguien importantísimo, alguien a quien Dios está buscando, está llamando, está santificando, está escogiendo, está apropiándoselo para su rescate del mal, y sobre todo del pecado y de la muerte; gracias a la Resurrección de Cristo los lugares de Dios, los espacios santos de Dios, son las personas; donde se realizan los prodigios de Dios, los corazones de los creyentes.
Por eso nosotros este día, mis queridos hermanos, hemos de hacer un acto de fe, de compromiso sencillo pero profundo, de creer, de llenarnos de Jesús, comprender la misión de Jesús, el alcance de su existir, y de todos los dones que Dios le concedió, para que se arrojen los espíritus malignos, se acabe tanta maldad, para que desparezca toda esa crueldad de dependencias satánicas que están quitando la paz, quitando la vida, quitando todo a los seres humanos.
¡No está aquí! Vayan por todo el mundo, vayan con los discípulos, Él andará con ustedes, Él vivirá para ustedes, Él les enseñará todo lo que ustedes deban decir, y no se preocupen de que si esto, que si lo otro, que si el día de mañana que comeremos o que beberemos, y no se preocupen que como se defenderán ante los tribunales, el espíritu vendrá acompañándolos y les dará palabras de inmensa sabiduría.
La Resurrección de Cristo pues, mis queridos hermanos, llegó para todos. La Resurrección de Cristo ha santificado, ha bendecido. La Resurrección de Cristo ha depositado vida nueva, semilla nueva, calidad nueva en lo más sagrado de nuestros corazones, porque su sangre preciosa, porque su amor infinito a los hombres tiene un poder ilimitado a los ojos de Dios. Sintámonos, pues hoy en especial, mis queridos hermanos unidos, atraídos, bendecidos por Cristo. Así sea.