Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

En la Celebración por la Institución de Ministerios a Seminaristas 

22 de mayo de 2021

 “Si yo quiero que Él permanezca hasta que yo vuelva, a ti qué, tú acolítame”. Mis queridas, mis queridos hermanos, en la literatura sublime espiritual, juanina, qué se considera realizó el apóstol San Juan, estas son las últimas palabras de Jesús a Pedro, y al final, son las últimas palabras de Jesús a los discípulos del amor; llamo “Discípulos del Amor” a Juan, a Pedro. San Juan al principio era muy egoísta, por eso el asunto del amor, clausurando la etapa terrena de Jesús, es muy importante y muy bella, muy significativa; de jovencito cuando el Señor lo llamó, era muy duro, era muy ambicioso, él quería estar por ejemplo, a la derecha de Jesús, era ventajoso, él quería sacar fuego del cielo y, barrer, barrerse, quemar a los samaritanos que no los recibieron, y sabemos, termina con una dulzura, una mansedumbre muy bella, reclinado en el pecho del Señor.

 Pedro no se diga, mis queridos hermanos, recibió un título mesiánico por decir, muy duro, yo creo el más duro “¡Apártate de mí Satanás!” le dijo un día Nuestro Señor, porque como que estaba repitiendo las tentaciones, las tres tentaciones de satanás, como que Pedro las había ido repitiendo en su trato con Jesús, ‒en pocas palabras‒ que hiciera su propio camino desligándose del Padre, cosa que era un absurdo; por eso así como satanás le puso tres tentaciones muy graves a Cristo, ahora Jesús le ofrece, le regala, le pide, tres propuestas de amor; el misterio de Jesús se explica, el misterio de Jesús se disfruta, se entiende, sólo desde el amor, “Simón, ¿me amas, me amas más?”, y bueno vemos respuestas de Pedro ‹Señor, no llegó al ágape, a ese amor que sólo tú tienes, te quiero›, y el Señor lo acepta por ser tan honesto y le dice, ‹muy bien, apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos, lleva el amor, lleva la paz, lleva la pastura, el pasto para mis ovejas, también para mis corderos que pertenecen a mi rebaño, pero tal vez en ocasiones serán broncos, rebeldes, tú no te salgas de este camino, de la paz, construye para ellos, ayúdalos a que recuperen la paz y el alimento›, como ya había dicho en otras ocasiones, a su tiempo.

 Queridos hermanos, en este contexto nuestro Seminario. hoy presenta a jóvenes que han seguido respondiendo porque escucharon esta misma Palabra, “acompáñame”, la traducción claro que es muy bonita, “¡sígueme!”, seguir a Jesús, es el gran tema de la salvación, seguir a Jesús, es de lo más seguro, de lo mejor que puede haber; y la Iglesia por eso, ofrece un ministerio específico que no ha querido, no ha podido hacer a un lado, a pesar de tantas reformas, todavía al final del Concilio Vaticano II, se preguntaba si también desaparecían los acólitos, y al contrario, ¡no!, tiene que haber un momento en que los que peregrinan hacia el ministerio se detengan y gocen, esta experiencia del seguimiento, del acompañamiento de Jesús; de hecho se abolieron el exorcistado, el hostiariado, los hostiarios, los exorcistas, los sub diáconos, se eliminaron de los ministerios del el ¨Presbítero, y quedaron: lector, acólito.

 Bueno, hoy cuando nuestro Seminario presenta a sus Lectores y sus Acólitos, claro también los candidatos, disfruta esta Palabra que precisamente se nos ha regalado hoy, la última, la primera, la última, la primera y la última palabra de Jesús, lo estoy diciendo en plural “Vénganse conmigo, vénganse detrás de mí” o sea, “Síganme”. Queridos hermanos, y cómo es sorprendente que esta palabra de Jesús, está en las piedras fundamentales de la fe y de la oración del pueblo de Israel; y es así como nosotros tenemos en el Salmo 63, esta expresión justamente, y el, este Salmo es el de los más queridos de la Iglesia; la Iglesia no celebra una sola fiesta solemne. sin este salmo, y en este Salmo, en el corazón del Salmo, hay está expresión ‒nuestros traductores españoles lo hicieron muy bello‒ y dice: “Mi alma, está unida a ti, mi alma está unida a ti”, estoy perfectamente unido a ti, te amo con el alma, te sigo con el alma, me entrego a ti de todo corazón”, sin embargo debería traducirse ‹voy caminando detrás de ti, con toda mi alma, babeo por ti, yo babeo por ti, te sigo emocionado, feliz›.

 Queridos hermanos al final, todos, como Pueblo Santo de Dios, como bautizados, así es cómo debemos seguir, así es cómo debemos acompañar a Jesús, detrás de Él, pero con una profunda lealtad, «mi alma te sigue, detrás, con emoción, con una gran felicidad»  Y ¿qué características nos pide el Salmó? nos ofrece el Salmo para que esto sea cierto, que el seguimiento de Jesús es un seguimiento auténtico, ya lo sabemos, «Señor tú eres mi Dios, por ti madrugo», no sé si ustedes se han fijado y saben, en el Seminario siempre se madruga, si hay algo que le queda a uno como elemento de la formación del Seminario: madrugar, levantarse temprano, tener la disciplina de no quedarse ahí hasta mediodía; hoy se escucha que muchas personas o jóvenes, se levantan a mediodía, se levantan ya tarde; un seminarista automáticamente queda preparado para madrugar, un Sacerdote, un Obispo, menos este que está mal hecho, debe madrugar, madrugar.

 ¿Porque madrugar? Buscar, desde el primer instante la luz de la vida, el alborada, el rosicler, ‒dirían  los poetas españoles‒ “cuando despunta el agua”, ‹de la salida del sol hasta el ocaso, soy tuyo, estoy para alabarte›. Se levanta pues, a la aurora con sed ‹mi alma tiene sed de ti, y aunque viva en una tierra desértica, sin agua, yo te busco, y hago de este desierto un Santuario›; fíjense que cosa más actual, el mundo de hoy parece un desierto, se siente un gran desierto de espiritualidad, estamos desiertos de piedad, se está haciendo un desierto en la capacidad de bendición, de alabanza a Dios, ¡no! dice el Salmista ‹Yo madrugando, te contemplo y hago de mi desierto un Santuario, y ahí descubro tu gracia, tu cariño, que vale más que la vida, así es cómo construiré la vida›, y dice el Salmista, ‹y te alabaré, y seguiré anhelando siempre tu gracia, tu favor›; y después fíjense: la aurora, desde la mañana – madrugada, hasta el lecho, ‹velando medito en ti, y a la sombra de la noche para mí, las sombra de tus alas,  cantó con júbilo, me llena la alegría, el desierto, el santuario, mi camita, todo el arco de la jornada es para ti, estoy para ti, soy tuyo; qué delicia estar a la sombra de tus alas y te sigo contemplando y  alabando›.

 Bueno mis queridos hermanos Acólitos, aquí tienen ustedes, ‒yo también‒, aquí tenemos ese programa de quienes siguen al Señor; quiero asomarme también al Ministerio de los Acólitos con una expresión muy bella que el Rey David, en uno de los momentos cumbres de su vida, en este caso muy dolorosos, él nos enseñó, “Señor abre mis labios para proclamar tu alabanza”, el Evangelio de San Mateo lo primero que nos dice, y lo primero que le impresionó, y que observó en Cristo fue esto, «abrió sus labios», muchas personas borran eso, traductores, yo no sé qué están pensando, y simplemente dicen ‹subió, se sentó en el monte y dijo›  ¡No! ‹llegó, se sentó, y el alma que sabe amar, y que sabe contemplar al amado, nos dice: «y abriendo sus labios, proclamó, comenzó el Evangelio», y con lo más bello, las famosísimas e inmortales Bienaventuranzas o Sermón del Monte, tuvo pues inició, ese sagrado ministerio profético, predicación de Jesús, magisterial, «abriendo sus labios»; Señor, abre mis labios, porque un ignorante, porque una persona fea, enojada, distraída, no habla, cuando estamos en pecado, casi aquel instintivo que hacemos, cuando hicimos una ofensa, observen por ejemplo en la familia, cuántas veces la esposa dice “no me habla”, llegan, “no me habla”; qué triste es cuando una persona no saluda, no es capaz de abrir sus labios, para pensar, para honrar, para establecer vínculos con el otro, “Señor, abre mis labios y resurgirá tu alabanza

 Queridos hermanos lectores, jovencitos, que hoy, a ustedes que se les instituye como Lectores, este pensamiento, esta actitud, les nazca del alma, invocar al Espíritu, invocar la Gracia de Dios, para que desde el primer momentito que abras tus labios, eso se convierta en luz, mensaje, consuelo, Palabra de Dios, alabanza, para nuestro Divino Señor. La Iglesia hasta la fecha, tantas actividades las comienza «Señor abre mis labios», que yo no diga tonterías, que yo no diga cosas insulsas, falsas, sé Tú quién abra mis labios, y proclame la verdad, y diga las cosas con sabiduría;  y ese mismo Salmo dice que: la verdad se conoce, y la verdad es auténtica, cuando sale del alma ‒otra vez‒ de lo íntimo, y la sabiduría es sabiduría divina, cuando brota del corazón. Pues queridos jóvenes, con esto yo les comparto lo hermoso de su Ministerio, con esto me acercó y me uno ustedes, al momento tan bello que viven, y que estas características les acompañen siempre, cuando nosotros ejerzamos el Sagrado Ministerio de la Palabra, que lo hagamos pensando en Dios, movidos por su poder, su misericordia, y su patrimonio de verdad, y de sabiduría infinitas. Así sea