Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
En la Celebración Eucarística por el “Día de las Madres”
10 de mayo de 2021
“Quítate las sandalias, porque el lugar que pisas es sagrado”. Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, no puedo celebrar junto con ustedes este día, sin pensar que las mamás son el primer santuario que pisaron nuestros pies; y sucede en este, en esta experiencia, en este regalo tan bello, de estar en el seno materno, sucede, lo que el Señor pidió a los grandes hombres de la historia de la salvación. Quiero pensar por ejemplo en Moisés, cuando se acercó a Dios, lo primero que le dijo fue: “quítate las sandalias, porque este lugar es sagrado”, aquí no vengas con tus botas, con tus seguridades, aquí eres creyente, aquí eres creatura, aquí eres hijo. Josué en el momento solemne en que iba a entrar a la Tierra Prometida, fue parado en seco por el ángel que le dijo “quítate las sandalias, porque vas a entrar a una Tierra Santa”.
Hermanas, queridas mamás, eso son ustedes, esa tierra sagrada, ese espacio sagrado, ese sitio santo, donde Dios nos depositó por primera vez, en nuestro largo itinerario, antes de que nuestros pasos se afianzaran en la historia personal y social, el Señor nos colocó, el Señor nos confeccionó, el Señor quiso estar junto con ustedes dándonos vida, y dándonos santidad, y bendiciones infinitas; por eso mis queridas mamás, ustedes den gracias a Dios, porque las asociado verdaderamente al proyecto de la vida, al proyecto del amor, al proyecto de la salvación; un niño durante nueve meses está ‒ hoy solo menciono esto ‒ un niño nueve meses, descalzo en el seno de su madre, porque está en un lugar sagrado; y qué bueno que eso lo siguiéramos entendiendo, qué bueno que eso lo siguiéramos perfeccionando, para ser buenos hijos, ustedes también porque no, para que sigan siendo buenas mamás; mamás que transmitan la experiencia de Dios, las bendiciones de Dios, la gratuidad de Dios, la fidelidad de Dios; porque los Apóstoles y sobre todo Nuestro Señor nos decían “el amor no pasa nunca, permanezcan en mi amor”.
Venimos a pedir para que en México y todo el mundo, en nuestra Diócesis, el amor de la madre, el amor de los hijos hacia sus… hacia su madre, hacia sus padres, no se acabe, que no se vayan, cómo puede suceder en algunos casos el día de hoy, que con qué facilidad se desligan la madre de los hijos o los hijos de la madre, y entonces se pierde ese calor y esa ternura de Dios, esa dulzura que nunca debe faltar en el alma; podemos caminar sin dinero, podemos caminar sin fama, podemos caminar sin prestigios o incluso sin trabajo, incluso sin salud, pero no podemos vivir sin la ternura, la dulzura y la delicadeza de nuestras madres, que sembraron desde que llegamos a este mundo.
Y vean queridos hermanos cómo es la Providencia Divina, hoy qué celebramos el Día de las Madres, se nos transmite una experiencia muy bonita que tuvieron los apóstoles: San Pablo y sus compañeros llegaron a Filipos, y un día se fueron a caminar a la orilla del río, y qué experiencia tan bella haber encontrado un grupo de mujeres que se reunían para hacer oración. Mamás, no se cansen de hacer oración; en la oración, Dios no sólo nos habla, no sólo nos inspira o purifica, sino que Dios nos integra perfectamente a su misterio de amor y de salvación; estas mujeres se reunían para hacer oración, que nosotros no perdamos, ni yo, yo también debo hacer oración, pero como que es delicioso ver a las mamás haciendo oración, enseñando a orar a sus hijos.
Y luego dice el autor de la Carta, el autor del Libro de los Hechos de los Apóstoles, que “se podía platicar con ellas”; ya ven como se necesita hoy dialogar, dialogar en los hogares, que volvamos aprender a platicar, que volvamos a aprender a sentarnos tranquilamente, cuidadosamente, a escucharnos, que los hijos sigan escuchando a sus padres y que los papás a sus hijos, y que sea un diálogo constructivo, un diálogo ‒ vamos a decir ‒ obsequioso, no agresivo, no egoísta, no ventajoso. Estas mujeres sabían dialogar, y conversaron los Apóstoles deliciosamente con ellas, yo puedo decir que así, a mí me ha pasado con las mujeres de mi Diócesis, cómo se puede dialogar con ellas, qué bonito es escucharlas, qué bonito es también, aprender de los sentimientos y de las ilusiones, y de los dolores de una mamá, me gusta siempre decirles a los niños: ‹”tu santa madre”, escucha, respeta a tu santa madre› por todos estos dones, que por ejemplo los Apóstoles descubrieron en aquellas mujeres, que en Filipos encontraron a la orilla del río, conversaran con ellas, y ellas, escucharon el Evangelio.
Nunca se les olvidará a los Apóstoles la escucha atenta, respetuosa de las mujeres, que dará mucho fruto, ‹ellas nos escucharon y, pudimos transmitirles el mensaje del Evangelio›. Entre ellas había una mujer llamada Lidia, de la ciudad de Tiatira, una mujer completamente normal; quiero pensar en mis queridas hermanas las mujeres, las mamás texcocanas, cómo hay aquí en Texcoco mujeres comerciantes, yo pido mucho por los comerciantes que les vaya bien, que lo hagan bien, que den buenos precios y que vendan mucho, para que así no tengan la tentación de estar subiendo los precios, que haya muy buenos comerciantes; todo Texcoco, sobre todo en el área del centro, pues es… son comercios.
Yo quiero que mis comerciantes progresen, que vendan mucho que me los quieran, y que ellos hagan un ambiente atractivo, acogedor; y en eso, pues necesitamos a las mujeres, como que son las que ponen el toque del comercio, porque no, que entre nosotros todos los comerciantes estén acompañados, inspirados por sus mamás, por sus esposas, por sus hijas, para que no haya desordenes, para que no haya desencuentros con los marchantes, como se decía antiguamente, sino que haya un comercio muy agradable, incluso dice Pablo, ‹y ella era comerciante en púrpura, pero adoraba al verdadero Dios ›, que el afán, el trajín del comercio, no les quite el pensamiento, la relación con Dios, con el Dios verdadero.
Y dice el Apóstol: “qué bonito era el corazón de estas mujeres, Dios tocó su corazón, y lo tocó tan al fondo que, nos seguían, se comprometieron con nosotros y nos invitaban a su casa; y ya nos íbamos pero, dice, ‹nos convencieron, y nos rogaron que nos hospedamos en su casa, y nos obligaron aceptar›”. A mí me ha pasado esto, muchas veces, con ustedes mujeres cristianas; a mí me encantan oír que reciben bien a mis catequistas, que reciben bien a los agentes de pastoral, que reciben bien a los señores mayordomos cuando van a visitarlos, que reciben a mis sacerdotes; como me da gusto ver que, muchas personas reciben delicadamente a mis sacerdotes; y bueno este… a mí ya no, porque yo ya no debo andar, ya no estoy joven como para andar saltando y brincando, pero inviten a mis catequistas, escuchen, acojan a todos los que les lleven mensaje de salvación, de Iglesia, de la parroquia, de la Diócesis, y serán mujeres inmortales, como lo fueron Lidia y como lo fue Priscila para los Apóstoles – cito a ellas nada más, hay más – y por ejemplo Juana mujer de Cusa, María Magdalena, que… Marta y María que, como disfrutaban compartir y tener cerca, en el corazón de su hogar a Cristo.
Todo sea por Él, pensando en Él, y para Él; entonces suplico a Nuestro Señor, lo que nos ha dicho el Salmo 149, es ya de los últimos Salmos, a ver, yo diría, quedémonos con esto: “Que el Señor inunde de regocijo sus hogares”; esta es la súplica del Obispo, del querido padre Valentín, y de todos mis sacerdotes el día de hoy: Queridas mamás, que el Señor inunde de gozo sus hogares, que Nuestro Señor multiplique todas sus obras buenas, que haga florecer sus sacrificios, sus momentos de soledad, sus momentos de mucho dolor, de enfermedades. Como suplico a mi Dios, para mi querida Diócesis, inunde de gozo sus hogares, para que siempre haya una alabanza tan bonita, como la que las mujeres saben dirigir a nuestro Padre, cuando lo hacen como portadoras de vida, como espacios de salvación. Así sea