Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

Solemnidad de la Sagrada Familia

 

27 de diciembre de 2020

 

Cuando se cumplieron los días de la Purificación de ellos, subieron al templo con Él a Jerusalén paraca ponerlo en pie ante el Señor”. Queridas hermanas, mis queridos hermanos qué grande es la palabra, sobre todo cuando se proclama en la Iglesia puesto que nos llena de luz, puesto que nos llena de paz y de sabiduría.

 

Toda la iglesia hoy, así como un día la Santísima Virgen y san José, plantaron, llevaron, pusieron ante el Señor a su hijo, así hoy la Iglesia, quiere poner a todas las familias en la presencia del Señor, para que queden en pie, para Él, a su servicio, para sus bendiciones para su protección, para que se fortalezcan, para que crezcan, para que sean familias buenas y sabías, para que nuestras familias estén llenas de gracia, acontecimientos agradables. Eso es lo que el texto sagrado, ciertamente hoy nos dice, nos inspira, para todos aquellos que pertenecemos a Él y somos llamados con Jesús “Santos para el Señor”

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Quiero junto con ustedes hacer un repaso sencillo de lo que es el texto sagrado que la Iglesia presenta a los fieles, comenzando con Abraham – Padre, el padre original de nuestra fe, y junto con él, Isaac su elegido, Jacob su consagrado, y así sucesivamente todos los israelitas que estuvieron bajo la mirada de Dios; y cuáles son esas características con las que se hace una persona y una familia; ya lo escuchamos: la confianza, la entrega total a Dios.  Al ver Dios qué Abraham correspondía, respondía dignamente, afianzándose en la entrañable cercanía con Dios, Él dijo «Te bendeciré, te bendeciré por siempre a ti, a todos tus hijos, y tus hijos serán tan grandes llegarán tan alto como el infinito como las estrellas del cielo, y podrán llenar, llenar de luz los abismos, y serán como las arenas del mar, así será tu descendencia». El autor de la Carta a los Hebreos vuelve a ser una referencia al patriarca diciendo: y es que era tanta su fe, qué creyó en un Dios que nos saca de la nada y resucita a los muertos, por eso es grande su vocación.

 

Pues queridas hermanas, mis queridos hermanos llegando al Evangelio, vemos como aparecen términos tan inspiradores que la Iglesia también ha recogido, también de las personas y de las familias. “Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos”, cómo me emociona este texto este término, san José,  la Santísima Virgen iban a tener cerca, dentro de su hogar, al alcance de su mano, al Hijo de Dios, y tenían que tratarlo con pureza, con cuidado, mucha delicadeza; tenían que recibir, tenían que aceptar, tratar, tocar al Hijo de Dios, limpios.

 

Qué pasa cuando nosotros trayendo mugre o grasa en las manos tocamos, bueno a un niño, a cualquier persona, pero en este caso se trata de su Hijo. Cuantas veces somos nosotros os que ensuciamos a las personas, nos acercamos a ellas irresponsablemente, frívolamente, nos acercamos a las personas en una forma hasta ambiciosa, utilitarista, convenenciera; en la familia no debe ser a eso, en la familia el sistema de la gratuidad, de la delicadeza, de ser limpios, de ser honestos, debe set una característica que nos impregne hasta lo íntimo del alma.

 

La Santísima Virgen hoy la Iglesia celebra y está segura, nunca cometió pecado, o sea atropello, mentira, abuso descuido y de todos modos ella quiso dar el signo junto con san José, y de que quería estar pura, lista, digna para tratar a su Hijo. Hoy nuestras familias necesitan de nuevo llenarse de ese espíritu para poner la base correcta de la edificación de una persona, de un hijo, poner la base auténtica, verdaderamente útil y necesaria para que las personas como lo vimos al final, crezcan, estén fuertes, incluso sean sabias y tengan gracia, o sea, cuando una persona está bien hecha, es muy agradable en lo que dice, en lo que hace, en la forma como se presenta, se viste, se conduce; a todo mundo le resulta agradable, el hecho de ir viendo así como crecen los niños, como se van formando, como se van integrando primero a las familias, luego a la sociedad, a las comunidades, y tenemos experiencias muy bellas.

 

Esto es lo que la Iglesia hoy  ha recogido desde el momento del bautismo cuando les dice a los papás, a los padrinos: proclamen su fe y renuncien, proclamen abiertamente que ustedes no quieren nada con el maligno, con satanás ¿renuncian a satanás? ¿No vas a dejar que satanás te aconseje, te diga cómo vas a tratar a tu hijo, a tu hija? Y entonces los papás, los padrinos se purifican y otra vez realizan el camino de la familia correctamente gracias a la fe.

 

Dice el texto sagrado que ellos lo llevaron con esa disposición para que Él “Quedara en pie”. Hoy vemos muchos niños y jóvenes pues, casi derrotados, sin alas, sin futuro, sin preparación, caídos o derribados; José y María como Abraham y su descendencia ‹en alto› los de Abraham hasta las estrellas, como las estrellas, Jesús, tan alto como Dios, como el Señor. Que las personas no se doblen, que no las derriben, que no las tumben, para eso se necesita a la familia, la actitud, la presencia, la palabra, el servicio del papá y de la mamá.

 

Queridos hermanos, lo mejor pues en una familia, es la confianza en Dios, la inspiración, la fe en Él, y lo más grande que pueden ofrecer a sus hijos es este regalo tan bello de caminar en la casa del Señor, que sean verdaderamente hijos de Dios. Hoy ustedes sobre todo los sacerdotes, el Obispo estamos celebrando la Sagrada Eucaristía con un amor muy grande, con una confianza firme en nuestras familias, con una súplica amorosa porque el Señor cuide, acompañe, construya al estilo de la casita de Nazaret, José y María, a nuestras propias familias. Así sea.