Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

Solemnidad de la Presentación del Señor

2 de febrero de 2021

“Movidos por el espíritu, fueron al templo”. Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, suplico al Señor, y estoy seguro que ustedes y yo, hemos venido al templo, movidos por el espíritu; y eso ayuda a que todos realicemos juntos, una acción preciosa de alabanza, de bendición, de encuentro, con nuestro padre Dios, y también con su Hijo Jesucristo. Ellos fueron pues, movidos por el espíritu, y ahí se encontraron personas en las que habitaba el Espíritu Santo, y entonces se hace una armonía preciosa: el niño, sus padres, la Santísima Virgen, San José, los ancianos.

 

Como quisiera de una vez decir, que la Iglesia ame, defienda, ayude, apoye, valore, a los niños y a las personas mayores, porque siguen siendo hasta el último instante de su vida, personas providenciales, personas clave, para que florezca la vida, para que desciende el espíritu y la bendición sobre las criaturitas representadas en esas imágenes, que ustedes traen para que siga viendo esa perfecta conexión entre Cristo, su Iglesia, su padre, su gente, y no existan esos desencuentros tan dolorosos, que se hacen en el universo de la economía, dónde es división, que si los pobres, los ricos, los que tienen, los que no tienen, la política:  los que son de este partido, los que son del otro partido, los que tienen tales ideales o principios. ¡No! la Iglesia comunidad, la Iglesia familia, la Iglesia armonía integrada perfectamente al interior y al exterior.

 

Por eso mis queridos hermanos, quiero que esta acción litúrgica para ustedes y para mí, sea lo que dijo aquel anciano en una forma tan bella y providencial para, bien de todos. Estamos aquí y venimos a la Iglesia para bien de todos, que esto nunca se nos olvide a lo largo del año, acudimos, nos presentamos, o presentamos a otros al templo ante nuestro Señor para bien de todos. Dios ha preparado el recorrido histórico de su Hijo, para bien de todos; y claro de allí surge la bendición, el servicio generoso como el que presentaban siempre a Nuestro Señor, Simeón y Ana, que abrazaban, a cuántos niños no habran bendecido, sin embargo la bendición que ofrecieron a Cristo, fue una bendición, única, irrepetible con una proyección a la eternidad.

 

 Y así pues mis queridos hermanos, todos nosotros hoy, tengamos ese firme compromiso, de no perder el gusto de asistir al templo, de presentarnos, de presentar ante Dios a nuestros seres queridos. En el texto griego es bellísima esa palabra, “ponerlo en pie, que quede en pie, que esté en pie”, que no tropiece, que no lo tumben, que no lo derriben, que no lo aplasten. Como es la experiencia humana, por lo general, más frecuente, caer, estar tirados, estar en cama, estar pues, derrotados.

 

Qué las personas puedan estar en pie ante Dios, que realicen su vida en esa forma tan sencilla, y tan digna, y que por lo tanto se pueda crecer, se pueda mejorar, que podemos fortalecernos, cómo le ha sucedido al Jesús en una forma espléndida; que existan personas llenas de sabiduría, la sabiduría del amor, la sabiduría de la comunión, la sabiduría del encuentro, de la acogida, la sabiduría de glorificar a Dios, la sabiduría de tener la capacidad de hacerlo todo en una forma digna y agradable.

 

Fue agradable a Dios” y sigue siendo muy agradable para la Iglesia, esa presentación de Jesús al templo, esa serie de detalles, y de personas que colaboraron, para que la vida de Jesús continuara, como decía el Padre en varias ocasiones  acerca de Cristo «Este es mi hijo muy amado, y estoy muy contento con Él, me siento feliz con Él»; eso es lo que hoy venimos a pedir para los niños, para las familias, para las personas mayores, que conforman nuestra comunidad. Así sea.