Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

 Misa Exequial, por el eterno descanso de Mons. Salvador Valencia Valencia

 17 de abril de 2021

 “Su alma está en las manos de Dios”. Mis queridos hermanos, mis queridas hermanas, hemos venido a dar gracias a Dios por la vida, por el itinerario espiritual y humano, de Monseñor Salvador Valencia, a quién Dios quiso poner, ofrecerlo, a nuestra Diócesis de Texcoco, dándole el privilegio junto con algunos hermanos sacerdotes, por ejemplo aquí está Monseñor Ramitos y Monseñor Guillermo Oviedo; le concedió Nuestro Señor ser de los sacerdotes fundadores de nuestra Diócesis de Texcoco, y de caminar con tanta alegría y lealtad en medio de esta Iglesia.

 Él junto con nuestros venerados hermanos mayores, él tuvo la nobleza de participar siempre en una forma espontánea, en una forma fiel, muy agradable en todos los eventos de nuestro presbiterio, y claro también, vivir intensamente las distintas etapas de la vida diocesana. Por eso, yo quiero honrarlo junto con mis sacerdotes, quiero darle gracias a Dios por esa vida tan bonita que le concedió, al punto de llegar a ser de las personas ejemplares que construyen el reino de Dios en estos tiempos actuales y difíciles, y que se ofrecen como una oblación agradable a Nuestro Señor; yo estoy seguro que él ahorita, le comenta a nuestro Padre “yo iba con mucha alegría a tu casa, qué alegría cuando se trataba de ir a verte, de ir a servirte a tu Templo Santo”, es de las cosas bellísimas que un sacerdote podrá decir en la presencia de Dios.

 Y con eso queridos hermanos, se cumple lo que el autor del Libro de la Sabiduría profetizaba ‹las almas de los justos están en las manos de Dios›, y ellos, llega un momento en que quedan a su lado, quedan por siempre; y lo dijo fuertemente el apóstol San Pablo “estaremos siempre con el Señor”, porque un sacerdote eso es lo que más anhela, ‹estar en la casa del Señor, una sola cosa le pido Nuestro Señor, estar en su casa›. Cuántas veces, nosotros lo sabemos, alejarnos de su casa sagrada, pues es lo que ocasiona muchas situaciones difíciles, hasta penosas, pero el sacerdote constantemente tiene ese sagrado imán de estar en la casa del Señor, él hasta el último día de su vida así lo pidió, así quiso estar, y así tuvo el privilegio de experimentar con su vida espiritual tan bonita, que Nuestro Señor le concedió.

 Nuestros sacerdotes mayores han sido en esta Diócesis un baluarte, un ejemplo, y repito, él perteneció a ese grupo de sacerdotes tan entrañablemente vinculados a los presbíteros, y también a su Obispo; puedo decir en lo que a mí se refiere, “mi humilde ministerio quedó adornado por su cariño, por su fidelidad y su amistad”, vengo con junto con ustedes a dar gracias a Dios por su vida, por su historia personal, por su historia ministerial y pastoral, y por eso, porque a nosotros nos queda es, sentir un gozo, una paz, muy grande, y eso convirtiéndola en un súplica, que en su sagrada Providencia Dios nunca nos retire esta clase de hermanos, esta clase de sacerdotes fieles y humildes, alegres, comunitariamente estrechamente unidos a la comunidad, y que por lo tanto pues, glorifican desde la tierra los designios y los caminos del reino de Dios.

 Queridos hermanos, y haciendo un indigno acercamiento al Santo Evangelio porque ‹quien podrá acercarse con labios puros, con un corazón totalmente limpio al Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo›, pero quisiera en acción de gracias, decirle a Nuestro Señor «Tú tenías que venir, como te necesitábamos, Tú tenías que estar aquí con nosotros Jesús, Señor Jesús, tú tenías que venir al mundo porque de lo contrario nuestra vida, nuestros itinerarios, hubieran seguido tan descompuestos, tan desbaratados, que no hubieran tenido sentido; Tú tenías que venir al mundo y haz que eso lo sintamos y lo prediquemos nosotros los sacerdotes. Estamos aquí por Jesús, queremos qué Jesús esté en sus vidas, en sus hogares, para que la enfermedad, para que la tristeza, para que toda la problemática que vivimos, pues primero se ilumine y luego pues, se retire todo lo que sea indigno de Dios, todo lo que no pertenezca a su santidad, a su sagrado deseo; y luego ¡llenarnos de su espíritu! como lo estuvo Jesucristo mismo, Nuestro Divino Señor».

 Pues queridos hermanos, repitamos esas palabras con un convencimiento gozoso de Santa Marta cuando le decía a Jesús, «Tú tenías que estar aquí, porque sin ti nuestras tristezas son muy profundas, nuestra desolación es desagradable, Tú tenías que estar, Tú tenías que venir»; eso hagámoslo una súplica diocesana; mis queridas, mis queridos hermanos, que Jesús no nos deje, que Jesús no se aleje, que no se desdibuje jamás su presencia, su figura de en medio de nuestra Diócesis; que Él venga, que venga acompañarnos, que venga consolarnos, que venga inspirarnos, que venga darnos la fortaleza, la vida que tanto necesitamos para que nuestro mundo no muera, y sobre todo que no muera sin Él.

 

Y entonces también, queridos hermanos, recojamos, que es lo central del Evangelio, las palabras mismas de Nuestro Señor, ‹yo quiero que ustedes crean, yo quiero que a ustedes les quede en lo más sagrado de su alma que: “Yo Soy la Resurrección y la Vida”›. Queridos hermanos, en Cristo, todo lo que está caído se levanta, todo lo que se derrumbó, otra vez adquiere vitalidad y hermosura, cómo fue el proyecto que se tienen todas las criaturas, sobre todo en el ser humano, “Yo soy la Resurrección y la Vida”, que este siga siendo para nosotros el gran eje que nos ayude a caminar, que nos ayude a vivir, y por lo tanto también, enfrentar cualquier contrariedad, ya lo sabemos el pecado, la enfermedad y cualquier otra derrota que aparezca en nuestras vidas. Jesucristo es la Resurrección y la Vida, nosotros lo amamos, nosotros lo tenemos en el centro de nuestro corazón y de nuestras comunidades, como la resurrección y la vida; “El que está en pie, y estará por siempre en pie junto con nosotros para gloria de Dios”. Así sea