Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
Celebración por el eterno descanso del alma del padre J. Antonio Méndez de Anda
05 de marzo de 2021
“Yo soy la resurrección y la viuda”. Queridos hermanos, nos hemos reunido para darle gracias a Dios por la vida, por la historia, el ministerio que concedió al querido padre Toño y, naturalmente, espontáneamente nos viene al corazón la vida de nuestros sacerdotes, que a lo largo de esta etapa tan fea en todo el mundo, pues también nos arrancó a otros hermanos sacerdotes; y en mi caso, pues no tuve la dicha de tocarlos, abrazarlos, bendecirlos, eso lo llevaré en mi historia personal como un dolor muy grande, pero sé que nuestro Señor tendrá una compasión, una actitud mucho más bella hacia mis sacerdotes por esta situación tan absurda que nos ha tocado vivir.
Y sí, me toca pensar que, en la vida de mis sacerdotes hay toda una historia de salvación, una historia de amor, una historia de lealtad y de servicio sacrificado, de muchas buenas obras. Quiero pensar cuantas buenas obras no estará viendo nuestro Padre Dios, en cada uno de mis sacerdotes, estoy seguro que son incontables esas obras buenas, esos momentos de sacrificio, de abnegación, que mis sacerdotes, nuestros queridos hermanos sacerdotes han vivido a lo largo de toda su vida. Repito, por eso darle gracias a Dios, porque nunca nos retiró su espíritu, nunca nos retiró su compasión y misericordia, y de hecho seguirle pidiendo, que no aparte sus ojos, no retire su mirada de nuestro presbiterio, para que siempre lo vea con piedad y con una compasión misericordiosa muy grande.
También mis queridos hermanos, es el momento tan bonito y oportuno de que todos nosotros servidores de Dios, nos presentemos ante Él como pecadores, somos pecadores, como fallamos, como tenemos etapas oscuras, como tenemos periodos en donde tal vez la fe o el amor a nuestro Señor no está tan despierto y entonces, humildemente – como lo hace todo el pueblo, como lo hacemos con toda la comunidad – le decimos a nuestro Señor: Ten misericordia de nosotros, compadécete de nosotros, trátanos como tus amigos, trátanos como tus escogidos, ten misericordia de nuestros pecados, ten misericordia de todas nuestras flaquezas y miserias, y cúbrelas con la sangre preciosa de nuestro Divino Redentor.
Es así queridos hermanos, como nosotros tenemos el orgullo de ser Iglesia, es así como nosotros tenemos esa dicha de saber que el amor de Dios, con que arranco nuestra vida, se va extendiendo y acompañándonos hasta el último instante. Dios no retira nunca ese cariño que nos tiene, ciertamente a todos los bautizados. Hoy en el Santo Evangelio, eso se ve clarísimo, en realidad nosotros hemos muerto con Cristo, en realidad todos los bautizados ya morimos con Cristo, lo demás va siendo, digamos, como decía san Pablo, un ir poniendo nuestro granito de arena, él decía: “completo en mi cuerpo los sufrimientos de Cristo”, pero al final era para llegar a la cruz, y glorificar al Padre, a Dios Nuestro Señor.
Eso quiere decir mis queridos hermanos que, hemos de seguir aprendiendo a vivir la fraternidad, y me es ocasión muy bonita, propicia, para invitar a mis sacerdotes a que cada vez seamos más fraternos, a que cada vez seamos más de Cristo, más afables, que cada vez seamos más suaves, más delicados, que no dejemos que se apague en nosotros, la ternura, la dulzura del mismo Cristo para con sus Apóstoles, para que, pues nosotros tengamos esa paz de la lealtad de Dios comprometido en, arrancar todo luto, toda oscuridad del alma, y arrancar, pero de raíz, y de abajo para arriba, -como sería la traducción correcta del texto de los profetas y también de Cristo- “Mi Señor Dios arrancará toda lagrima”, ustedes saben que nosotros, todas las culturas humanas, enjugamos las lágrimas de arriba a abajo, siempre tomamos el pañuelo y nos limpiamos las lágrimas de arriba abajo, de alguna manera es de arriba a abajo;
El texto sagrado dice que Dios en cambio, nos limpiará las lágrimas desde abajo, de abajo para arriba Él es como enjugará nuestras lágrimas y ya sin luto, sin lágrimas, nosotros participaremos de su banquete; es lo que un sacerdote más ejerce a lo largo de su vida: poner, ofrecer, resguardar la sagrada mesa de Cristo, en donde todos somos hermanos. Bendigamos pues a nuestro Señor por esta oportunidad que nos da para renovarnos, para comprometernos como Iglesia, como presbiterio, como servidores de Dios, como atentos discípulos de Cristo y también, como personas de luz, personas de un gran servicio y de una gran compasión.
Termino con aquellas hermosísimas palabras, que la Iglesia ciertamente en las etapas primitivas, y sobre todo en la Edad Media, todavía asomándose el renacimiento repetía “Nosotros los cristianos somos respetuosísimos de todas las personas, pero sobre todo al final de su vida”, porque ahí es cuando entra Dios con su poder amoroso. A Él le damos gracias y le bendecimos por nuestros sacerdotes, y por las gracias y bendiciones que concedió a nuestro querido hermano, el padre Toñito, a su familia, a nosotros, y también he dicho, a mis queridos hermanos sacerdotes que han muerto o largo de este tiempo, bendiciones y un agradecimiento a Dios que me permitió conocerlos y caminar con ellos, que también ellos nos reciban en las moradas eternas. Así sea.