Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

IV Domingo de Tiempo Ordinario

 31 de enero 2021

“No queremos volver a escuchar la voz del Señor nuestro Dios, que llega a nosotros con un fuego devorador”. Mis queridas hermanas mis queridos hermanos en el primer texto que proclama la iglesia el día de hoy, por eso ojalá ya nadie de nosotros diga nunca «lectura de tal texto, lectura del Santo Evangelio», no es lectura, es una Palabra viva, es una Palabra proclamada, es una Palabra directa a la que los israelitas causó una impresión, una estrujamiento profundo “no queremos volver a escuchar a Dios”; por eso hoy la Iglesia seguirá diciendo: del libro del Deuteronomio, de la Carta del Apóstol, Santo Evangelio según San Marcos es lo que estamos ahora escuchando, y ponernos automáticamente en contacto con la voz, con la Palabra viva de Dios.

 

En la antigüedad, la conducta, las actitudes, dice el Salmo: “rebeldes del pueblo”, hacían que la voz de Dios se escuchara como terrible, como amenazadora, como un fuego, “no queremos volver a escuchar al Señor”, eso dolió mucho a Dios, y entonces maravillosamente, reaccionó Él como lo hace siempre en una forma preciosa, ‹está bien yo les voy a regalar un Profeta, que salga de entre ustedes mismos, y pondré mi Palabra en su boca›, por eso los evangelistas, ciertamente San Mateo, la primera vez que pone a predicar a Cristo, recoge esta expresión bíblica diciendo «se sentó en el monte, y abriendo su boca les predicó la Palabra de Dios».

 

Queridos hermanos, he querido resaltar para mí mismo y para ustedes la fuerza de estos textos, porque la experiencia de los judíos, como que sigue siendo una experiencia del hombre de hoy, “¡no queremos escuchar a Dios!, que Dios no nos hable porque nos estruja, porque nos convulsiona, porque nos desagrada, no entendemos, no nos conviene lo que Él dice, ¡no queremos escucharlo!”. Y queridos hermanos, ahí es donde entramos los creyentes, la Iglesia. Tomando la expresión del Santo Evangelio de San Marcos el día de hoy, cuando Jesús llegó a la sinagoga de Cafarnaúm y empezó a predicar, a muchas personas, ciertamente a los apóstoles nunca se les olvidó aquella predicación.

 

Y por eso el autor del texto nos dice que todas las personas, contrariamente a lo que pasó en el Sinaí, todas las personas, ευχαρίστησή μου, ustedes y yo entendemos esto, es el texto original griego, éxtasis, los franceses dicen “c´est un plaisir”, es un placer, la gente quedaba maravillada; por desgracia la traducción que aquí nos ofrecieron es que las personas, pues quedaron asombradas, o estupefactas, ¡sí! es eso pero, es algo más bello, es algo más emocionante, es algo atractivo, es algo hermoso, escuchar a Jesús, era algo delicioso. Estaban encantados con su Palabra, con su enseñanza; y ellos decían “yo me trepo, ahora quiero caminar sobre esa enseñanza, con esa Palabra».

 

Curiosamente el texto nos dice que la sinagoga, la comunidad pues, estaba feliz escuchándolo, y sin embargo, aparece una persona con un espíritu inmundo, y el texto dice: anecraxen, anecraxen, el verbo cracso significa gritar, anecraxen es, que este hombre gritaba desde el suelo, revolcándose en la tierra, le gritaba a Jesús, y Nuestro Señor por decirlo, no se pone al tú por tú con él, sino que con infinito cariño, con delicadeza y dulzura le dice ¡levántate y tú, sal de él! al espíritu malo.

 

Pues mis queridos hermanos que bendición para nosotros estar cerca de Jesús, qué bendición para nosotros poder escuchar detenidamente, apreciar todas las enseñanzas didaje de Nuestro Señor porque nos ofrecen una luz, una tranquilidad, una certeza, y una gran paz; al salir Jesús de la sinagoga, se respiraba una paz inmensa, y las personas glorificaban a Dios y bendecían “El señor ha visitado a su pueblo” está con nosotros en la persona de Jesús, en su enseñanza, en sus acciones, en su compasión y cercanía; y Dios nos irá purificando, y Dios hoy, irá haciendo qué tantos espíritus que nos derriban, espíritus malos que nos atormentan, que nos hacen rodar y ensuciarnos por el suelo, quitándonos la felicidad y llenándonos de depre, de angustias, pues de muchas desesperaciones; en el contacto con Jesús sucede, llega, una paz infinita.

 

Pues mis hermanos, sé que esto llegará ustedes este domingo, también lo pido para mí, su servidor. Que el obispo sea un hombre que pueda ofrecer con gozo, oportunidad, con sabiduría y mucha paz, con salud, la Palabra de Jesús, la Palabra de Dios. Así sea.