Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

III Domingo de Cuaresma

 

07 de marzo de 2021

 

 “Él hablaba acerca del Santuario de su propio cuerpo”. Mis queridos hermanos, en realidad esta puede ser la expresión más enigmática y misteriosa del texto de hoy, en realidad Él hablaba del Templo de su cuerpo; quien se iba a imaginar que este fuera el centro de aquella acción de Jesús que, a todos nos ha impresionado a lo largo de la historia, al punto de convertirse en una acción paradigmática y única. No ha habido en ninguna otra religión un acontecimiento tan impactante como esta que pasó en torno al Templo de Jerusalén.

 

El Templo de Jerusalén para los judíos era “los ojos de Dios”, ellos iban para que Dios los mirara; los oídos de Dios, iban al templo para que Dios los escuchara; los labios de Dios, ahí se instruía, ahí se explicaba la escritura, los mandamientos del Señor; ahí estaban las manos de Dios, acogedoras, facilitando el encuentro de los judíos, el encuentro con Dios, la caricia de Dios. El Templo era, las manos, los pies de Dios; y desde ahí Israel sentía como Dios caminaba en medio de ellos, estaba con ellos, se acercaba a ellos, no se diga, ahí estaba el corazón de Dios.

 

El Salmo de hoy como menciona que en la Palabra, en la voluntad de Dios, se rebela la grandeza de su corazón sobre todo en favor del pequeño, así nos lo ha expresado el salmista; no se diga las entrañas compasivas de Dios, ahí los israelitas se acercaban para alcanzar la misericordia de nuestro Señor; pero no lo valoraron, no valoraron ese espacio en donde Dios se manifestaba en una forma tan personal, tan intensa, tan directa, lo Él siempre había enseñado. Él no es un ídolo… Él es una persona, y un apersona vibrante, una persona apasionadamente comprometida, y ellos no lo entendieron; se adueñaron, incluso, secuestraron aquel lugar, lo hicieron según sus intereses, antojos, caprichos y conveniencias.

 

Incluso el texto dice que habían hecho del Templo, un emporio, como sucede hoy, como vemos nosotros que pasa con los cuerpos de muchas personas, que son mercancía, que son el lugar en donde nosotros arrojamos nuestros intereses, nuestras conveniencias, nuestros odios, nuestras pasiones y por eso vuelvo a repetir: “Hablaba Él, del Templo de su Cuerpo”. Desde entonces mis queridos hermanos, desde que Jesús realizó esta acción emblemática, Dios ya no nos mirará a través de paredes, piedras, adornos, objetos, templos, por decirlo así, montes ‹ni en este monte, ni en Jerusalén, ni en esta ciudad›.

 

Que tristeza, los Apóstoles judíos no sentirían cuando se les dice «Vayan por todo el mundo, ¡váyanse de Jerusalén!», nunca nadie, ningún Profeta había dicho eso, al contrario “Que alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor”, ‹Jerusalén, que ciudad tan hermosa, tan encantadora eres›, ¡váyanse, ya no está Dios aquí!, ya no hablara Dios a través de los montes, a través de los santuarios, a través de algún otro lugar sagrado. A partir de ese momento quedaba claro: la presencia, el lugar sagrado de Dios, se llama Jesucristo, “Él hablaba del Templo de su Cuerpo”, la santidad, la presencia, los dones de Dios solo aparecerán en Jesucristo, y es desde Jesucristo desde donde se irradia la magnitud, la riqueza insondable del misterio de Dios.

 

Queridos hermanos, que interesante y que cuidadoso debe ser para nosotros, el captar el mensaje que dio Jesús al llegar al Templo de Jerusalén; es el Cuerpo de Jesús, el lugar de Dios, donde resplandece todo lo mejor de Dios, por eso Él se despedirá diciendo “Esto es mi Cuerpo”, “Esta es mi Sangre”. El Cuerpo y la Sangre de Jesús, son el lugar, los depositarios de la misericordia, del perdón de los pecados; dirá san Pablo, de la sabiduría de Dios, “desde la cruz aparece la inmensa sabiduría de Dios”, es misericordia, perdón, pequeñez, respeto. El Cuerpo de Jesús y Jesús a través de su  Cuerpo  –

 

Y aquí viene  – como digo –  lo cuidadoso que hemos de ser nosotros para recoger la enseñanza del texto; a partir de Jesús, el Hijo de Dios, que se hizo hombre, carne, cuerpo, sangre; a partir de Jesús todo cuerpo humano se ha convertido en Santuario de Dios, Dios ha querido habitar, Jesús ha querido vivir verdaderamente en el que tiene hambre ‹tuve hambre, tuve sed, estuve desnudo, fui migrante, estuve en la cárcel, estuve en el hospital, me fuiste a ver, me honraste, me valoraste, me viste, te detuviste para atenderme, ahora yo me detengo frente a ti para atenderte por toda la eternidad, para servirte, para amarte por siempre, por la eternidad.

 

Mis queridos hermanos, de hecho veamos como esto es tan cierto, que los judíos hoy, regresando a su tierra, a Israel, habiendo logrado reconstruir todas las instituciones políticas, sociales, culturales, no han podido levantar el Templo de Jerusalén, lo han reconstruido, casi todo, mucho, zonas arqueológicas de gran valor, no el Templo, sigue siendo una señal evidente de la divinidad y de la misión del Cristo – Mesías, nuestro Divino Señor.

 

Pues queridos hermanos que cada vez leyendo este texto, nosotros tomemos esa actitud cristiana, evangélica, de no seguir destruyendo Santuarios, de no seguir despreciando y manipulando santuarios; nuestra Diócesis es una Diócesis Eucarística y siempre nos gusta compartir, que si esta es una Diócesis donde se valora el Cuerpo de Cristo, donde se celebra con tanta alegría la Sagrada Eucaristía nosotros nunca ofendamos, nunca despreciemos, no infravaloremos, no  distorsionemos, no nos burlemos jamás del cuerpo de un hermano nuestro porque lleva alguna deficiencia, lleva alguna, digamos, algún defecto físico, sino que todo lo contrario sea ahí, donde pongamos lo mejor de nosotros para honrar el Santuario de Dios traído por Cristo. Así sea.