Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

V Domingo de Tiempo Ordinario

 

7 de febrero

 

“Qué hermoso es ir con el Señor”. Mis queridos hermanos, el día de hoy toda la Iglesia recoge este anuncio que también nosotros hemos escuchado, comienza con un texto de Job, en donde se hace una descripción muy sencilla, auténtica, muy cercana, muy generalizada hoy entre nosotros, cruda realidad, «esto parece servicio militar, vivo como un jornalero, más aún, me siento esclavo, por todas partes vivo condicionamientos, peligros, sombra, infortunio, noches de dolor, noches muy largas, me canso de dar vueltas, cómo suspiro por el amanecer, y además mi vida un soplo, mis ojos parece que ya no van a ver jamás la dicha, la felicidad».

 

 Y queridos hermanos, aparece una respuesta a Job en los textos que siguen, empezando por el Salmo, después la experiencia y el trabajo de San Pablo, y sobre todo de Nuestro Señor Jesucristo; la oferta que se le hace a Job, al hombre, es ésta: «Vete al templo, acude a la sinagoga, busca a Dios», el caso más bello lo vemos en Jesús: el templo de Jesús es el Padre, y desde la madrugada, Él busca Dios, y ahí encuentra una energía, una luz, una paz tan profunda, qué puede tener jornadas difíciles, empeñativas, desgastantes, porque se ha llenado de Dios; muy de madrugada se fue a orar, y por eso, Él va construyendo, ofreciendo, acercando el reino de Dios.

 

Y entonces mis queridos hermanos, ¿en qué consiste? ¿Qué sucede cuando uno se acerca a Dios?, al templo, los judíos a la sinagoga; pues comienza uno a escuchar una palabra diferente, sublime, fresquecita, poderosa, qué en realidad le enseña a uno, penetra, transforma; de tal suerte que hasta, no sólo queda en pedirle cosas a Dios, sino se va inspirando una confianza para responderle, para dialogar con Él; y el Salmo hoy nos dice que podemos dialogar con Dios, en una forma bella, en una forma digna, incluso podemos llegar a la alabanza, podemos llegar a los himnos, es hermoso entonar himnos al Señor.

 

 Hay una traducción que me encanta de este texto, y es: incluso puedes adornar tu palabra, puedes adornar tus cantos, para glorificar a Dios, para expresarle mejor todos tus sentimientos, tus realidades, lo que necesitas. La Iglesia, ustedes lo saben, ha cultivado el canto litúrgico de mil maneras, y no sólo empezó desde las notas de la escala musical, sino que la iglesia fue ofreciendo el canto gregoriano, la polifonía, y toda una serie de instrumentos que fue incluyendo, como lo hacía el rey David, para hablar feliz, felizmente con Dios.

 

Adornar nuestro corazón, es lo que hace la celebración gozosa, por ejemplo de la eucaristía, lo de las acciones litúrgicas, ¿y por qué debemos nosotros tener esa actitud gozosa, de diálogo – alabanza con Dios?,  el Salmo de hoy nos lo dice en una forma muy hermosa “Porque Dios es nuestro Padre” durante la noche, al caer la noche, va, acaricia, acomoda a sus hijos, a los niños, los tranquiliza, cierra bien la puerta, examina que quede segura; y ya antes se ha ido asomar  – qué sé yo –  por los corrales, los patios,  que no haya peligros, que no haya amenazas, y entonces Él se integra a sus hijos y, les da la paz, pasan una noche muy tranquila.

 

Y también mis queridos hermanos, vemos nosotros como esa relación con Dios al amanecer, nos prepara, para la vida de relación cotidiana,  lo dice Pablo: yo busco a la gente con los débiles, me hago una persona débil, con los que están enfermos, con los que están tristes, yo me adapto, me hago triste y sufro con ellos, con los que se sienten poco, o se sienten mal, me hago esclavo; como quisiera hacerme esclavo de todos, para ganarlos a todos, para integrarlos al misterio de salvación, al misterio de la esperanza.

 

Pues queridos hermanos, de nuevo acudir a Dios, ir al templo para escucharlo nos cambia la vida, nos cambia el corazón, nos hace tener eso que tenía Pablo: la solidaridad. Hoy, ciertamente nosotros los católicos, hemos de reaprender a ser solidarios, cómo nos lo pide el Salmo, cómo nos lo pide Pablo, tenemos que ser bien solidarios, y de ser escuela como nos pedía Juan Pablo II, “Escuela y Casa de Comunión”; hoy tenemos que ser un hogar, casa de esperanza, casa de fortaleza, de generosidad, de mucha cercanía, de mucho servicio; tenemos que ser una casa, personas desprendidas, para que esas experiencias habituales, generalizadas, de mucho miedo y de mucho dolor, se vayan transformando.

 

Queridos hermanos, y por último, quisiera junto con ustedes, fijarme en ese detalle que sucedió, la primera vez que Jesús fue a casa de Simón y encontró a su suegra enferma, tenía mucha fiebre, él se le acercó, él la tomo de la mano, él la levantó, se le quitó la fiebre; y el texto dice algo tan bello: “y ella se puso a servirles”. Cómo es importante aprender, cómo es importante quedar en buenas condiciones para servir; hoy muchas personas en las oficinas, en las instituciones, en la iglesia, como que servimos desesperadamente, nerviosamente, aceleradamente, inconscientemente, atropelladamente. Lo repetiré, se necesita mucha paz, para servir, se necesita mesura, se necesita sabiduría para servir y no atropellar, y no multiplicar los errores, y no hacerlo por salir del paso.

 

Junto con ustedes mis queridos hermanos, pido a Nuestro Señor este día, recoger todo este bagaje de enseñanzas tán bellas, para transformar el dolor, para cambiar la situación de la casa, la situación de la ciudad, la situación del mundo. Así sea.