Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

Pronunciada con motivo de la Misa Crismal

 

30 de marzo de 2021

 

“Cuando los vean, los reconocerán”. Mis queridos hermanos sacerdotes, recojamos la Palabra pues, con inmensa alegría, sé que este es un momento solemne, pero hagámoslo sencillo, amable, feliz, porque así son las obras de Dios; ese es el corazón de Dios, Dios es el ser por excelencia, forma suprema, abierto a la vida, abierto a la relación, a las sorpresas, a la comunión, a tantas bendiciones y, como la Iglesia técnicamente lo usa “gracias”, tantas gracias.

 

Hoy, nosotros sacerdotes, nos sentimos y recordamos que por esa consagración estamos inmersos, estamos bien metidos en eso que Jesús llamó ‹un año agradable, tiempos felices, tiempos diferentes›, ya lo describía muy bien el Profeta, que se quite tanta mala noticia, que tanto corazón que está apachurrado vuelva otra vez a tomar aliento, y muchos que han sido condenados y están cautivos pues, encuentren la libertad, que los que están muy afligidos tengan en lugar de ceniza una diadema, una corona, que todo abatimiento se convierta en canticos, y que ustedes sean los ministros de Dios que hagan verdad, historia, cercanía todos estos dones de Dios.

 

Por eso demos gracias, mis queridos hermanos, ciertamente junto con ustedes quiero adorar, bendecir a nuestro Padre Dios porque aquí nos tiene, porque nos sigue convocando, porque nos sigue renovando, porque nos sigue bendiciendo, porque nos sigue teniendo tanta paciencia, porque nos sigue ofreciendo tantas encomiendas, porque nos sigue regalando su verdad y su sabiduría infinita. Aquí estamos y hemos de darle gracias, hemos de bendecirlo.

 

Hoy, yo estoy seguro que esta sagrada eucaristía, esta sagrada reunión, se convierte en un himno de esperanza que llega a toda nuestra Diócesis, que en nuestra Diócesis el presbiterio siga garantizando que habrá eucaristía, asambleas, catequesis, reuniones, encuentros, felicitaciones, bautizos, primeras comuniones, confirmaciones, ordenaciones sacerdotales, muchos matrimonios consagrados en el Señor para el amor, para la felicidad, y pues también que, volvamos nosotros a homenajear a los miembros de la Iglesia que terminan su recorrido a través de los funerales, a través de las exequias.

 

Todo eso significan estos óleos, esta misma sagrada eucaristía que estamos celebrando, son como el tesoro, son el resguardo milagroso de esa vida que siempre resurge, y que se impone contra el pecado, contra la muerte, contra tantas preocupaciones y prohibiciones; hoy que se nos prohíben tantas cosas, ya todos lo sabemos, no nos podemos abrazar, está prohibido abrazarnos, tocarnos, saludarnos, no se diga sonreír con nuestro cubre bocas, se han agotado las delicias, las sorpresas de la sonrisa, lo agradable que es, y yo digo sobre todo en nuestra Patria pues, reír, celebrar, y tener una convivencia amena, entonces no se diga, besarse, todo eso está prohibidísimo, y pues nosotros a pesar de eso nos convertimos  humildemente, cuidadosamente en un himno de esperanza, de que esas  prohibiciones tendrán que pasar como dice el Profeta: todo el luto, todo lo que enlútese, todo lo que entristece al pueblo se va a ir, porque ahí estarán ustedes, y los van a ver, y los van a reconocer como portadores de este gran regalo y proyecto de Dios, que no permitirá que todo siga siendo cancelado, pospuesto y, muchas veces impedido.

 

Nosotros con los santos oleos, con el aceite, con el perfume, venimos a lanzar una convocatoria, a lanzar una invitación, a decir “la vida continua”; y va a continuar con todos los matices y características del Pueblo de Dios, de la Iglesia, en donde pues ahí, lo dice el Salmo 89, hay tanta misericordia y sobre todo pues “fidelidad”. Esta celebración, este encuentro es un himno  a la fidelidad; ustedes queridos hermanos han sido fieles a Cristo, siguen siendo fieles a la Iglesia, siguen siendo fieles a su trabajo sacerdotal, y en este caso su Obispo quiere felicitarlos, y quiere agradecerles y estimularlos a que sigan, y ustedes también ayúdenme, a que yo siga inmerso en esa tarea apostólica, misionera, pastoral que está bien trazada en nuestra Diócesis, y que pues se convierte de veras en una obra salvífica, en un establecimiento del Reino de Dios.

 

Vemos pues como la sagrada liturgia quiso ponernos este Salmo 88 como en el centro de la celebración “cantaré, celebraré, la compasión, la misericordia”, pero con el matiz de “fidelidad”. Vamos a pedirle a nuestro Señor que a esta Iglesia Diocesana le conceda ser fiel, cada vez mejor, expresada la fidelidad en su trabajo, en su palabra, en sus detalles; que nuestra Iglesia Diocesana, nuestro presbiterio con su Obispo pues cada día “más fieles”, más correctamente comprometidos con la tarea de la salvación en favor de nuestros hermanos. El texto por ejemplo del Apocalipsis, hoy también nos hace disfrutar la pertenencia al testigo fiel, Jesucristo es el testigo más confiable, que eso seamos nosotros en Cristo, personas de confianza, personas que de gusto ir a visitar o de quienes se sabe que se recibirá fielmente el alimento, el servicio que viene precisamente de nuestro Dios.

 

Por eso pues hermanos, agradeciéndoles su presencia y renovando yo, y pidiéndole a nuestro Señor, renueve mi corazón para amarlos, y sabiendo que también ustedes aman y se mantienen fieles a sus promesas sacerdotales, a sus promesa divinas a Cristo, a su Iglesia, a su Obispo, les digo ‹va a concedernos el Señor tiempos nuevos›, va a concedernos el Señor expresiones verdaderamente correctas y adecuadas para sobreponernos y hacer que nuestras comunidades puedan hacer el paso al siguiente nivel del que saldremos del sufrimiento, de los peligros, de tantas cosas difíciles pero para recibir, para recibir esas bendiciones y esas gracias o gratuidades sorprendentes; Dios siempre será una sorpresa en el alma de los que lo busquen y lo respeten, y nosotros vamos a ser esos trabajadores en los que se podrá reconocer que la obra de Dios no está trunca ni herida como las condiciones del mundo de hoy.

 

Pues, tal es el sentido profundo, mis queridos hermanos, de esta celebración; estamos con Dios, estamos con nuestro Padre Dios, hemos acudido a esta cita porque la necesitábamos, estamos ansiosos de pedirle a nuestro Señor que nos regale el amor edificante de Cristo, que Jesús en su capacidad tan grande, constructiva de ofrecer el Reino de Dios produzca aquí en nuestra Diócesis, a través de nuestro ministerio “mucho fruto”; pues como dice el Salmo 88 “Amén, amén, así sea”. Que la lealtad de Dios no se termine jamás.