Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

IV Domingo de Cuaresma

 

14 de marzo de 2021

 

“Tanto amo Dios al mundo, que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él, tenga vida eterna”. Mis queridas, mis queridos hermanos, nuevamente toda la Iglesia hoy, regresa, se acerca al primer mandamiento, que es el mandamiento del amor; amarás con todo, ya lo sabemos, a nuestro Padre Dios, ahora a Jesucristo, a su Espíritu, a su Iglesia, a nuestros hermanos. El amor es ir, salir con todo, de hecho hoy se recalca bastante el matiz del amor de Dios, «Dios», el Apóstol lo dice preciosamente: ha tenido, ha mostrado un amor, una misericordia tan grandes, que estando nosotros hundidos, sin merecerlo recibimos de Él, en Cristo y con Cristo, la vida; y esto fue una generosidad esplendida de Dios.

 

Queridos hermanos, esta es la clave perfecta, es una clave inequívoca para saber si estamos, si vivimos, si buscamos, si nos ha convencido el amor «tanto amó Dios, que dio» dar, ofrecer, compartir, ayudar, servir, tender la mano, perdonar, compadecerse, levantar al otro; Jesucristo, de hecho en el texto de hoy, de este capítulo tercero de San Juan, queda como el signo levantado, correcta, de la vida «tanto amó Dios, que dio». Se nos ha dicho, y por qué no repetirlo, de esta etapa tan dolorosa para toda la humanidad: tenemos que salir diferentes, tenemos que salir con otra actitud, con otro espíritu, otro estilo de vida, aquí está esta clave de Dios, «amar es dar, amar es servir con alegría, amar es dar con alegría»; y eso le emociona Dios, y eso entusiasma a nuestro Señor al punto de multiplicar  ˗yo diría al infinito˗  algo que nosotros hagamos tan pequeño, pero a su estilo, en su sagrado nombre.

 

Y queridos hermanos, hoy el texto sagrado desde el Libro de las Crónicas, nos ayuda, nos visualiza, hace que nos acerquemos a una época  ˗entre muchas˗  en que Israel, el Pueblo de la fe, el pueblo del amor, no escuchó, no obedeció a Dios. El Libro de las Crónicas en su capítulo 36, claramente lo ha dicho, «los sumos sacerdotes, todo el pueblo, se olvidaron, y despreciaron la Palabra de Dios» perdieron el rumbo, el rumbo del amor, e inmediatamente  ˗vemos la lista que nos ha dado crónicas˗ aparecieron las abominaciones, manchas, mancharon la casa del Señor y a todo Jerusalén, infidelidades, burlas, desprecios, crueldad, espada, incendios, llanto, se derrumbaron las murallas, los palacios, la casa de Dios en ruinas, hasta los objetos preciosos fueron destruidos, y apareció la esclavitud, el destierro. Dice el profeta «desolación tras desolación» y quedó en ruinas todo el pueblo, se habían olvidado de Dios, habían despreciado ese llamado al amor, y todo se les desplomó.

 

También el rey David, el día que pecó, no sólo vio su ruina personal, sino que sintió como todo Jerusalén quedaba sin sacrificios, sin murallas, sin defensa, sin la belleza característica que había tenido. Mis queridos hermanos, que bueno que muchos pintores, muchos cantautores, han tenido el acierto de hacernos estas invitaciones a su manera; todos ustedes conocen una pieza clásica “Nabucco” de Giuseppe Verdi, que es un canto hermosísimo, épico, su nombre original debió ser Nabucodonosor, y poéticamente queda “Nabucco”; y es un canto solemnísimo, que al final nos invita a recobrar la belleza del amor.

 

Esta mañana, este día, mis queridos hermanos, también nosotros recibamos, seamos receptivos de esta invitación al amor; sin Jesús todo se derrumba, sin Dios sin su amor; el día que nosotros caminemos y salgamos en la vida sin amor, estamos derrotados, y experimentaremos cómo, quienes estén con nosotros, también vivirán una experiencia muy amarga. Una persona sin amor, no tiene nada que ofrecer; una persona sin amor, todo lo envenena, todo lo corrompe, siempre pone la semilla de la muerte, la semilla del dolor. Suplicamos por lo tanto a Cristo, qué es la plenitud del amor de Dios, inspiré nuestros caminos, nuestro interior, y hasta los últimos detalles de nuestra vida. Así sea.