Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
Domingo de Resurrección
04 de abril de 2021
“Buscan a Jesús, El Nazareno”. Queridos hermanos, sean deliciosas para nosotros estas palabras que el ángel dirigió a las mujeres, cuando les dijo: “buscan a Jesús, ¡ha resucitado!”; que para nosotros, como dice el Apóstol San Pablo en su Carta a los Colosenses, todo este misterio nos ayude a elevarnos, porque estamos por lo general, sufriendo muchas contrariedades, muchas miserias; dice hoy la antífona de Pascua: fue vencedor, apiádate de nosotros, de nuestra miseria humana. Y efectivamente mis queridos hermanos, ese es el gran secreto de la Pascua; cuando Jesús después de dar su vida, y en una forma tan dolorosa, tan trágica, derramando su sangre y colgado en una cruz, nos mostró como el amor puede ser fiel, como el amor puede ser profundo, como el amor puede ser total.
En Jesucristo pues, queridos hermanos, encontramos en verdad a Dios, las rutas, los caminos de Dios; como había dicho a través de los Profetas, que no son los caminos del hombre, ‹mis caminos, mi estilo, no es el de ustedes, yo tengo una forma, digamos superior, perfecta de amar y de conducir la historia, y sobre todo también la historia personal e íntima de cada persona›. Hoy vemos esto queridos hermanos, en una forma tan plástica, tan escénica, tan bella en las mujeres que acompañaron a Jesús; cuando se abría la Semana Santa, y después en los textos Sagrados, el Evangelio de San Marcos, nos estuvo llevando para interiorizarnos en ese misterio de dolor ¡Sí! pero sobre todo de cariño y de entrega total: “Mi Cuerpo se entrega, Mi Sangre se derrama”
Y dentro de esa tragedia tan horrible pudimos descubrir como un grupo, una serie de personas estuvieron con Nuestro Señor, y sin duda para Él, fue muy agradable tener a su Madre, tener amistades tan bellas, tan puras, profundas, como la de María Magdalena, María de Salomé y Juana mujer de Cusa; que siempre lo acompañaron y habían estado con él Desde Galilea, se habían presintiendo lo que le iba a pasar a Nuestro Señor; y de hecho la muerte de Cristo dentro de toda esa tragedia, nos deja un buen sabor a través de la presencia cariñosa, valiente y muy delicada de estas personas.
Los Evangelistas, el Espíritu Santo, mis queridos hermanos, abre la Pascua otra vez, con la figura de las mujeres y las pone como las primeras, como las personas más significativas en el misterio de Cristo, en la fundación de la Iglesia, porque todos sabemos que el cristianismo está sustentado por la muerte y resurrección de Jesucristo; y testigos fieles, creíbles, deliciosos fueron precisamente las mujeres. Y tal vez junto con el Evangelio es necesario que nosotros mencionemos la figura de María Magdalena, y nos sorprenden algunos aspectos, que quiero decirlos para que la mujer, las mujeres el día de hoy, pongan sus ojos en esta maestra de vida espiritual, para que aprendiendo nosotros, ustedes se emocionen; y esta figura vale también para los hombres, también los hombres tenemos que tener un amor entrañable, un amor profundo, directo, especialísimo, hacia Jesucristo Nuestro Señor.
María Magdalena, en muchos momentos aparece actuando en una forma libre, independiente; en la Sagrada Escritura, casi todas las mujeres aparecen como hija de Fanuel, como esposa de Cusa, como madre de Santiago, o de alguna otra persona, y así es cómo se puede ubicar correctamente a una mujer; en cambio de la Magdalena, no se dice era hija de Don, ¡no! era esposa de, ¡no! era hermana de; ella, un personaje muy especial. Vale la pena pues mis queridas hermanas, buscar ser esa persona especial como Magdalena, con identidad propia, sabiendo que entorno, sabiendo que siguiendo a Jesús, tú adquieres un valor, una energía, un donaire tan profundo, que puedes plantarte ante Dios, ante la Iglesia, ante la historia, ante los Apóstoles, en una forma perfectamente definida y con una autoestima mucho muy profunda.
Yo sé que ella alcanzó esa personalidad tan grande, gracias a Jesucristo, y que gracias a ese amor tan entrañable que le tuvo, ella logró plantarse en una forma tan bella, “Santa María Magdalena” la llama la Iglesia, para para ser modelo, ser una referencia segura en lo que se refiere al cariño a Nuestro Señor Jesucristo; y es que ella empezó desde la humildad, desde el arrepentimiento, desde las lágrimas, desde el quedar a los pies de Jesús; sin duda esta fue la mujer que ungió los pies de Nuestro Divino Señor en los momentos más agitados de su ministerio, y tal vez cuando más controversias y desprecios estaba recibiendo, ella tuvo el valor de meterse, ella tuvo el valor de ofrecerle los mejores perfumes para sus pies, y con delicadeza írselos en jugando y también besando, y acariciando, y Nuestro Señor mismo, Él tendrá el valor de decir todo lo que ella fue haciendo, en favor de su hermosa persona.
Queridos hermanos, una mujer independiente, una mujer con personalidad, ─ digo así como ella con Jesús ─ así la Iglesia, en toda su historia, hoy aquí, tiene por la gracia de Dios, tantas personas, tantas mujeres como ella, valientes, fieles, originales, con un matiz siempre nuevo, con una sorpresa, con un más allá, con tal de demostrar el gusto, la satisfacción de amar; por eso hoy queremos pedirle, yo sí quiero pedirle a Nuestro Señor, que no se termine jamás en la historia, la figura de María Magdalena, la figura de las mujeres que estuvieron con Cristo en la pasión, y que después también cuando resucita, ellas siguen cantando el himno a la vida, el himno del amor, el himno de la entrega, el himno de la felicidad.
¿Cómo sería feliz esta mujer al descubrir a Jesús? ¿cómo sería feliz a partir del domingo de Pascua, viviendo la resurrección de Cristo? Hay relatos del Santo Evangelio en donde, se dio el lujo de no hacerle caso al ángel, de no entretenerse con los ángeles, de no engancharse en los mensajes de los ángeles en una forma digamos, servil; ella buscaba a Jesús, el que le interesaba era Jesús Nuestro Divino Señor, al que quería ver era Cristo, al que quería escuchar era Jesús; y efectivamente Nuestro Divino Señor le concedió ser la primera que pudiera verlo, y que pudiera tocarlo, y que pudiera llevarse el mensaje a la Iglesia, a los Apóstoles, para que así, se pudiera ofrecer el anuncio del Evangelio.
Mis queridos hermanos, en pocas palabras, aprendamos de estas mujeres, que la esencia del cristianismo es el amor, el fruto de todo el misterio de Cristo, es nuestra capacidad de amar, que lo más bello, ser fieles, a pesar de la adversidad, de la incomprensión, del de rechazo, a pesar incluso de nuestras mismas, íntimas, propias miserias, como se dijo de ella: había tenido siete demonios, y eso no fue obstáculo para que ella ejercitara, y se desenvolviera en el espíritu del amor, que Jesucristo nos habría traído. mis queridos hermanos, lo esencial es amar; tanto la pasión, como la resurrección de Cristo a lo que nos invitan es, a la alegría de amar, la alegría de servir, la alegría ¡sí! demostrar nuestra propia personalidad.
Pero también ella fue una mujer integradora, estaba con la Santísima Virgen, con el Discípulo amado entorno Jesús, para Jesús, estaba con los Apóstoles, tal vez anduvo entre la soldadesca, para poder mirar y estar a las órdenes de su Divino Señor. Que así, haya cada vez más personas, que den vida que den una fortaleza, y un toque histórico muy concreto, de que Dios está aquí, y de que se puede encontrar a Dios, y que se puede aprender, y que se puede vivir junto a Cristo; que todos nosotros también con Él, significamos una gran obra, una gran empresa, qué es la empresa de la salvación, y que no hay secreto más bello que esté, de amar, amar siempre, a pesar de todo, y amar con alegría, amar con creatividad, amar con una profunda ilusión. El Señor nos conceda este espíritu tan bello, que concedió a Santa María Magdalena. Así sea.