Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco.

¡Vayan con los sacerdotes! ¡Ve con el obispo! 

Mis queridos hermanos, estoy seguro que ustedes comprenden ese plus de alegría que mi humilde corazón a sentido al ver el desarrollo de la revelación de la Palabra de nuestro Divino Señor, cómo Él les dice a aquellos hombres enfermos, “vayan con los sacerdotes”; y cómo nuestra Señora dice, “ve con el obispo de México”, siendo un santo, siendo un gran misionero, Fray Juan de Zumárraga, aún no estaba consagrado obispo, solo se le había dado de palabra el nombramiento, pero ya para la Santísima Virgen era el obispo de México, y no quiso hacer ella nada sin el obispo, a sus espaldas o brincándoselo. Algunos santos padres por so decían que el obispo es como el ángel del Señor, conocedor del bien y del mal, cono se había dicho de aquel gran jefe de Israel, cuando la viuda no tuvo más que decirle, mi Señor, es como el ángel del Señor, conocedor del bien y del mal. La Iglesia, mis queridos hermanos, gracias a esta preciosísima donación de los pastores sigue recogiendo la Santidad de Dios, su salud, su sabiduría y su comunión. “Vayan con los sacerdotes”, el obispo tiene que ir con los sacerdotes… y lo quiero decir en voz en pecho porque, eso, al Pueblo de Dios le da una garantía, son los sagrados pastores; y a nosotros los sacerdotes, una profunda exigencia, estamos para recoger, estamos para fomentar, estamos para resguardar la salud del Pueblo.

Dios nos ha puesto como el espacio providencial para que se manifieste su gracia, su poder, su amor, por la comunidad. Esto viene muy bien con nuestro Plan Diocesano de Pastoral que sigue avanzando. Hemos tenido un tiempo muy fuerte en donde buscamos la reconciliación, yo en vedad veo un presbiterio reconciliado, veo comunidades reconciliadas, y a partir de este 2019, nuestra gran meta universal será la Fraternidad; la fraternidad que incluirá a todos los sectores, a todas las edades, mentalidades, ocupaciones; por ejemplo hoy, hemos querido que en esta celebración los jóvenes estén presentes en nuestras súplicas, en nuestras acciones de gracias, en nuestras ilusiones; y de hecho me da gusto ver el servicio del altar en manos de los jóvenes seminaristas, también de jóvenes laicos, me da mucho gusto ver que la alegría de esta asamblea está en las voces de muchos jovencitos, y personas mayores, pero claro, como una sola familia. Me da gusto a ver visto a tantas y tantos jovencitos caminar, ahora que veníamos acá, al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. El Santo Padre ahorita está bien atento a que el corazón de la Iglesia, los recursos de la Iglesia, las mejores organizaciones sean en favor de la juventud.

La juventud no está perdida, los que estamos perdidos somos los viejos, o somos los adultos, los que les hemos diseñado pistolas, los que hemos multiplicado las drogas y los recursos de dependencias, y los que hemos hecho construcciones para que ellos, digamos, se echen a perder. No son los jóvenes los causantes, no son los jóvenes la amenaza del futuro, ellos en realidad son la frescura de Dios, ellos en realidad son esa sangre nueva, esa mentalidad nueva, que cómo necesitamos hoy en nuestra Iglesia. Invito a todos mis señores sacerdotes y a los agentes de pastoral que en cada parroquia se vayan abriendo espacios de servicio, de encomiendas, ministerialidad en favor de los jóvenes, que no tengamos miedo de que los jóvenes sean ministros extraordinarios de la sagrada comunión, que no tengamos miedo a que los jóvenes sean catequistas, portadores de la enseñanza, de la doctrinan de Jesús, que no tengamos miedo a que nuestros jóvenes se vayan involucrando en la sagrada liturgia, en el amor al santuario, en el amor de los sacramentos, que no tengamos miedo de que los jóvenes sean punta de lanza en la misión de la Iglesia, que ellos, los jóvenes con su sonrisa, con sus imprudencias, tal vez, sean los que prediquen a Jesucristo y a su Santísima Madre. 

Vean hermanos, qué providencial, vaya a presentarse, vayan con los sacerdotes, ¡ve con el obispo de México!, y en lo que se refiere a la Santísima Virgen, quiero ofrecerles un dato que me ha impresionado, cómo me gustaría seguir estudiando junto con ustedes el Acontecimiento Guadalupano, y descubrí sus cuatro apariciones, circundadas, sostenidas, por san Juan Diego, texconano; por fray Juan de Zumárraga, español, encarnado, comprometido con los indígenas; el enfermo Juan Bernardino, y hoy conocemos el nombre del que en verdad tradujo, entendió, interpretó, el secretario en ese momento de Fray Juan de Zumárraga era Fray Juan González. La Santísima Virgen había recibido en la Cruz un apoyo inmenso: “Ahí está tu hijo”. Al llegar a México ella seleccionó corazones capaces de amar. Hoy en verdad, a la luz de la fe, quiero que todo Texcoco sea parte de ese grupo de fieles, de ese grupo de cristianos disponibles, atentos a recibir a nuestra Señora, a manifestar, a proporcionar lo mejor de sí para que ella tenga el hogar, para que ella ofrezca el corazón, el aliento maternal, que cada vez iremos necesitando muchísimo más.

Pues queridos hermanos, démosle gracias a Dios porque nosotros ciertamente formamos parte de esas personas de confianza de la Santísima Virgen, y por eso tengamos esa visión de Iglesia en donde no falte nadie, donde no falten los sagrados pastores, en donde no falten los laicos, en donde no falten los jóvenes; Juan González era un jovencito que impresionó muchísimo a Fray Juan de Zumárraga cuando fue a una visita pastoral, de suerte que él se lo trajo para que le ayudará a entender correctamente la los indígenas y le ayudara a transmitir la Palabra del Evangelio desde esa profunda lealtad al idioma náhuatl; por eso así nosotros seamos leales, así nosotros entendamos que si la Santísima Virgen en la Cruz recibió el apoyo de san Juan, el apóstol del amor, hoy aquí en México ella debe tener todo un equipo, ese san Juan apóstol del amor, de la lealtad, de la emoción a Cristo, se ha multiplicado, que se multiplique, como he dicho, en los sectores, en las parroquias, en toda nuestra diócesis, para que como decía el apóstol san Pablo, a uno también de sus discípulos muy querido, hermano recuerda a los fieles que hemos de someternos a los gobernantes, a las autoridades, que hemos de ser obedientes, que hemos de estar dispuestos, pronto, siempre, a toda clase de obras buenas; vuelvo a invitar a mi diócesis a que todos y cada uno, no vayamos a dormirnos sin haber hecho una obra buena, hoy, mañana dos, pasado mañana tres, y cada día hacer un desencadenamiento, una cascada, alegre, feliz, de obras buenas, para que ese contagio sagrado pueda frenar tantas obras malas, crueles, perversas, que se está metiendo a través de las ideologías, a través de los sistemas políticos y económicos, a través de los sistemas comerciales y tecnológicos, que nosotros cada día, con una conciencia clara, conciencia lúcida y gozosa de hacer el bien, le hagamos caso a los apóstoles que nos dicen estén preparados para toda clase de obras buenas, nunca el mal, que nos atrape, que no nos enganche ninguna maldad, ninguna mentira, ninguna tentación, ninguna perversidad, ninguna ventaja; que nosotros hagamos de nuestra diócesis un espacio amable, vuelvo a invitarme, y junto con mis sacerdotes y agentes de pastoral, a que nuestro espacios sean amables, porque la dureza, porque la crueldad, se irá adueñando de todos los espacios familiares, sociales, y necesitamos el Evangelio, necesitamos el aliento sagrado, calientito, de la Santísima Virgen María que nos quiere hogar, que nos quiere casa, y que en Texcoco, como dice en ese trocito el apóstol a Tito, que no haya insultos, no insulten a nadie, no se burlen de nadie, no se peleen con nadie, eviten los pleitos… sencillos, no conflictivos, no problemáticos, traten a todos con amabilidad.

Hermanos, todo esto se logrará cuando el obispo, los sacerdotes, los fieles, estando en un clima fraternal, sigan recibiendo los tesoros de la misericordia de Dios. Se lo pedimos a Santa María de Guadalupe, y ciertamente, ya desde esta celebración se desencadena una serie de obras de misericordia en nuestra diócesis al renovar y al nombrar nuevos ministros extraordinarios de la sagrada comunión que, con pastoral social, con los jóvenes, desencadenará una serie de experiencias, servicios y presencias amables hasta los últimos rincones de nuestra diócesis. Ningún enfermo en nuestra diócesis se quedará en la soledad sin contemplar la imagen de la Santísima Virgen de Guadalupe, sin recibir una palabra de la Santísima Virgen: “¡Que no estoy aquí que soy tu Madre! ¡Que no estás bajo mi regazo!”. Así sea.

Les compartimos las memorias de la Peregrinación de la Diócesis de Texcoco al Tepeyac.

Agradecemos todas las atenciones recibidas por la Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe.

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