Por Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
“¡Cantaré!, ¡exaltaré Tu nombre!, proclamaré tu gloria siempre agradecido”. Moisés fue a visitar a sus hermanos”
Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, celebramos esta Sagrada Eucaristía en una comunión profunda con la Iglesia Universal, con su historia, su patrimonio; un poco antes de empezar, alguien me aconsejaba que no pusiéramos estas lecturas porque, se tiene que ver con un sacerdote, las expresiones tan fuertes de Nuestro Señor contra Corozaín y Betseda − Betsaida, Cafarnaúm.
Y, nuestra Diócesis desde hace tiempo se ejercita en una lealtad, en un recoger en serio el patrimonio de la iglesia, como una vez lo hizo el Papa Benedicto, cuando le dijeron, le decían a Papa Benedicto que qué les iba a decir a los turcos en su visita a Estambul –y él dice– ‛pues todavía no se, espero ajustarme al mensaje de la Iglesia para ese día, y sobre eso yo compartiré mi fe’. Y qué delicioso es obedecer y ajustarse al patrimonio, a la disciplina, a la enseñanza –por ejemplo en este caso litúrgica– de la Iglesia que nos presenta estos textos, y eso no estropea, ni distrae la alegría de la ordenación, de estos cinco queridos hermanos nuestros.
Y, si vemos el Evangelio de partida, desde el principio, vemos como se trata del Reino de Dios; Jesucristo ha ido a Corozaín, a Betsaida, a Cafarnaúm a ofrecer, a predicar, y a ofrecer ‛dunamis’ la fuerza poderosa, hermosísima del Evangelio, a ellos les trató en una forma privilegiada. Hoy estamos viviendo aquí en Texcoco un momento de gracia, privilegiado; y estas referencias como nos ayudan para que nuestros queridos hermanos sacerdotes, para que todos los fieles en nuestra Diócesis, el Obispo junto ahí, poner mucho cuidado que ante el regalo del reino, nosotros no vayamos a ser descuidados, indiferentes, y al final soberbios y crueles, como fueron estas ciudades que habiendo recibido tantos privilegios, habiendo contemplado al Divino Maestro, habiendo visto su generosidad, su entrega, su cariño a los que sufrían, el Evangelio de Mateo dice que ahí, los curó a todos.
Acaba de pasar la Parábola del Sembrador, y a ustedes y a mí queridos hermanos no sirve, porque ese Sembrador, sembró en los caminos piedras, espinas; y al final estaba hablando de su experiencia, de que Cristo Él, Él, El Señor encontró al predicar, al acercarse y servir al pueblo, encontró gente tan superficial como los caminos, gente tan dura como las piedras, y gente tan agresiva como las espinas, y eso no lo condicionó, eso no, eso no fue ningún problema para retirarse, para amargarse, para desani… ¡No! en Cristo Dios estaba ofreciendo espléndidamente la gracia, los misterios del Reino a los hombres, estuvieran como estuvieran, fueran como fueran, ’que están preparados‛ qué bueno, tierra buena, ’que no están preparados, que están indispuestos‛; desde que llegó Cristo esos tienen derecho a recibir la semilla, tienen derecho a recibir la visita del Mesías, tienen derecho a recoger la semilla que es la Palabra y que, pues es Jesucristo Nuestro Señor.
Entonces mis queridos hermanos Diáconos −hasta este momento− recuerden que su vida tiene como base, su vida está marcada y seguirá marcada, por el gran privilegio del amor de la presencia de Jesús; y por lo tanto, el horizonte de sus vidas es: ser buenos, ser sabios, ser humildes, ser obedientes, generosos; que no les vaya a pasar pues, ni se asome a su vida o a su historia, esa indiferencia que tenían estas Ciudades prósperas −porque estaban en la confluencia de los grandes caminos del Oriente, por ahí pasaba Derejayam, Derejamelajin, el Camino del Mar,
el Camino de los Reyes, ahí se bifurcaban, pero pues traían mucho comercio, mucho trabajo, mucho progreso, y por eso Nuestro Señor les pareció poca cosa.
Nunca dejar que la indiferencia o que las tentaciones del mundo, verdad, puede ser la fama, puede ser el dinero, puede ser otro tipo de caprichos, nos distraigan de la grandeza de Jesús, de la magnífica y extraordinaria gracia de estar a su alcance, bajo su mirada, bajo su enseñanza, bajo su sagrado ministerio; estas gentes olvidaron la relación con Dios y su interacción comunitaria, y pues el ser Pueblo de Dios en donde se recibe tan deliciosamente a Nuestro Señor; recibieron pues un gran privilegio, se les anunciaron los misterios, se les demostraron las fuerzas, la riqueza, las energías del Reino de Dios; y pues ese privilegio, no hay mayor privilegio que recibir el Reino de Dios, por eso recibieron esta tremenda, tremenda reprensión.
En el caso de los Apóstoles, durante este tiempo atrás, ustedes recuerdan que aparece el enlistado de los Apóstoles, y un poquito la forma como Cristo los fue educando, y claro otra vez, está la enseñanza, está la paciencia, está el cariño, está la delicadeza que Él tuvo con ellos; pero en el servicio que Él ofreció a los Apóstoles −y yo creo que es de las cosas que nunca nos hemos puesto a pensar, pero hay que tenerlas en cuenta− los Apóstoles, son los apóstoles, los apóstoles son el “glorioso coro” −como le llamará la Iglesia a todo lo que es apostólico− “el glorioso coro de los Apóstoles” se forjó gracias a la reprensión y corrección; ellos aceptaron ser corregidos, aceptaron ser regañados, aceptaron haberse equivocado, aceptaron no comprender, no ajustarse al estilo y a la enseñanza del Maestro, y como se humillaron, como se arrepintieron −no como Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm, ellos fueron engrandecidos, y fueron integrados perfectamente a el Misterio de la Salvación.
Bueno a ustedes y a mí este Evangelio hoy nos recuerda −otra vez− ser humildes, ser muy cuidadosos, que todos seamos bien cuidadosos, no hay que ser atrabancados en la vida y menos cuando tengamos que servir, que aprendamos a ser agradecidos, que aprendamos a ser responsables; porque si no aprendemos a ser responsables, pasamos al otro lado de ser culpables; sé que ustedes nunca serán culpables, sé que ustedes serán responsables, y no busquemos culpables, nosotros busquemos ser responsables; y entonces el misterio del reino crece, y nuestras equivocaciones, nuestros errores, pues acaban siendo poca cosa, siendo nada. Queridas hermanas, mis queridos hermanos, pidan a Nuestro Señor que los discípulos de Jesús, los sacerdotes nos mantengamos en esa certeza de vivir ante un gran privilegio, ante una sublime distinción de parte de Dios, de parte de Jesús, y también de parte de la Iglesia, de la Iglesia
Me gustó esa palabra que usa el texto original, cuando dice ‘¡excelentes, grandísimas!, ¡señales impactantes, señales impresionantes!′, muchas, numerosas señales que Jesús desplegó en estas Ciudades de Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm; así nosotros, también los discípulos y sacerdotes somos testigos de las plestai yunameis que Dios realiza en los corazones del pueblo, cuando nosotros somos cauces como Jesús, dignos y fieles al plan del Reino de Dios. Vamos a tener que hacer todos ‒ustedes y yo‒ un clima, un clima de profunda consideración y valoración, de la enseñanza, de la metodología de Nuestro Señor, vamos a tener en consideración siempre.
Pídanle queridos hermanos, a Nuestro Señor que el Sacerdote, el Obispo, siempre den una profunda consideración a lo que pide la correspondencia, a esa generosidad tan grande que Dios tiene para con su Pueblo, al punto de decir: se trata de, está de por medio la salvación, cuerpo ‒ alma; el cuerpo va a resucitar, el alma va a ser glorificada en una forma eterna, en una forma infinita por la obra de Jesús ‒casi podríamos , y al menos yo así quiero recoger esta enseñanza de hoy, como todos los de Jesús, todos los cristianos, pues fuertemente el Obispo tiene que ser obediente, inocente, porque hay mucha malicia; sigamos siendo obedientes a Cristo, sigamos siendo inocentes frente a Dios, y desmarquémonos del desorden, de las rebeldías y de la dureza de corazón. Amén.