Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

«Domingo de Ramos»

10 de abril de 2022

Mis queridas, mis queridos hermanos, recogemos la primera parte de esta hermosa ceremonia eucarística y nos unimos al Pueblo de Israel, que en un momento de luz reconoció la hermosura, la majestad, la bondad tan humilde de Jesús, y lo vio en un burrito entrar a Jerusalén; ellos con palmas, con ramas, con flores, con sus propias vestimentas  –como serían los mantos que usaban– alfombraron el camino de Jesús, para que entrara triunfante como Señor, como Rey, como Dueño de lo más santo que tiene la humanidad, ꞌJerusalénꞌ, la Ciudad emblemática para todos nosotros

Junto con ustedes, es importante que hoy a nosotros nos quede muy clara la dicha inmensa, la gratitud profunda de haber conocido a Jesús, y que nosotros como los niños hebreos, como las mujeres, como los hombres de aquel tiempo, aprendamos a valorarlo, a amarlo, a celebrarlo, a aclamarlo, y a dar gracias al Padre porque nos ha dado un Redentor tan diferente, tan extraordinario, tan lleno de bondad, tan lleno de sabiduría y de poder, como Jesucristo Nuestro Señor. No se nos olvide celebrar, respetar, dirigir con amor, incluso con gozo nuestras miradas y nuestros corazones hacia Jesús a lo largo de toda nuestra vida.

En una segunda parte de la celebración hemos vivido, nos hemos integrado al relato de la Pasión, y otra vez ahí aparece Jesús en su Cátedra, en su escuela sagrada, que es la escuela del amor, que es la escuela de la sencillez, que es la escuela de la donación y de la entrega del Cuerpo y de la Sangre, del alma, de la divinidad en favor de los seres humanos.  Que nosotros aprendamos a amar desde la pequeñez, desde la modestia, desde lo que somos y tenemos, como Cristo; que esta escuela también, jamás la perdamos. Lo más bello del ser humanos “amar”, hasta dar la  vida, amar hasta el extremo, amar hasta el final. Así sea.