Por Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

“El Reino de los Cielos se parece a un tesoro, a una margarita de mucho valor”.

Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, ya desde el principio en esta Sagrada Eucaristía, respirábamos ese clima tan agradable, θησαυρός (thisavrós) de un tesoro, que es Cristo, es el tesoro pues escondido, pero también depositado ya en nuestro mundo, para enriquecer, para llenar de emoción, de alegría a toda la humanidad.

Y bueno, ese tesoro ya venía sintiéndose a lo largo de la Historia de la Salvación; y una etapa muy bella en donde se ve la riqueza, se experimenta la hermosura del Reino de Dios, es en tiempo de los Patriarcas, de Moisés ‒y porque no decirlo‒ sobre todo del Rey David, y pues de su obra, de su aporte que dejó para el Pueblo de Dios, entre otras, pues su propio hijo Salomón. Salomón es una referencia para sabios, es una referencia sapiencial, siempre que de alguna u otra manera nos acerquemos a Salomón, nos queda una enseñanza sabia, muy importante; hoy esta ese momento tan agradable en que sube al trono y comienza orando.

Mis queridos seminaristas, no se nos olvide que la aurora de nuestra vocación, se hace el inicio más hermoso cuando lo hacemos orando. Ustedes y yo podemos decir que somos fruto de la oración de nuestros antepasados, de nuestros abuelos, de nuestros padres, de nuestros  hermanos, de nuestra comunidad; los frutos de esa oración somos nosotros, como lo fue el Rey Salomón, que lo dice ‘Tu siervo, mi Padre es el que me regala por voluntad tuya, el tono de Israel tu Pueblo′; y bueno adorando al Señor, pues ya te robaste el corazón de Dios. Un seminarista, un cristiano que se arrodilla, que se postra, que piense en Dios en el momento solemne o en las etapas solemnes de su vida, pues tiene, cuenta sin duda, con el aval providencial de Dios nuestro Padre.

Y todos hemos de fijarnos en lo que pide, Él pidió al Padre Celestial ‘lev shomea′ “corazón que escuche”. Que hermoso será que en  nuestro Seminario siga habiendo ‘lev shomea′, que lo que ahí se recoge ‘lev′, sea de corazón; tantas veces decimos ‒también aquí‒ nuestro Rey Nezahualcóyotl, como pedía que su Pueblo tuviera rostro, que tuviera corazón, y que en su corazón no hubiera tormento, ignorancia, maldad. Salomón pide pues ‘lev shomea′, “un corazón que sepa escuchar a Dios, y que sepa escuchar al Pueblo”; de hecho así fue, acuérdense incluso en sus primeros actos de escucha al Pueblo, fue en favor de unas prostitutas, y como resplandeció la sabiduría divina que Dios le había concedido, ‘lev shomea′. También es una gracia que hoy en el Salmo, precisamente el Rey David dice “Señor, para mi tus enseñanzas valen más que miles de monedas de oro y plata”; ahí va el tesoro, en escuchar, recoger, recibir la sabiduría, la enseñanza de Dios. Y luego dice el Salmista: «la explicación de tus palabras como da luz, muéstrame pues siempre esa luz, que también es ternura; y yo amo Señor tus preceptos, y  por eso para mí es un gran consuelo, como oro purísimo, todo lo de tus mandamientos».

Nada más comento algo que es de las cosas que tal vez uno nunca quisiera decir, pero bueno lo voy a comentar porque nos sirve, a mi sobre todo, ojala también a ustedes jóvenes; el Rey Salomón empezó muy bien, subió al trono orando, invocando a Dios, escuchando a Dios, escuchando al Pueblo; empezó muy bien, pero acabó muy mal, acabo muy mal porque se dejó llevar por la idolatría, esa es la tachita o la tachota, no sé, solo Dios sabe del Rey Salomón, que sin embargo Dios no le quitó sus bendiciones. Hemos de pedirle a Dios, que si nos ha dado la gracia de empezar bien el camino de la vida, el camino de la fe, el camino del ministerio, pues nos permita terminarlo bien, de principio a fin, como Jesús, «¡cumplí! entrego lo que el Padre me encomendó, ninguno se perdió, todo está en orden, todo está bien, todo lo hice para gloria de mi Padre Celestial»; bueno esa es la parte yo pienso sapiencial de los Textos Sagrados el día de hoy.

Y bueno lleguémonos, asomémonos a la Parábola emocionante; ojalá así fuera la vida de Dios, la vida de la Iglesia, la vida de Dios en medio de nosotros ¡un tesoro! ¿Qué es el tesoro? ¡sorpresa! agradable, entusiasmante; y luego en sí ¿qué es el tesoro? pues el tesoro no es que te hallaste un pesito o una monedita, ¡no! nos hablan de cántaros, que un cantarito, que un cajón, que un costal lleno de monedas de oro; y ahí muchas veces vienen también joyas, y vienen cadenas, y vienen aretes, y vienen cosas que ni te esperabas; un tesoro es una sorpresa que no te la acabas, tiene muchas aristas, muy emocionante; y por eso, vean, llega un momento en que se dice ‘y vende todo, y arriesga todo′, pero pues hace muy feliz a quien lo valora, lo recoge, lo conoce o lo recibe.

Pues yo creo debemos decir ya, con qué entusiasmo debemos ver, vivir, el Misterio de Cristo, el Don del Mesías, ¡que para nosotros Cristo sea emocionante! y de veras es tan emocionante, que por ejemplo, bueno pues es sembrador, agricultor, campesino, profesor, maestro, albañil, empresario, comerciante; cómo abrió esos horizontes, como conoció, y sin duda pues experimentó de alguna manera esos talleres, esas artes, esos oficios del ser humano, santificando llenando de luz, pues todo lo que es la vida ‒como digo‒ de los profesores, de los albañiles, de los agricultores, de los pescadores, por decir, bueno estoy seguro que no ofendo a mi Divino – mi  preciosísimo Señor, al decir ¡fue albañil!, dio clases de cómo se construye y como debe ser una casa; fue chef, fue chef, de hecho nació en ‘La Casa del Pan′, con que delicia manejo todo el asunto del trigo, lo del sembradío, de la cosecha, como habló del amasijo del pan, de la levadura, como Él mismo preparó una cena preciosa, distinguida, en una zona residencial de Jerusalén para sus Apóstoles, y cómo Él todavía resucitado a la orilla del mar ya les tiene unos peces, pues cocidos en las brasas a los Apóstoles «¡vénganse! ¿ya almorzaron?, vénganse a almorzar, vamos a almorzar», chef, pastor, panadero, sacerdote.

Y bueno pues, como dejó a su Iglesia tesoros de misericordia, de reconciliación, de perdón, y también del espíritu, llenarnos de sabiduría, de prudencia, de humildad, de recogimiento, de creatividad, fortaleza, sabiduría, tener mucha espiritualidad; y luego como pues nos da su Cuerpo, nos da su Sangre, como nos da a su Madre, nos da su oración, nos da al Padre Celestial, nos da su Espíritu, nos da a sus amigos, nos regala su Iglesia; a ver, ¿quién se acaba ese tesoro de Dios tan hermoso, tan interesante, tan rico? La Iglesia igual, la Iglesia no es monotonía, la Iglesia es: enseñanza, catequesis, evangelización, kerigma, la Iglesia es Teología, investigación, Academia, ciencia.

 Y la Iglesia es arte, pintura, escultura, música, gracias a Cristo y por Cristo; acuérdense de esa canción tan bella, “El Mesías” como hizo que el mismo Rey de Inglaterra se parara para aplaudir,

y decía: ‘¡sí! aplaudo la canción, aplaudo al que la compuso, pero sobre todo quiero aplaudirle a Cristo, El Mesías que la inspiró′. Y díganme dónde y quién ha cultivado tan deliciosamente ‒otra vez‒ la pintura, la escultura, la arquitectura, todas las artes; la toda la cuestión de la escritura, la cuestión literaria, la cuestión de la prosa, de la poesía, de los cantos tan bellos que tiene la Iglesia.

Y ojalá jóvenes ustedes en eso crezcan, se interesen, investiguen; hoy la iglesia sigue teniendo un patrimonio bellísimo; composiciones para adorar, para meditar, para celebrar, para tener momentos penitenciales, momentos de recogimiento y de comunión; Cristo es eso, multiplicó los dones de Dios, multiplicó y embelleció todos los escenarios de la vida humana: personal, familiar comunitaria, temporal, histórica, y sobre todo trascendente, celestial. Démosle gracias a ese precioso Señor Jesucristo que Dios ya puso, y no está en un campo ¡No! No queda lejos el mandamiento decía Moisés: Jesús este tesoro no, no te queda lejos, está en tu corazón. Así sea.