Por Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

“Reciban Espíritu Santo”.

Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, es feliz la Fiesta de Pentecostés, cuando la Iglesia recuerda, actualiza la llegada del Espíritu Santo; como se necesita el Espíritu para vivir; hoy sobre todo se nota esa debilidad en el aliento, en el alma, en la forma de llevar la vida, mucho descuido, mucho desaliento, muchos miedos, muchas tristezas, muchas amarguras; y por eso Nuestro Señor el día que regaló el Espíritu Santo, lo primero que pidió a los Apóstoles fue: «perdonen los pecados, reciban el Espíritu, y sean capaces de recrear la persona, la historia, el ánimo de vivir, las ganas de trabajar y de amar que necesita el pueblo de Dios.

“Reciban el Espíritu Santo, y a quien perdonen los pecados les quedarán perdonados”; porque nadie se fija en lo que pasa en el interior, en lo que sucede en el alma; cuántas veces ‒como se dice en México y muy bien‒ ′caras vemos, corazones no sabemos‘ y al final no hay ningún alma desocupada, todos llevamos pues, penas, amarguras, remordimientos, tristezas en pocas palabras; y el Señor quiso que los discípulos, que reciben el Espíritu Santo, lo primero que atiendan, en lo primero que se fijen, es en el alma, es en el interior, para que ahí exista la misericordia, exista la gracia, exista el perdón, exista la esperanza y la certeza, de que Dios desaparece, hace capaz al ser humano de comenzar otra vez su historia de vida, y no quedarse atrapado, en tantas experiencias muy dolorosas.

“Perdonen los pecados” para que las personas se sientan libres, para que las personas se sientan nuevas, para que las personas se sientan con ganas de relacionarse, incluso acordémonos como una de las grandes cargas que llevaba la humanidad, era tantas lenguas, tantos idiomas, tantas maneras de pensar y de expresarse;  y al llegar el Espíritu Santo, aparece la comunión, aparece la inteligencia, aparece la cercanía entre las personas; y es que sin duda, los Apóstoles al recibir el Espíritu Santo estaban felices, sonrientes. Quien no entiende una sonrisa, quien no entiende una caricia, todo eso es obra del Espíritu; la capacidad de amar es creativa, la capacidad de servir es generosa, y por lo tanto necesitamos el Espíritu, para no caminar con tantas ataduras, con tantas tristezas, con tantas murallas, sino que fluya la vida de Dios, y la alegría del Señor.

Qué bueno que hoy, se ha proclamado la Secuencia del Espíritu Santo, y el primer título que se pone al Espíritu es, Padre de los pobres, es el mismo corazón de Dios, es el sentir del Padre, desde el cielo mira y se abaja para entretenerse y ayudar a los que están en la basura, en el polvo, en el muladar, y los limpia y los endereza, y los hacen resplandecientes, como para estar con los príncipes de su Pueblo. Hoy, en uno de los Salmos para celebrar la llegada del Espíritu Santo, como aparece que Nuestro Señor aunque esté sentado en su trono sagrado, se fija en el cautivo, en el prisionero, y se acerca también al que estaba a punto de morir; queridas hermanas, queridos hermanos, recibimos el Espíritu Santo.

Hoy al celebrar la eucaristía se desborda esa gracia; Cristo al entregarnos su Cuerpo y su Sangre, pues nos entrega su Espíritu, Cristo Nuestro Señor nos ha dado todo: su persona, su obra, su doctrina, su sabiduría, su amor, y ahora nos da su Espíritu, para que haya ‒de veras‒ muchas ganas de vivir, muchas ganas de sonreír, muchas ganas de amar. “Padre de los pobres”, “Luz de las almas” ‒persona que siempre está buscando dones‒ “Dador de todos los dones”, “Fuente de todo consuelo”, “Huésped de las almas” “Paz en las horas negras”. ¡Ven luz! y tú se la pausa en nuestro trabajo, que seas una brisa en un clima tan bochornoso, que seas consuelo en medio de tanto llanto.

Bendecimos pues a Dios por la fiesta del Espíritu Santo, caminaremos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, todo lo iniciaremos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y todo lo haremos y terminaremos para gloria del Padre. ¡Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo! y la obra de salvación, y la obra de el reino, y obra de la vida perdurable se hace presente porque estamos consagrados, constantemente avalados por el Padre, por el Hijo, y por el Espíritu Santo. Así sea.