Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

4° Domingo de Cuaresma

27 de marzo de 2022

“Haz la prueba, y verás que bueno es el Señor; es feliz el que se acerca a Él”. Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, “Adorado sea mi Señor, nuestro Divino Padre, que en Cristo nos habló de la forma más clara, sencilla, profunda, de lo que es Él, y de lo que somos nosotros, de lo que vale su Pueblo”. Veamos como en el texto del Libro de Josué, Nuestro Señor ya, bien preocupado, bien al pendiente de su pueblo: “Hoy voy a quitar de encima de ustedes el oprobio de Egipto, todo lo que pasó en Egipto, esclavitud, malos tratos, humillaciones, rechazo, yo se los quito, cambio para ustedes totalmente la vida, incluso en relación conmigo”.  Hoy doy nada más esta síntesis: de ser un pueblo atenido, mantenido; hoy por última vez, les doy el maná, a partir de mañana ‹nunca más el maná›, que les caía del cielo, que les llegaba, y todavía se dieron el lujo de criticar y rechazar el maná, nunca más el Pueblo de Dios, nunca más las personas atenidas, inútiles, mantenidos; ¡a trabajar! a comer de los frutos de la tierra ¡lo que hay! pero esfuércense, gánense el pan. Una enseñanza preciosa desde la primera lectura, texto del Libro de Josué.

El Apóstol san Pablo dice ‹Gracias a Cristo comenzó una nueva creación gente nueva, personas nuevas, diferentes›. Siempre tenemos que disfrutar el don infinito de Jesús; como se  le acercaban, y como el atraía a las personas, a los peores ¡sí!: pecadores, prostitutas, publicanos, mal portados; pero los transformaba, los hacía mejores, los hacía inteligentes, buenos, bien portados. Y llegamos a la gran parábola de este Capítulo 15 de san Lucas, queridos hermanos, y bueno empezando por mí, siempre como que hasta nos cansamos y nosotros hacemos un refrito de esta parábola, y es algo tan vivo, tan bello, tan hermosos, tan completo, que junto con ustedes, yo quiero disfrutarla. Y digo, ¿Cómo venimos nosotros hoy aquí a la presencia de Dios? , ¿Si venimos de lujo, de diez? sin egoísmo, sin tristeza, sin amargura, sin remordimiento, sin envidias, sin rencores, sin estar criticando al otro, si tener una cita con la paz, con la reconciliación hacia nuestros hermanos, ¿Cómo venimos?, caprichudos, mal portados, desordenados, casi siempre todos tenemos desordenes.

 Y bueno, lo que yo junto con ustedes quiero disfrutar,  bueno pero finalmente estamos en casa,  y sobre todo estamos con Dios, estamos con nuestro Padre, tenemos un techo, tenemos este hogar, tenemos una herencia, un patrimonio, privilegios, y ya lo vimos en el Padre, lo primero “prepararse” con un actitud benévola, tranquila, y luego gozoso, noble ‹corre, abraza, besa al hijo, casi con eso que que hubiera hecho ¡ya!  –¡a no!, pero todavía–  vestirlo de arriba abajo, o de los pies hasta la cabeza: sus sandalias, su vestido, su anillo, su comida, su fiesta, su mesa, sus mariachis, lo mejor, esplendido. Como hemos criticado a nuestro Padre Dios, y como seguimos criticando a las personas que hacen cosa buenas, a las personas que nos quieren hacer el bien; como seguimos nosotros siendo  –pues como dije–  egoístas, envidiositos, como seguimos siendo caprichudos, como seguimos siendo desordenados.

Bueno hoy, ustedes y yo mis queridos hermanos disfrutemos, tú te acercas a Dios, tu buscas a tu Padre y te cambia la vida desde dentro: las emociones, los miedos ¡pues se le acabaron a este los miedos!, las tristezas, los remordimientos, las vergüenzas, la vergüenza de haber despilfarrado; su padre lo abraza, lo besa, lo viste, lo arregla, lo aliña, lo acomoda. Pero también hay esto, el muchacho reconoció, pensó. Y qué bueno que la Iglesia siempre nos ayuda a eso, a pensar, a reflexionar, a recapacitar, nos enseña nuestra Iglesia preciosa a ver como es nuestra condición, y siempre desde el principio, nos invita al arrepentimiento: reconocer, desear cambiar, ser mejores, ¡Sí!, arrepentirnos, pero corregirnos; muchas veces solo llegamos al arrepentimiento, pero no al cambio, a corregirnos y empezar otro estilo de vida.

Pero a ver queridos hermanos, recibiendo en primer lugar la acción de Dios, que a eso venimos a la Iglesia  –nunca se nos olvide–  Dios siempre estará acariciándonos, Dios siempre estará apapachándonos, Dios siempre estará vistiéndonos, arreglándonos, embelleciéndonos;  y quiero pasar a esto, ustedes dirán pues yo no he visto a Dios, a mí nunca Dios me ha peinado, a mí nunca Dios me ha bañado, a mí Dios nunca me ha quitado las lagañitas, o las heridas, o los moquitos o… el Padre Dios vive, el Padre Dios existe, está contigo, para ti, desde que naciste. Y quiero que ustedes y yo pensemos en nuestra casa, en nuestra familia; cuantas veces en la casa, en la familia nos dijeron: báñate ponte otros zapatos, mira ahí tienes otra camisa, quítate ese, mira no te peinaste bien, mira te falta esto, no salgas así; cuantas veces en la familia no nos han dado de comer, ‒y nos han dicho‒  y porque no comes mejor esto,  mira hoy les traje esto, hoy tengo esto, hoy preparamos esto; ¡ese es el Padre Dios, ese es el Padre Bueno, ese es el Padre Sabio, ese es el Padre Inteligente y de buen gusto, tenemos un Papá de buen gusto!

Y Dios siempre ha estado al cuidado de eso; y hoy quiero agradecerle a mi Padre Dios, mi hogar, mi familia, mi pueblo, mi historia, toda la gente que ha llegado a mi vida, a mi caminar; y con ustedes hoy, yo quiero proclamar, reconocer, agradecer el servicio precioso de mi casa grande, preciosa “la Iglesia Católica”. No me digan que la Iglesia católica desde que nacimos, nos bañó: ¡báñalo! porque ya va a ser el bautismo ¡cómprale!, vístelo, adórnalo, su cadenita, hasta ir con los joyeros, su medallita, bueno ponle una arracadita, ya le pusiste una pulserita ¡cómprale ese ropón!, búscale la madrina, el padrino, ponle un moñito en su cabecita; no me digan que la Iglesia no ha hecho lo que hizo el Padre Celestial, el Padre Dios, el Padre Bueno, no me digan que la iglesia no nos ha acariciado.

A mí me encanta ver en las confirmaciones, que muchos jóvenes y jovencitas reciben el sacramento del Espíritu Santo con una sonrisa, y por eso me he atrevido a decirles “¡mira! tu recibiste el sacramento, tu recibiste la confirmación con una sonrisa, que Dios te sonría toda la vida, y con eso tienes”. Y la Iglesia nos adornó desde pequeñitos, en el bautismo, nos lavó, nos limpió, nos arregló, nos perfumó; y siguió la Primera Comunión, el banquete ¡pásale! maten lo mejor, el no dio un becerro, el dio a su Hijo, y su Hijo dio lo mejor, su carne lo que se ve, y dio todavía lo que no se ve que es su sangre, y menos lo que se ve así a nivel sublime “el Espíritu Santo”, nos regaló el Espíritu Santo, nos alimenta con la sabiduría, con la fuerza del Espíritu Santo y tantos dones que tiene el Espíritu para nosotros, ahí está el banquete.

El perdón, el sacramento de la reconciliación; donde hemos recibido tanta paz, tanta tranquilidad, si no es en la Iglesia, cuando humildemente profesamos nuestro pecado, cuando tomamos conciencia de las cosas malas que hemos hecho, del daño que causamos y los perjuicios que hacemos; y no me digan que, a la hora más feliz, cuando llegas al banquete del amor, no me digas que la Iglesia no te recibe en una forma esplendida, preciosa; como a veces han querido criticarnos y dicen ‹no aquí nos unimos, aquí nosotros› ¡No! vengan a la iglesia, la Iglesia te exalta la Iglesia te valora, te levanta, te felicita, te adorna más, te engrandece, engrandece tu amor, y lo hace felicidad, y eso es el matrimonio, y eso es la familia, y el sistema de Dios siempre será este. Así es de que por favor, ni ustedes ni yo, menospreciemos a nuestro gran hermosísimo Padre Dios, a nuestro precioso Redentor, y a su bellísima Iglesia Católica, constructora de vida, de tranquilidad, de orden, de sensatez, de reconciliación, de felicidad. Así sea.