Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

 XVII Domingo de Tiempo Ordinario

 24 de julio  de 2022

 “Padre Nuestro, que estás en los cielos”. Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, seguimos descubriendo, saboreando,  recordando, que rica es la vida de la Iglesia que nos enseña, nos motiva, nos convoca, nos alegra; nos enseña a alabar, a bendecir, nos enseña a convivir, nos enseña a hacer obras buenas. Y hoy, ojala todos nosotros nos concentremos en esa petición apostólica «Señor Jesús, enséñanos a orar». Como se está haciendo difícil, como se está haciendo rara la oración, como nos cuesta, como nos hemos hecho como muy tibios en la oración y bueno, hoy yo sé que toda la Iglesia renovará su espíritu de oración; empezando por nosotros, empezando por mí, que todos volvamos a tener interés, gozo, mucha alegría de entrar en contacto personal con Dios, “Señor, enséñanos a orar”.

 Era emocionante ver a Jesús en comunión con su Padre dialogando  –hay textos que hablan de toda la noche: “pasó la noche en oración con Dios”–  en griego es muy bello este texto, significa acercarse a Dios de la mejor manera, de la mejor… con la mejor actitud, en buen plan, estar totalmente en favor de lo que Nuestro Señor diga, Nuestro Señor quiera. Pues es un mar infinito esta oración, aunque es una síntesis, sin embargo es tan rica que siempre nos quedaremos tan chiquitos. Pero hagamos que el Padre Dios presida, que el Padre Dios sea el que claramente para nosotros, sea el que dirige la vida, en su intimidad, en la familia y en las comunidades, y en destino final, en el destino más alto como es este, del cielo; gracias a la oración recuperamos el valor, las características el sabor del cielo entre nosotros que también se nos pierde, y nos materializamos, y solo nos interesan las cuestiones histórico – materiales.

 “El cielo, el Padre del cielo”, el Padre está en el cielo pero se abaja  –decía el Salmista claramente–  se baja convivir, y se va a los muladares, se va a la basura, se va al polvo, y ahí recoge al hombre, recoge al miserable, lo levanta, lo adorna, lo arregla y lo hace que se siente entre los príncipes; ahora sabemos que Dios nos sentará con su Hijo en el banquete celestial. Por eso queridos hermanos, nosotros tomemos verdadero cariño, empeño en la oración; ya sabemos que de chiquitos orábamos por obligación: nuestros padres nos obligaban, nuestras catequistas nuestros catequistas, sus sacerdotes, nos pedían aprender e insistir, repetir los rezos; después cuando fuimos creciendo tal vez lo hacíamos por necesidad: necesitábamos luz, apoyo, paz en el alma y hacíamos oración.

 Ojala todos lleguemos a lo que hoy el Evangelio presenta, a decir, a vivir: ‹Es delicioso, me nace, me encanta, disfruto la oración, disfruto la cercanía, la comunión con nuestro Padre y con el cielo, con su sagrado nombre, me encanta pronunciar su nombre, invocar su nombre, hacer todo en su nombre, me encanta su reino›, porque hay muchos dueños, señores, ídolos, que nos destruyen, sobre todo dentro de nosotros; nuestro corazón está lleno de ídolos, de egoísmos, de miedos, o de ambiciones; como necesitamos que Dios reine, solo Él puede poner orden, solo Él puede dar la luz y el esplendor de la felicidad. “Venga a nosotros Tú Reino con su voluntad”, que todo lo que tu pienses, digas, enseñes, quieras, para nosotros sea un norma de vida.

 Y de ahí queridos hermanos, pues vamos a estas otras realidades nuestras, ese es el gran paquete de Dios: los cielos, su nombre, su reino, su voluntad; y acá nosotros casi diríamos otras cuatro realidades: “el pan, el pan nuestro”, el pan mío pero también el de mis hermanos ‹Denles de comer›, como Jesús nos enseñó a compartir, fue su característica entre tantas pero esta es bellísima, partir el pan contemplando el cielo, recibiendo la providencia divina desde lo alto, y rápido pensando en el que no tiene que comer, en el que tiene hambre o en el que tiene asco de los panes que ofrece el mundo, como se dice en el Salmo, a cerca del Pueblo de Dios. “Danos nuestro pan”, y tres  veces o dos, nuestro Padre Dios siempre nos dará el pan, y pedir y organizarnos, y estar al pendiente de los que batallan para tener su pan, pues sobre todo el pan del perdón, el pan de la alegría, el pan de la paz, el pan honorable de realizar nuestras tareas cotidianas; porque una persona que no tenga  –digamos–   honor, dignidad, pues nada le sabe bien, necesitamos el pan del honor, el pan de la justicia, el pan de la verdad, el pan de la sabiduría.

 “El perdón”, que cosa más bella de que, nosotros sabemos y estamos seguros de que Dios nos perdona, y que nosotros podemos ampliar, y que nosotros podemos ofrecer la misma actitud, la misma experiencia deliciosa de estar en paz, y no con los remordimientos que nuestros pecados siempre producirán. Perdonamos, damos felicidad, también nosotros damos libertad, no tenemos encadenados, no tenemos ahí confiscados a los demás, para en el momento que más lo necesitemos o se nos antoje cobrarle todas las facturas ¡perdonamos! 

“La tentación”, mis queridos hermanos, la tenemos a cada instante, todos, de todas clases, colores y sabores, y con la oración se diluye, con la oración pierde fuerza, con la oración podemos hasta aniquilar el poder de las tentaciones y el mal; la Iglesia, no hay reunión, no hay actividad en donde no pida ′Líbranos del mal′, defiéndenos del maligno, no permitas que nosotros entremos al terreno del mal porque no lo podemos manejar, nunca podremos ganarle a la maldad, necesitamos la fuerza, la luz, la presencia de Dios para poder combatir al maligno.

 Queridos hermanos, ustedes y yo hagámonos pues, en pocas palabras, más piadosos, más fervorosos, más cariñosos y más entusiastas por la oración, así como Jesús nos ha enseñado, nos la enseño, así como Jesús nos la ofreció, esta es la oración de la Iglesia, el Padre Nuestro, es la oración de la historia, pero el plus, es la Oración personal de Jesucristo Nuestro Señor, y como Hijo de Dios Él nos demostró «Me ha sido dado todo, y yo les he revelado, y yo lo he preparado para ustedes». De los regalos de Cristo es la deliciosa capacidad de orar, y precisamente con el grande, Nuestro Padre. Así sea.