Por Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

“¡Señor, Hijo de David! ten compasión de mí”

Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, este grito sigue estando presente en el mundo, este y muchos más, esta señora y muchas mujeres claman a Cristo, a Dios que las ayude, que tenga compasión de ellas; y que delicioso que le ponen “Hijo de David” porque siendo un gran hombre David sufrió mucho: peligros, peligros serios, peligros de muerte, ‒un día Saúl le aventó su espada a la cara, y él jovencito se zafó‒ y así tuvo muchos, muchos peligros, en su casa, su hermano mayor le tenía mucha envidia porque a él no lo habían escogido para rey de Israel, Saúl le tuvo un coraje y una envidia espantosa ‒hasta se enfermó de envidia‒ y David tuvo la nobleza que cuando estaba más atormentado y desquiciado el Rey Saúl, David le tocaba, le cantaba, y le llegaba la paz. Y así muchos relatos con Jonatán, pues él vivió una amistad muy bonita.

David es un signo, es un tipo de Jesús, un poquito como David iba a ser Jesús. David era una persona muy rica en virtudes, actitudes, carismas, cualidades: cantaba, bailaba, componía, cantautor, amigo delicioso, inteligentísimo, guerrero, valiente, cordial, y fue constructor admirable de la intimidad; se acuerdan por ejemplo cuando peca, dice: ‹a ti te gusta en el interior la honestidad. Dame la sabiduría del corazón, que en mi interior sea un espacio de amor a ti, que yo te ame desde adentro, a conciencia›. Decirle esto a Jesús “Hijo de David” pues lo estrujó.

Y aunque aparentemente el texto sea difícil, nos deja una enseñanza bellísima; en un primer momento Jesús no le contestó a esta mujer, a esta señora que tenía un problema muy muy gordo con su hijita ‒fíjense lo que dice, y díganme si estas palabras no son actuales “Mi hija”, cuántos hijos, ‒no nos vayamos tan lejos, en México‒ cuantas mujeres no podrán decir en este momento y no lo han dicho desde hace años ‘Mi hija, mi hijo está terriblemente atormentado, en mi familia hay sufrimientos terribles, en mi Colonia en mi comunidad desconciertos terribles′.

Me acuerdo, como impresionó una vez que llegué a una población del Norte de Sonora el saludo de: ¡Obispo tenemos mucho miedo”, y efectivamente quisimos un poco caminar por el pueblo y empezamos a oír ‒yo pensé que eran cohetes hasta que me dijo‒ ¡No! son balazos de metralleta, ¡impresionante!, primero hacia arriba y luego los fueron bajando verticalmente y las balotas… se pegaban en las rocas y era una cosa impactante, aterradora, y entonces las balas iban así, así como cercándonos, como, ya al final entramos a la capilla y la última ráfaga la sentí en la espalda; era un pueblo tomado por narcotraficantes y sufrían muchísimo, las mamás, el pueblo tenía mucho miedo.

“Mi hija está terriblemente atormentada”, de lo peor, por un demonio; este grito está hoy escuchándose, latente, repetido, en muchos lados, de muchas formas: hay madres sufriendo, hay hogares deshechos, bueno en pocas palabras muchas lágrimas y mucha sangre. Y fíjense el anuncio que hizo allí, allí en esa vez Nuestro Señor, porque tanto ella como los discípulos ‒pues por decir, así pasa‒ no entendieron en un primer ratito, ahora recordemos ¡que esto la curó! a la muchachita, Cristo la escuchó y Cristo le dio la salud y la paz, el confort y la felicidad.

Pero bueno, fijémonos en este ratito; Jesús dice «es que yo he sido enviado solo a las ovejas perdidas de Israel». Muchas veces los Profetas recibieron encomiendas, mensajes, enseñanzas, sobre todo misión, encomiendas de Dios pero para la Casa de Judá, para la Casa de Israel, para Jerusalén; que bonito que aquí Cristo lo que le enseña a esa mujer, que se espere tantito, que un poquito más adelante Él ‒como decía‒ ¡Miren!, la mies es mucha, y los trabajadores poquitos, pero vamos aponer trabajadores, Yo voy a tener trabajadores, Discípulos ¡que vayan por todo el mundo! ‒decía san Juan Crisóstomo‒ ‹No a una Ciudad, no a dos, no a veinte, ¡a todo el mundo! Y ustedes son la sal›, no dice de esta Colonia o de este terri… ¡No, ustedes son la sal de la tierra! ustedes ¡son la luz del mundo! La Misión  nuestra es Universal, es profundamente generosa; que bonito que así sigamos viendo nuestra Catequesis, como una misión grande, esplendida.

Fíjense hoy en la oración que hace la Iglesia, está el Salmo 24, el Salmo 65 y dice: «¡Denle esplendida gloria a mi Señor, cuenten que sus obras son estupendas, que la grandeza de su poder es infinita: cambió el mar en tierra firme, pasaron a pie el río, por eso exultemos, brinquemos de alegría en el santo del Señor!». Y hoy aparece el texto del Profeta “Santo, Santo, Santo” Dios es tres veces Santo o sea “exitoso”, eso quiere decir Santo; Dios no es el Dios del fracaso, Dios no es de derrota, Dios no es de andar pues acomplejados ¡No! Dios es un ser brillante, triunfante, victorioso, el bien y la obra de Dios va a triunfar; a Dios no lo derrota nadie, a  Dios no, a Cristo nadie lo va a callar, ni nadie lo va a echar fuera, ´pensaron que lo echaban fuera de Jerusalén, lo encerraban en una tumba, nombre Dios lo levantó hasta lo más alto de los cielos y lo revistió de gloria esplendida, perfecta, una felicidad.

Y por eso, yo creo que también nosotros los catequistas tenemos que empaparnos de ese proyecto de Dios, y hacer que la fuerza de la salvación se manifieste; en ese momento Cristo lo que quería decir es: Yo voy a tener colaboradores, yo voy a tener personas que me ayuden, yo voy a hacer mis Discípulos, yo voy a enviar mis Apóstoles por todo el mundo; y van a atender todas las necesidades, van a quitar toda tristeza, toda ignorancia, toda división, toda amargura, ellos van a perdonar los pecados, les van ayudar a tener oportunidad de levantarse y recomenzar y acercarse otra vez a sus hermanos, a su familia porque van a reconciliarlos, van a perdonarlos y les van a ayudar a que ustedes también perdonen, y les van a enseñar a ‒como decíamos hace rato‒ los van a enseñar a comer, a caminar, a convivir; y los van a enseñar pues a sufrir para encontrar la victoria, el Plan de Dios, pues infinitamente grande.

Pero miren, también quedémonos con esto: ‘Pues Señor, di lo que quieras, yo necesito que mi hija se cure‛ ‒y le dice‒ “Que grande es tu fe”. A ver yo ahí quiero aplicármela, y sobre todo aplicarles a ustedes; “Qué hoy en este Día de la Catequista Cristo se quede asombrado con cada una, con cada uno de ustedes y diga ¡hey! mi Catequista de Chimalhuacán ‒bueno ya, de todas las parroquias verdad‒ de Chicoloapan, de Texcoco, de Papalotla, de Chiconcuac, de Chiautla, de Atenco, de todos los municipios, que de cada una, de cada uno de ustedes diga ¡Qué grande es tu fe, me apantallaste! dejen con la boca abierta a Cristo, con su corazón lleno de confianza en Él, lleno de amor; que nadie les perturbe en el momento en que estén con Cristo, que nadie las distraiga, que ustedes sean como esta mujer que tiene una claridad, no le importa que no la oiga, no le importa que la quieran echar fuera, que la desprecien,  “Que grande es tu fe Catequista” y van a hacer muy feliz a Cristo, y van a hacer que Cristo derrame bendiciones infinitas para los niños, para sus familias

“Tu fe te ha salvado”; Catequista tu amor está salvando tu comunidad, tu servicio está liberando, tu palabra está consolando, está llenando de paz, tu saludo, tú sonrisa está llenando de salud a las familias, a los niños que nos lleguen heridos, que nos lleguen maltratados, que nos lleguen con mucho sufrimiento; que Cristo diga de ti ‒hoy ¡sí!‒ en este momento, en este lugar, pero todos los sábados o todos los domingos cuando tú vas a dar tu servicio, cuando tú te pones frente a los niños, que Nuestro Señor diga ¡Woow! que también Él se ponga como un niño y se siente aunque sea en una piedrita y diga: ¡Catequista, que grande es tu amor! ¡Catequista, que grande es tu sabiduría! ¡Catequista, que bonita es tu palabra! ¡Catequista, que bonita es tu sonrisa! ¡Catequista, que bonita es… me gusta como tratas a mis niños! Tu fe, tu amor te salva, salva; que se haga, que se cumpla lo que tu pides. Amén.