Por Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
“Jesús amaba a Lázaro”.
Bueno yo quiero decir, el Obispo, los sacerdotes de Texcoco, amaban a Don Salvador, al padre Ramitos; la comunidad, muchas comunidades, como amaron a mi querido Monseñor; y por eso pues la presencia de Jesús es imprescindible; hoy Nuestro Señor llega y nos acompaña, y nos da el corazón que Él tiene, lleno de amor hacia el amigo, hacia el hermano, y pues a Él Nuestro Señor, le decimos pues, que lo cargue en sus sagrados hombros de Buen Pastor, o que lo ponga en sus brazos, porque es una persona digna, porque es una persona entregada, porque ha sido una persona fervorosa, porque ha tenido muchas virtudes, ha tenido muchos momentos de sacrificio y por eso, pues merece que Nuestro Señor lo apapache, lo consuele, y pues siga dándonos la certeza de que el amor de su Hijo, el amor del Padre es tan grande y perfecto, que no permitirá que se pierda ni un cabellito, y ni una partícula de lo que es el cuerpo de mi querido Monseñor.
Y lo resucitará, lo resucitará completo, lo resucitará glorioso, lo resucitará lleno de luz, y por eso pues, nosotros ‒como decía san Pablo‒ no nos andamos portando como los paganos, ¡pobres! ellos no tienen esperanza, y creen que chillando y haciendo cabriolas y plañideras, cumplen con los que tal vez en vida no recibieron el afecto que se merecían; nosotros pertenecemos al Señor, somos del Señor en vida, en muerte; y por lo tanto la paz invade nuestras almas, nuestro corazón siempre que se trate de la vida o de la muerte. Pues Padre Celestial, a nombre de la Diócesis quiero presentarte a mi querido… al padre Ramitos, Monseñor, y quiero que Tú lo recibas como un Don, como una ofrenda de parte de nuestra Diócesis; quiero que Tú, como siempre, seas ese gran Padre, lento a la cólera, rico en piedad y leal, janum berrajum, lleno de ternura y dulzura, para todos los que te aman y te amarán.
Gracias padre Dios, por habernos dado un sacerdote ejemplar, gracias Padre Dios por habernos pues, respondido tan espléndidamente, regalándonos hoy cinco sacerdotes, a los que él siempre amó, con los que siempre convivio y participó ‒incluso en medio de privaciones y enfermedades‒ él era de los que fortalecían la vida del presbiterio, era de los que participaban asiduamente en todo lo que se refería a la vida comunitaria. Padre Dios, sé que Tú esto lo conoces, Tú valoras y engrandeces, todo lo que se hace en nombre de tu sagrado Hijo, Jesucristo Nuestro Señor. En lo que a nosotros se refiere, pues como decían los antiguos cristianos, de los ausentes nunca hablemos, menos mal, y de los muertos, el bien ¡solo el bien!, lo demás a nosotros no nos toca, porque ya entró al sagrado escenario de Dios, y Él es el que tiene la palabra y el juicio correcto sobre cada persona; nosotros llegamos hasta ahí, y decimos: ‘Gracias, y padre Dios, tantas obras buenas, Tú las seguirás valorando, para que le engrandezcas la gloria. Amén.