Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
XVI Domingo de Tiempo Ordinario
17 de julio de 2022
“Uno solo es necesario”. Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, el día de hoy disfrutemos las escenas familiares, que la Sagrada Escritura nos presenta como momentos, como historia de salvación. Comencemos con Abraham, un hombre tan profundo, tan extraordinario, porque está lleno de Dios, y él aprendió, así como amar a Dios, a valorar a sus semejantes, es un hombre muy educado, es un hombre extraordinario en la manera de tratar a los demás.
Vean por ejemplo, nos regala este saludo inmortal, –en lugar de desconfiar, de rechazar a los personajes extraños que llegan a su tienda, él sale a su encuentro y con una gran cortesía, tal vez inclinándose les dice– «Si ha hallado mi Señor, si ha hallado gracia a tus ojos, te suplico ¡no te vayas, no te pases de largo!, quédate en mi casa, refréscate, come, y luego seguirás tu camino»; tal vez diciéndole ′después me bendices y sigues tu camino′.
Vemos aquí como en realidad Abraham, quería lavarle los pies a Dios; dos mil años después Dios le lavará los pies, el alma a toda la humanidad, a los apóstoles, pero los apóstoles recibieron ese mandato ′ahora hagan esto en memoria mía′, ′yo les he lavado a ustedes los pies, lávense los pies, acójanse, purifíquense, hagan que su convivencia siempre sea digna y muy agradable. Y de aquella convivencia de Abraham con Dios, surgió su hijo, siendo él ya una persona muy anciana, y no se diga también su esposa, viendo como Dios no se deja ganar en generosidad.
Queridas hermanas, queridos hermanos, que en la Iglesia se recupere el sentido bello de los encuentros, de la hospitalidad, de los saludos, de la delicia de estar con las personas, al final estás con Dios; es a Dios a quien sirves, porque son sus hijos; todos los seres humanos somos hijos de Dios, y si nosotros los atendemos como Abraham, que le dio lo mejor, mato al mejor becerro y le dio la mejor crema de su leche, y lo sentó, él se quedó en pie para que ellos se sentaran, y para que comieran, y para que descansaran.
Y de todo eso nosotros volvemos a aprender cómo se trata a las personas; y la bendición de Dios es inmortal, es segura; la bendición de Dios no se deja esperar, por eso Dios bendijo a Abraham de mil maneras, formas espirituales y celestiales, en el don infinito de ser el Padre de la Fe, y también el que fundó la gran familia de los hijos de Dios, porque él sabe cómo se trata, como se valora a los hijos de Dios.
Y en el Santo Evangelio mis queridas hermanas, tenemos uno de los pasajes más atractivos, bien fascinantes ′Jesús en Betania′, y ahí tenemos también una lección inmortal; el domingo pasado la Iglesia se centraba en el gozo de servir, en lo extraordinario que debemos ser en el momento de ayudar a los demás; hay que ser generosos, hay que ser esplendidos como el buen Samaritano, pero tal vez algunas personas podrían quedarse con la idea de que en el cristianismo, lo único que se nos pidió fueron la obras buenas, hacer muchas obras buenas, trabajar mucho, ser incansables y que nuestro amor sea interminable.
Hoy así, como se nos enseñó a ser serviciales en una forma extraordinaria, hoy se nos enseña a amar en una forma extraordinaria, al punto de hacer como María, que se sentó a los pies de Jesús, no haciendo protagonismos sino con una gran cortesía y delicadeza, sin perturbar al auditorio, María babeaba por Cristo, y escuchaba su Palabra, y era la Palabra de Dios; y entonces también aparece esta enseñanza de como nosotros hemos de alternar el trabajo con la quietud, el estudio con el servicio, el servicio con el amor, el activismo, o las actividades con la tranquilidad, con la intimidad de estar con Jesucristo Nuestro Señor.
Sin duda es, un ejemplo muy bonito el de Martha, que se afanaba, que se entregaba, otra vez como Abraham, otra vez como el gran hermoso Samaritano, que dijimos es Cristo; pero también mis queridos hermanos, pues llega el momento en que hay que sentarnos, hay que venir a la Casa del Señor, hay que aprender hay que renovarnos en la mentalidad, en el corazón, estando a los pies de Cristo.
No quiero que nos vayamos este domingo sin asomarnos al Salmo 14, “Señor, ¿quién es agradable a ti, quién puede estar en tu casa?”; y recordemos, se nos piden tres actitudes: el interior, tu corazón limpios de corazón, sinceros, honestos, pero desde dentro –y otra vez, las palabras– que tus palabras sean buenas, correctas, amables, constructivas, no ofensivas, mentirosas, engañosas, des edificantes, que tu palabra no sea para dañar, tu legua nunca desprestigie a los demás; no andes exhibiéndolos, no andes difamándolos, no hagas mal al prójimo bajo ningún aspecto, ¡no lo difames! no lo perjudiques en su reputación, él merece tanto respeto y admiración. Y por lo tanto se trata de poner mucho cuidado en el corazón y en la mente ′limpios de corazón′.
Las Palabras, tenemos la dicha de que nuestra palabras sean alabanza, bendición, acción de gracias, sublimes expresiones de amor a Dios; y la Palabra también debe ser para honrar, valorar, glorificar a nuestros hermanos, y eso se nos ha olvidado; nosotros somos muy críticos, nosotros somos muy negativos, nosotros somos muy envidiosos, ¡y no! Se nos ha dado la palabra para que estimulemos, para que descubramos las virtudes, las capacidades, lo hermoso que Dios ha depositado en cada persona. Por eso por ejemplo el saludo, saludarlas es decirles ¡qué bien, que bonito, me encanta que aquí estás! ¡Me encanta que sigues trabajando, que sigues transitando y disfrutando el banquete de la vida, que Dios te ha dado!
Y entonces queridos hermanos, nosotros crecer en la bondad, crecer en la capacidad de amar desde dentro, con las palabras y con las obras. ¿Quién puede ser agradable a Ti?, ¿Quién puede estar siempre en tu casa?, ¿quién te pertenece? El que se identifica con Dios, el que ha aprendido de Cristo, como siempre utilizó sus palabras para enseñar, edificar; como siempre aprovecho sus capacidades corporales –mirar, oír, tocar– para sanar, para confortar, para hacer el bien. Esa es la trayectoria de todo cristiano mis queridos hermanos, no nos distraigamos, no nos confundamos con tantas cosas, ′una sola es necesaria′: tener a Dios, vivir como Dios ha querido, vivir con Cristo, perfectamente unidos, colocados a sus pies, aprovechando su grandeza, su divinidad, que también se nos ha dado a nosotros. Así sea.