Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
XXIX Domingo de Tiempo Ordinario
16 de octubre de 2022
“Y Moisés oro al Señor”. Mis queridas hermanas, volvemos a pensar qué rico es el patrimonio de la Iglesia que nos enseña a pensar, nos enseña a vivir, nos enseña a actuar correctamente, a comportarnos en la intimidad, en la familia, en la sociedad; la Iglesia nos enseña por ejemplo: a resguardar nuestro cuerpo como el bautismo lo marcó, en frescura, en limpieza, y también en fortaleza, la Eucaristía nos fortalece, nos alimenta; el santo matrimonio, pues nos introduce al banquete del amor y de la felicidad; y así las exequias, el sacramento de la unción, nos da la preparación última para ver a Dios.
Hoy, un aspecto bellísimo de la Iglesia es la Oración, la oración, todos sus niveles, el Pueblo de Dios es un pueblo en oración; la Sagrada Escritura es un manual de oración, de metodología, como acercarnos, como estar frente a Dios: pidiéndole perdón, humillándonos, suplicándole, exponiéndole nuestras necesidades, las de los demás, que nos perdone a nosotros, que perdone al mundo entero; le pedimos también sus dones, sus bendiciones, lo alabamos, lo glorificamos, lo enaltecemos, le cantamos, le bailamos; y es todo un proceso, un universo bellísimo, el de la oración.
Como la oración nos ha librado de muchos peligros, que ni nos imaginamos; cada día enfrentamos enemigos, incluso en nuestro cuerpo, en nuestra mente, nuestra conciencia, nuestra voluntad, en nuestro entorno, y Dios nos salva, Dios nos sigue manteniendo en su luz, en, digamos, sustentabilidad de la tierra, y todos los dones que Él no ha retirado. Jesucristo Nuestro Señor es el gran maestro de la oración, Él hizo oración en todos los órdenes, a toda hora, por todas las circunstancias, por todas las personas; Nuestro Señor nos motiva y nos enseña, y nos educa y nos da el gozo de la oración.
De niños ‒bueno a ver, yo digo mi caso‒ tal vez yo hice oración por mandato, por costumbre, más adelante, tal vez por necesidad, porque me veía apremiado, porque me veía en situaciones difíciles, porque me veía abrumado, enfermo, cansado, desorientado, y era necesario orar; bueno ojalá lleguemos, yo quiero buscar ese tercer nivel de la oración: por gusto, por moción espontánea, la alegría de orar, la felicidad de orar, la delicia de orar.
Y bueno, me quedo con eso para ustedes y para mí, queridas hermanas, lleguemos a tomar ese gozo natural, profundo, de la oración; tan es así, que cuántas veces yo pensaba: ¡hey!, no dormí, me pase la noche… bueno, pero estuve haciendo oración, y me fue mejor que si hubiera estado dormidote toda la noche; es un gozo, es una fortaleza, es una experiencia feliz, tener la oración de Cristo: “Yo te bendigo Padre, me siento muy feliz, Señor del cielo y de la tierra, por tus proyectos, por tus conductas, por la manera como tú haces las cosas, como tú nos llenas de tu gracia y de tu sabiduría. Así sea