“Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí. Y lo regañaron para que se callara”. Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, muy amados señores y hermanos sacerdotes, el día de hoy en nuestra peregrinación nos ha tocado un texto muy hermoso, inmensamente significativo, muy elocuente. Se trata de un hombre que salió del abismo, salió de lo más cruel y difícil, de lo más bajo de la vida, del abismo; y al encontrarse y al proclamar su entusiasta fe en Jesús, lleno de gozo terminó brincando, alabando a Dios por el camino y contagiando a todo el pueblo. Tal y como nuestra Diócesis quiere hacerlo en la actualidad.
Hemos venido, dulcísima Señora, a pedirte que tú irradies sobre nuestra Diócesis tu luz inmortal, tu fuente de amor primero. Que nuestra Diócesis en la que hay tantas heridas, tantas marginaciones y oscuridades, tú nos ilumines en nombre de tu Sagrado Hijo, con tu divino esplendor.
En nuestra Diócesis hay muchos rincones oscuros, sin luz, sin ese esplendor que tú trajiste desde tu sagrada imagen, cuando al amanecer que llegaste a sacarnos de la oscuridad; tu luz ha traído para nuestra patria mil resplandores. Tú nos trajiste del Padre, la luz, la fuente, del agua, de la pureza, de la luz, de la ternura, de la santidad, del agua viva. Hoy nuestra Diócesis también tiene sed de amor, de comprensión, de comprensión fraterna, de justicia.
Hemos venido, Madre y Señora Nuestra, para que tú nos acerques a esa fuente tan profunda y luminosa del amor, de la fraternidad, de la reconciliación y nos guardes siempre en tu regazo maternal; porque tú viniste también, Señora, a cantar -a enseñarnos a cantar y celebrar- tú viniste a alegrarnos, tú viniste a adornar nuestra patria. Adorna nuestros corazones. Haz que también nosotros nos integremos a tu camino, como un día este ciego se incorporó al camino de tu Hijo. Que nosotros no impidamos tú camino, tu peregrinar misionero, misericordioso en medio de nuestra patria, en medio de nuestra Diócesis.
Madre, de una vez te platicamos, a partir de hoy queremos declarar a nuestra Diócesis, como tú: Peregrina, Misionera, Misericordiosa y, por eso necesitábamos estar contigo, inspirarnos en ti, integrarnos a tus pasos, caminar como tú; integrarnos a tu camino, a tus recorridos tan amorosos que siempre has ofrecido a nuestra patria.
Queremos acercar nuestra Diócesis a ti, fuente, para que nuestra Diócesis siga siendo un árbol frondoso, un árbol como nos lo ha dicho el Salmo 1: “donde hay una vida que nunca se marchita”.
También nuestros pueblos soñaron en que el canto no se acabara y que las flores no se marchitaran porque al final son las personas, tus hijos, tu pueblo; por eso, Madre hermosa, queremos hacer de nuestra Diócesis un árbol plantado junto al río que dé fruto en este tiempo y que nadie arranque, que nadie se quede sin los beneficios de su fruto de fe, de amor, de alegría y que en todo trabajo pastoral, servicio misericordioso nuestra Diócesis tenga éxito; como hermosamente hoy nos regalas la motivación para celebrar esta peregrinación, este acontecimiento de 101 años que recordamos, y en la Basílica el Colegio de los Sacerdotes, el Sr. rector, el Sr. Cardenal siempre recuerdan que Texcoco fue la primera parroquia que acudió para asistir, ¿por qué no decirlo? para defender a Nuestra Santísima Madre, de esos atentados criminales que tal vez nunca se acaben, pero que también ayudan a que nosotros, en especial Texcoco esté perfectamente vinculado, cercano, interesado en la Sagrada Imagen, en el hermosísimo mensaje guadalupano evangélico que cómo nos llenará de luz a lo largo de nuestra historia.
Mis queridos hermanos, junto con ustedes, quiero seguir contemplando este pasaje que nos regaló Nuestro Señor el día de hoy. Y descubrir junto con ustedes la oportunidad que tenemos todos de salir de nuestro aletargamiento, de nuestra desidia, de nuestros dolores, de nuestras amarguras e impotencias; salir de esos abismos para integrarnos al único camino que nos llena de alegrías y alabanzas, y para que esto suceda tenemos que tener la humildad del ciego, sentirnos fuera de ese camino triunfal de Cristo, y ver que tal vez hemos sido, la mayor parte de las veces, espectadores al borde del camino.
Pero reconociendo nuestra miseria, clamamos, valoramos el paso de Jesús y le suplicamos que nos integre a su vida luminosa, espléndida y que nos integre a ese sendero, a ese camino que él está realizando hoy para salvar al mundo.
Y me ha sorprendido pensar esto, queridas hermanas, queridos hermanos, una vez que nosotros seamos humildes, modestos en reconocer nuestra ceguera; una vez que tengamos la dicha de aceptar, de permanecer, de integrarnos a Jesús, participaremos de su camino. De eso estoy seguro, ustedes lo quieren y yo también: integrarnos al camino de Cristo.
Y me pregunto, y me sorprendo al descubrir esto: el camino al que Jesús integró a este ciego de Jericó era el camino del Calvario. Jesús iba a Jerusalén, Jesús subía a Jerusalén, sí, pero sobre todo subía a la cruz. Y tener ese difrasismo salvífico tan cerca, tan en el alma, nosotros como este ciego podremos hacer de nuestro camino, camino de Iglesia, camino de vida, camino de luz, camino festivo, camino alegre. Por que ¿cuántas veces nuestro caminar humano o diocesano parece un camino triste, insulso, mediocre, sin aliento?, no con ese toque que le dio el ciego, cuando gritó ¡Hijo de David! cuando glorificó a Dios, nuestro Padre, cuando contagió a todo el pueblo. Así ha de ser nuestra Diócesis, una comunidad fraterna que contagie a todas las familias, a todas las comunidades porque pertenecen a Jesús, porque se han integrado a su camino glorioso, que por lo pronto irá al Calvario, pero enseguida a la Resurrección.
¡No estemos ya sentados a la orilla del camino de la salvación! ¡Integrémonos a este camino del ciego! Que es el camino más grande, más glorioso e importante que pueda existir en la historia humana, el camino de Jesús que sube a su Calvario. Vamos a hacer de nuestra Diócesis un camino vivo, feliz, profundamente fraterno, siguiendo las huellas de Cristo, de la mano de Nuestra Señora. Vamos a hacer un cortejo jubiloso de misericordia, compasión, perdón. Vamos a hacer un cortejo jubiloso y feliz de un testimonio convincente, que contagie a todos en favor de Cristo.
Demos gracias a Dios, mis queridas, mis queridos hermanos porque el espíritu del Señor nos ha traído a este lugar, y nos pone a los pies de nuestra Santísima Madre para que ella nos entregue, nos encamine dulcemente, fuertemente, majestuosamente y también para que recuperemos la felicidad de nuestro pueblo, la alegría de creer, la alegría de servir, la alegría de amar. Así sea.
