Por Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
“Él les dará otro consolador”.
Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, uno de los aspectos fuertes de la salvación es el consuelo; cuando llegue El Mesías, los Profetas ‒en concreto también los del nuevo testamento‒ dijeron que Dios nos había enviado al ‘Consolador de su Pueblo′. El Mesías viene a cumplir aquella palabra que el profeta había dicho tan solemnemente: «consuelen, consuelen a mi pueblo, porque están tristes, desolados, porque su vida es fea, no es agradable, háganle bonita, agradable, la vida a mi pueblo; consuelen, consuelen a mi pueblo, dice el Señor».
Pues cuando Jesucristo está a punto de pasar físicamente de este mundo al Padre, se preocupó por no dejarnos en desolación, otra vez en desconcierto, o incluso en tristeza, y dice que Él va a reforzar su presencia, su acción mediante el Espíritu Santo el Espíritu Consolador; que los hijos de Dios no estén tristes: que nosotros no seamos agentes de tristeza, que nosotros seamos personas tranquilas, en armonía, incluso felices, porque muchas veces la vida pasa en una forma muy mediocre, en una forma indigna, insípida, sosa; como necesitamos chispa para vivir cómo necesitamos chispa para convivir, como necesitamos chispa para creer y para amar.
De ahí que hoy toda la Iglesia, se comienza a acercar, empieza a sentir, a pedir también la presencia del Espíritu Santo, en el corazón, en la conciencia en los labios, y de hecho hay como tres momentos en donde se habla tanto de Jesús como del Espíritu. Para recibir el Espíritu tenemos que conocerlo, es de las cosas más bonitas, ‘conocer′ a una persona, eso es garantía, eso da mucha seguridad; después viene ‘aceptar′, hemos de aceptar a nuestro Padre, a su Hijo, a su Espíritu; aceptar significa ya comprometerse, significa estar ya con una decisión de vida más intensa, aceptar; y finalmente ‘cumplir′, dejar satisfechas todas esas realidades que el Espíritu nos está dando. Conocer pues al Espíritu, conocer y aceptar al Espíritu, aceptar y cumplir lo que el Espíritu de Jesús nos ordena, es amar; de los elementos básicos del amor es: conocer, simpatizar, aceptar, ser hospitalarios o sea recoger, convivir con lo que es Cristo, con lo que es el Espíritu, y cumplir, dar dinamismo a esa fuerza, a esa gracia del Espíritu Santo.
Mis queridas hermanas, hoy la Iglesia necesita mucho el Espíritu Santo, como necesitamos ese Espíritu, ese fuego, ese viento; el Espíritu también es aliento de vida, viento fuerte, viento sano, no smog, no viento corrompido, sucio, sino un viento fresco como la brisa del mar, un viento suave, apacible; el Espíritu pues consuela, el Espíritu empuja, sostiene, levanta; y bueno también, el Espíritu Santo enseña, recuerda, explica los misterios de Dios. Preparémonos a recibir el Espíritu Santo en un poco tiempo, porque así la obra de Dios es completa, Dios Nuestro Padre creador, providente, Jesucristo Redentor, Liberador, Pastor, Maestro, Sembrador, Sacerdote, Víctima, Alabanza, Ofrenda, y el Espíritu Santo completa, hace todavía más agradable y profunda la obra de Dios en medio de nosotros.
Si fuéramos esos cristianos llenos del Espíritu ‒por ejemplo‒ habría mucha alegría, si fuéramos del Espíritu habría mucha sabiduría, si fuéramos personas que se dejan conducir por el Espíritu habría una comunión, cercanía constructiva, constructiva muy constructiva entre nosotros. ‘¡Ámenme! ‒decía Nuestro Señor‒ y cumplan mis mandamientos, el Espíritu viene a ayudarlos, el Espíritu estará con ustedes, el Espíritu nunca los abandonará′; hacemos esa súplica para nuestra propia persona, no ser personas insípidas, no ser personas pues, con pies en rastra, no tener familias también como opacadas, desgastadas, conflictuadas, sino realmente con Espíritu, con ganas de vivir, con ganas de convivir, con ganas de trabajar, con ganas de ver felices a los demás; cristianos que en donde trabajen, donde se muevan, pues sean diferentes, pero en una forma que convence, que atrae, es atractiva la vida cristiana. Pues damos gracias a Dios, porque al celebrar la Sagrada Eucaristía, recibimos el don del Padre, la presencia del Mesías de su Hijo, y la fuerza, la gracia, la luz hermosísima, del Espíritu Santo. Amén