Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

2° Domingo de Cuaresma

13 de marzo de 2022

“Este es el Hijo mío, el escogido de Él, ¡escúchenlo!”. Cómo es agradable mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, tener hoy en la Iglesia uno de los pasajes más significativos del Evangelio, nos ayuda a entender el verdadero sentido de la vida y de la misión de Jesús; sabemos que la vida de Jesús fue extraordinariamente humilde, sin embargo, cuando Jesús entraba en comunión con Dios, su persona, toda ella aparecía en el esplendor de su gloria.

Todos sabemos que el hombre qué más ha tenido tratos, digamos directos con Dios, que dialogaba, que se ponía cara a cara con Dios, era Moisés por lo crucial de la liberación de Egipto, el cumplimiento de la promesa y el Matan Torá, o sea el regalo de la ley, el regalo de la enseñanza que brotaba del corazón de Dios para que su pueblo siempre viviera bajo esas dos Tablas, en donde quedó escrita la Palabra, la voluntad del Señor; y eran dos tablas, porque una era la tabla de la fe y otra era la tabla de la justicia, que en Jesucristo se convertirán en el gran mensaje del amor profundo, de suerte que nosotros quedemos vinculados a Dios, y que nosotros también quedemos vinculados sanamente, favorablemente entre nosotros mismos. El pueblo de Dios es este, el que camina en la fe y en la justicia, camina bajo la mirada de Dios, bajo la inspiración auténtica de Dios, y camina con sus semejantes en paz, sin dañarlos, sin perjudicarlos, sin abusar de ellos, sin cortarles los caminos de la vida.                                   

Así pues queridos hermanos, hoy aparece como Nuestro Divino Señor, es en verdad el designado por Dios, el indicado, el escogido, el que lleva en su vida una calidad excepcional y un significado trascendente; Él estaba investido de una luz, de un poder divino,  ‒ y vamos a decir ‒  no sólo como Moisés que irradiaba desde su rostro, o como Isaías que irradiaba desde sus labios que fueron purificados en el Templo, Jesús Nuestro Señor todo Él es luz,  todo Él es radiante, todo Él pertenece al universo divino, y al universo pues, todavía más cualificado qué es lo que hay en el corazón de Dios, su Hijo, Dios lo engendró desde toda la eternidad, y vivió unido, y vivió atento, y vivió feliz contemplando al Padre; por eso cuando llegue entre nosotros, Él tendrá toda autoridad, plena, indiscutible, para enseñarnos, para educarnos, para indicarnos el camino de la vida, del amor, de la salvación, de la felicidad.

Por eso qué tristeza que algunas personas se han adjudicado el título del fundadores, fundadores de religiones, fundadores de sectas, fundadores… con qué autoridad pueden ofrecer, con qué luz, bajo que cimentación ellos pueden conducir el destino de las personas; sólo Jesucristo trae auténticamente el poder y la sabiduría de Dios. Y bueno hoy el Evangelista nos dice que, sobre todo cuando Él hacía oración, aparecía los esplendido de su persona, toda ella, todo ÉL lleno de luz, hasta sus vestiduras impecables, preciosas como la nieve, digamos de el Polo Norte, o de las altas montañas que con la luz del sol son impactantes, y que verdaderamente reflejan algo más grande de lo que nosotros habitualmente somos.

Hermanos, y fijémonos  ‒ bueno son tantas cosas pero esto ‒  Jesús acompañado de Pedro, Santiago y Juan,  ‒ aquí entra ya la Iglesia, aquí entra ya la sucesión apostólica ‒  lo de Jesús, esa grandeza infinita se depositó pues, en los discípulos; hoy se cita a Pedro, Santiago y Juan, esto es muy serio, por eso la Iglesia todos los domingos  al confesar la fe, entre lo que asegura creer, ¡En una sola Iglesia, santa, católica, apostólica!, vean, el misterio de la fe, Dios lo depositó pues en personas de una fe muy chiquita imperfecta; el sacramento del amor lo depositó, pues en personas que difícilmente sabían amar, que se habían equivocado mucho en el asunto del amor, y a ellos les confió el amor.

Y luego todo el sistema del entusiasmo de la alegría de la salvación del Evangelio, pues lo deposito en personas distraídas, tal vez ambiciosas, tal vez envidiosas, y Él, ahí está su grandeza haciendo profesión de fe, haciendo acciones profundas de cariño y confianza en esos seres humanos tan pequeños y tan limitados. Bueno, no digo que como el Padre le confió al Hijo el misterio grande de la divinidad, porque es incomparable y es único, pero también se ve que Jesús disfrutó la confianza de Dios en Él, y ahora Él tiene la nobleza también, de hacer lo mismo que hizo el Padre, entregar, depositar su confianza en sus elegidos “¡No me eligieron ustedes a mí, yo los elegí!” y quiero que vayan, y quiero que se sientan seguros y den garantía a los seres humanos para la salvación.

Vemos así mis queridos hermanos, como Jesús al repetir, al actualizar el estilo del Padre que ama, que elige y confía, también lo hace con sus discípulos; ya Dios lo había hecho un poquito, digamos, o mucho con Abraham; aquí se dice claramente que los apóstoles, los discípulos ‹éstos son testigos de haber visto› “vieron su gloria”; la primera lectura dice que Abraham, el padre de nuestra fe,  ‒ el gran padre sabemos que es Jesús ‒  pero el padre, el que inició el recorrido de la fe, también contempló la gloria de Dios pero en la lejanía, en las estrellas, por eso Dios lo sacaba y le decía: mira las estrellas, contempla su gloria, su grandeza, su número incontable, así serán tus hijos, así serán los creyentes: altos, llenos de gloria, como las estrellas,  y pues claro como ese lucero de la mañana, que la Iglesia llama a Cristo, Nuestro Divino Señor.

Hermanos, démosle gracias a Dios, porque también a nosotros nos ha dado esa facilidad, ese sistema de ir viviendo en relación con el Padre, en oración con nuestro Padre, en esa recepción de su gloria, es gloriosa su Palabra, es gloriosa su actividad y nosotros estamos perfectamente ya incluidos en el misterio del Padre, gracias a Jesús, “El Padre y yo somos una sola cosa”, “Como el Padre me amó, así los amo yo”; ahora nuestra vida se ve tan limitada, tan deficiente, pero si repetimos el esquema de la oración, el gozo por orar, acercarnos al Padre, dialogar con Él, hablarle, oírlo, responderle, Él también nos responderá y nos irá llenando de gloria interior, y habrá momentos en que tú, actuando como Jesús, también ofrecerás, ¡darás! la gloria de Dios a tus hermanos, a los que caminan contigo, que son testigos de lo que Dios está haciendo en ti; “Este mi Hijo, mi escogido, ¡escúchenlo!”, acérquensele, no se despeguen de Él, valórenlo, tiene autoridad, tiene mi certificación, está comprobado que Él responde a los designios, a la voluntad del Padre.

Pues queridos hermanos, hoy hagamos oración por la Iglesia, para que la Iglesia recoja, para que la Iglesia dinamice el misterio, el don, el patrimonio, el tesoro de Jesús; en este momento nuestra Diócesis, yo he venido a pedirle en esta misa a Dios, que las familias cristianas sean el espacio donde se recoja la gloria de Dios, la gloria a través del cariño, de la dulzura, de la enseñanza, de la misericordia, y también de la esperanza, de que seremos nosotros transformados como Cristo, en luz de Dios, luz eterna, luz perfectamente feliz. Así sea.