Por Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
“Señor, si eres Tú, mándame ir a Ti, caminando sobre el agua”
Hoy mis queridos hermanos tenemos un texto verdaderamente maravilloso, por donde quiera que lo queramos ver: Quisiera recorrer este Capítulo 14 de san Mateo, pues tal y como él lo presenta, si me fuera posible: «Después de la multiplicación de los panes ‒esto nos hace recordar siempre que Jesús ¡Sí! “Si multiplico los panes”‒ y con ello multiplico todos los recursos, las fortalezas de la vida, de las existencia y del ser humano».
Por decir, Jesucristo multiplicó el buen gusto, la belleza de los pintores, de los poetas, de los escultores, de los arquitectos, de los orfebres, de los diseñadores; de los que manejan el mundo de los tejidos, el mundo de los vestidos. Jesucristo lleno de luz las potencialidades humanas; todo en Cristo se multiplicó y se embelleció, ¡Claro! el cariño, el arrepentimiento, el perdón, el re encuentro de las personas, y por eso es importante ‒simplemente el hecho que se mencione‒ la multiplicación de los panes.
Y vemos como era su actitud, fijémonos en algunos detallitos: ‘Él se quedó para despedir a la gente′, ¡cabal, fino! educadísimo, hasta el último momento, hasta el mínimo detalle; como nos falta a nosotros tener esa capacidad de hacer bien las cosas, ¡atento! hasta que despidió a todas las personas. Y enseguida, Él sube a hacer oración; ‒el Evangelista san Juan nos dice que en este caso ¿Cuál fue el motivo?‒ lo querían hacer Rey, lo querían hacer públicamente, aparatosamente lo querían declarar “El Mesías”, y Él siempre manejó su vida personal – histórica con extraordinaria modestia, y se fue a orar solo.
De ahí, bueno pues viene ese gran secreto de Jesús: estar con el Padre, dirigirse al Padre, recoger la gracia, la fuerza, la voluntad de su Padre; y ahora pues el Padre lo dirige hacia los discípulos que atraviesan una tempestad; ni la barca se hundió, ni Pedro se hundió, y eso hoy a nosotros nos debe consolar enormemente. Cuantas personas prevén, cuantas personas esperan, cuántas personas trabajan, se esmeran en hundir a la Iglesia ¡acabarla! acabarle a su Ministros, a los servidores de Dios, y siempre estará Jesús, siempre estará su mano, siempre estará su Majestad infinita, acercándose a la barca y ofreciéndole la serenidad y la paz.
Eso disfrutémoslo nosotros hermanos, porque en nuestra propia vida, cuando menos esperamos se levantan muchas tempestades, se nos vienen encima vientos adversos, olas muy fuertes, abismos de los que pensamos nunca salir, ¡invoquemos a Jesús! ¡Miremos a Jesús! tengamos esa actitud natural de Pedro ‘¡Ir a Jesús!, necesitar a Jesús, querer estar junto a Él e imitarlo, hacer lo que Él hace′; y si Jesús caminaba sobre las olas, Pedro quiere caminar ‘¡Yo quiero ir! pero caminando sobre el agua, quiero ir hacia Ti′. Y bueno hermanos, pues ahí está su grandeza y también ahí está su fragilidad y, pues sus propios miedos, para que nosotros siempre estemos atentos a fortalecer ‒sobre todo‒ la confianza, la seguridad de que Jesucristo no nos falla.
Me gusta hacer referencia a que los egipcios, cuando querían hablar de algo imposible, decían y ponían: un hombre caminando sobre el agua, sobre el Nilo; ningún ser humano tenemos registro, ningún ser humano ¡jamás! ni el Faraón ‒ellos esperaban que el Faraón algún día atravesara el Nilo caminando, sobre todo cuando moría, para llegar a la otra región de los muertos‒ solo del Faraón llegaron a pensar que pudiera caminar sobre las aguas, y hubo pintores que ponían una balsa, para de todos modos representar al Faraón caminando sobre las aguas del Río Nilo.
Hoy queridos hermanos, nosotros podemos entender esas referencias y descubrir la Divina Majestad de Jesucristo Nuestro Señor; Él ha sido la única persona, y con Él Pedro, que han podido caminar sobre las aguas; en Jesús no hay nada imposible; para que nosotros eso lo traigamos a nuestras angustias, a nuestros sufrimientos, a nuestros fracasos, a nuestras incapacidades y tengamos la certeza de que Jesús cerca, nos tenderá la mano, nos sacará, nos librará, para que no quedemos en el abismo, para que no nos traguen las olas. Pues démosle gracias a Nuestro Señor y aprendamos ese último detalle de los discípulos, que tan pronto como recibieron en la barca a su Señor, se postraron, espontáneamente se postraron.
El cristiano es una persona que sabe tirarse al suelo, arrodillarse, inclinarse, postrarse para adorar, para valorar la infinita majestad de su Divino Señor, eso venimos a hacer en la Eucaristía, sobretodo en esta Eucaristía dominical, nosotros nos postramos ante el Señor para que Él nos levante y nos integre a esa vocación de Israel ‒como les comentaba al principio‒ en donde el Profeta Oseas dice: ‘Israel está destinado a mirar hacia lo alto, pero no han aprendido siquiera a levantar sus ojos hacia arriba′. Levantemos pues el corazón, levantemos nuestra alma, levantemos nuestros ojos, levantemos nuestra oración y sobretodo nuestra alabanza a Dios, como decía san Pablo: ‘Como quiero verlos con sus manos libres, adorando y bendiciendo al, Señor′. Así sea.