Por Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

“Quiero amor, no sacrificios”.

Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, pues como siempre Nuestro Señor, no solo con su Palabra también con su actitud, su estilo de vida, es una persona verdaderamente atrevida; cuantas veces hemos de decir que Cristo es muy original, único. Hoy yo quiero contemplarlo y aprenderle a ser ‘más atrevidos′; atrevido para amar, atrevidos en el servicio, atrevidos en la originalidad de los carismas que Dios nos ha concedido.

Nuestro Señor con toda verdad dijo, y que emocionante “Yo no he venido por los sanos”, y si continuáramos con la lista, descubriríamos ‘pues tampoco por los ricos, tampoco por los sabios, tampoco por los  felices′ –y algo que desconcierta– ‘tampoco por los buenos′, sino por los pecadores, por los tristes, por los ignorantes, por los abandonados, por los enfermos; no por los importantes sino por los últimos y por los niños, por las mujeres que siempre han sido clave, valiosísimas, preciosas, pero más a la luz de Cristo.

Queridos hermanos, aprendamos nosotros de nuestro Divino Señor, a tener ese cambio de mentalidad; hoy sobre todo, sigue siendo muy atractiva toda la escena pública, la escena del celuloide, el escenario de los medios de comunicación, el escenario del consumismo, el escenario del prestigio sigue siendo atractivísimo ‒bueno‒ hagamos otro escenario, hagamos nosotros un mundo nuevo, un mundo diferente en donde ciertamente cabemos todos, en donde ciertamente valemos todos, en donde ciertamente podemos ser artífices de felicidad y de paz.

Nuestro Señor pues, ha venido a detenerse en la persona y a valorarla y a potenciarla, y no de mentiritas, sino comprometiéndose hasta el punto de dar la vida. En Jesús y solo en Él, el amor es cierto, el amor es profundo, el amor es donación ¡No es de mentiritas!, no es por encimita nada; en Jesús es: amar, caminar, sacar adelante a la persona, llegar con ella hasta el final, hasta la cruz. Jesús pues, trajo esa medicina sagrada contra la soberbia, contra la falta de amor, de compromiso, de solidaridad.

Que lealtad tan bella la de Cristo con Mateo, con Leví, los saco del fondo del pecado, de ese escenario pecaminoso, y una vez que le tendió la mano, lo hizo hasta el final, y supo caminar todavía un tramo en donde Mateo, pues seguía comportándose como un pagano, como un publicano, como un hombre frívolo y, si lo invito a comer, y si le acerco tantos pecadores, Nuestro Señor con un donaire, con una naturalidad, estuvo allí y lo salvó, y lo salvó junto con toda la legión de pecadores, como somos nosotros.

Así caminará Jesús, así caminemos nosotros; como dice tanto nuestro queridísimo Papa Francisco: ‹No tengamos miedo de que por ser una Iglesia servidora, misionera, que ama, nos ensuciemos y hasta podamos oler mal›. Amén.