Por Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

“Renuncie a sí mismo”

Mis queridas catequistas mis, queridos catequistas, que bendición estar con ustedes, que alegría la que ustedes trajeron aquí a la Santa Iglesia Catedral desde que inició el Curso, a la Curia Episcopal, verlas llegar con tanta emoción, con tanta sencillez, para encontrarse con Cristo, que les ha dado: «no me escogieron ustedes a mí, Yo las escogí, Yo los escogí a ustedes y los saqué del mundo, para que se vengan conmigo, para que tomen su cruz y me sigan» y ustedes han recibido y aceptado esa elección, esa invitación tan preciosa de Nuestro Señor, para identificarse con Él.

Y bueno, hoy el Evangelio a ustedes y a mí nos dice: ‹¡Renuncia a ti mismo!, toma distancia de tus egoísmos, de tus pensamientos, también de tus miedos, de tus ansias, de tus temores, eso no es tuyo, el afán de exhibirnos, el afán de ser protagonistas; toma distancia de todo eso que te perturba y que te puede hacer daño, renuncien a sí mismo›. Me impresionó ver lo que significa en griego este verbo ‘renunciar′ significa desconfiar de uno mismo como se desconfía de un extraño, desconfiamos espontáneamente de una persona que no conocemos, que se nos empareja, que quiere caminar con nosotros, que si nos metemos a una tienda se mete, que si nos agachamos para ver un aparador se agacha ‒entonces dice uno‒ este ¿qué quiere? yo no lo conozco, porque me sigue, porque me acosa, porque se me pega, eso es renunciar a uno mismo.

A nosotros se nos empalma, se nos pega, todo un universo feo de caprichos, de sentimientos, de pasiones, de supuestos descubrimientos, de supuestas ilusiones, y eso si le hacemos caso, pues nos hace daño, nos hace mucho daño, como si nosotros dejáramos que ese personaje extraño anduviera a toda hora con nosotros, sin hablar, sin explicar, sin portarse bien, sino simplemente porque está ahí, molestando pegándose con nosotros, y al final haciéndonos daño. Mis queridas hermanas, ¡es grande!, mis queridos hermanos la enseñanza de Nuestro Señor Jesucristo; en pocas palabras ¡Él es el Hijo de Dios!, Él trae la plenitud de la vida, del amor, de la sabiduría, de la comunión, y de todo lo que nosotros podemos alcanzar y anhelar en esta vida; Jesucristo está autorizado, Jesucristo trae todo el crédito correcto, profundo, de Dios, para conducirnos hacia la vida, hacia la felicidad; y lo hace a través de la fe, lo hace a través de su enseñanza, lo hace a través de su Espíritu, lo hace a través de la Iglesia.

Como quiero yo valorar a nuestros maestros, que con mucha fidelidad estuvieron acompañándolas, acompañándolos, durante estos estos días del Curso de Verano, porque eso revela lo que decía Nuestro Señor: ‘que la mies está preciosa’ ustedes son la mies, en este momento ustedes son la mies; y Él decía : ‘que haya trabajadores, que Dios envíe trabajadores a su mies′, eso significa que Él quiere colaboradores, Él quiere personas que le ayuden, porque la mies es mucha, porque la mies es preciosa, porque la mies está ya, así es como nos ve Cristo nosotros, como el trigo de Dios, El pan de Dios, el alimento sagrado que Dios tiene para el mundo ‒ahorita está en los campos‒ y bueno, ya después de esto ustedes se convierten también en los trabajadores, los servidores, los que colaboran en el trabajo de cuidar la mies, de recoger los frutos que Dios ha sembrado en tantos corazones, sobre todo de los niños, de los adolescentes de los jóvenes, que ustedes van a servir.

Y para eso ‒bueno les comento‒ el amor tan grande que les tiene el santo padre; ahora que fuimos a visitarlo, el primer tema que tocó fue las catequistas, los catequistas, el catecismo, y los niños, sobre todo los que hacen la ‘iniciación cristiana′. Cómo nos pidió el santo padre que amáramos a las catequistas, que las acompañáramos, que los acompañáramos, que estuviéramos al pendiente de ellos, que nunca fuéramos nosotros pues a ofender, a desconfiar de los trabajos, de la nobleza y de la generosidad de nuestros catequistas, porque providencialmente pues son las personas que construyen la Iglesia desde los cimientos, desde abajo. Y por eso ‒bueno también él decía‒ tenemos que ir buscando la forma en que, los Sacramentos, todos ahí nosotros los Obispos, los sacerdotes, las los catequistas, que pongamos mucho cuidado en que: nos organicemos, pensemos, veamos bien cómo hacerle, para que los Sacramentos de la iniciación tengan esta característica: “la gratuidad”.

Nuestras, nuestros catequistas viven, se desempeñan “en gratuidad”; es bello pensar que la fe en las familias, en la catequesis, tiene ese toque gratuito, es gratuita la enseñanza, los dones más sublimes de Dios “gratuitos”; su vida, su amor, su sabiduría “gratuitos”; y que entonces nosotros siempre pensemos, dialoguemos, busquemos la forma como el catecismo, los Sacramentos de la Primera Sagrada Eucaristía, el Sacramento de la Confirmación, pues en verdad sean “una gratuidad de Dios y de su Iglesia para su pueblo”. Vamos ‒de hecho ya en la Provincia, en la Metrópoli, aquí del Valle de México, Arquidiócesis de México, Arquidiócesis de Toluca, Arquidiócesis de Tlalnepantla‒ ya nos comprometimos los Obispos a caminar con ustedes en sinodalidad, con ustedes, con nuestros sacerdotes, para que la catequesis, para que los sacramentos de iniciación cristiana sean la flor de la fe, sean ese paraíso de amor, de pues, deliciosa entrega de Cristo para salvación de todos nosotros.

Un poquito tal vez, porque se le comentó al santo padre, que a veces por las circunstancias, por las necesidades, por lo que hay… pues que tenemos que enlonar, que tenemos que contratar sillas, y preparar que si las flores o invitar un coro, o algo, ‒pues decía‒ por eso pensémosle, busquémosle para haber cómo le hacemos, todos para conservar y preservar o recuperar, ese toque delicioso, agradable de que “la catequesis es gratuidad”; la vida, el corazón de nuestros catequistas está lleno de esa luz tan preciosa, que se llama “la gratuidad”. Pues trabajémoslo, desarrollémoslo muy bien, para que no vayamos en un momento a resbalarnos, y pues a dar ese sentimiento feo, pues de que, pues también ahí, pues se hacen algunas cosas que, no serían dignas.

En cuanto a ustedes mis queridas, mis queridos catequistas ¡muchas gracias! ustedes por sistema, ustedes por naturaleza, han venido en un, trabajando, preparándose, pues en una forma admirable; por eso quiero pedir en esta eucaristía por sus personas, quiero pedir mucho por sus familias, por sus niños, por sus ilusiones; las que están estudiando que sigan estudiando, que se preparen bien y que den un servicio profesional, sobre todo en el catecismo, pero también en las carreras que Dios les haya concedido estudiar; a las personas mayores que han caminado en humildad, en mucha sencillez, pedirle a Nuestro Señor que nadie nos las quite, que no se alejen de la Iglesia, que sigan dando ese testimonio de mansedumbre y de cariño a los niños, con su experiencia.

Y bueno a mis queridos sacerdotes, que deben también ser los Catequistas naturales de la parroquia, pues invitarlos, y pedir porque ellos se entusiasmen con el Ministerio de la Catequesis, y así nuestra Diócesis, pues sea un jardín, donde hay muchas flores que adornan la Casa del Señor. Así sea.