Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
XXVIII Domingo de Tiempo Ordinario
09 de octubre de 2022
«Ιησού Δάσκαλε, ελέησέ μας», (Iisoú Dáskale, eléisé mas)“Jesús maestro, ten compasión de nosotros”. Hagamos nuestra esta súplica, este grito a Cristo, a Nuestro Señor, seguros de que Él nos escuchara, y para ello mis queridos hermanos, nosotros afiancemos nuestra fe; como durante este tiempo la Iglesia nos ha propuesto, nos ha ayudado y nos ha facilitado a valorar el misterio de la fe, el don infinitamente grande de la fe, qué después conlleva el amor y la esperanza; otra serie muy grande de virtudes, de actitudes.
En lo que se refiere a la Primera Lectura que está tomada del Segundo Libro de los Reyes, junto con ustedes quiero recoger, en primer lugar el testimonio que nos da el Profeta Elíseo, el Profeta Elíseo, un hombre diferente Elías, que era estrictísimo, que era incluso violentísimo, y que muchas veces actuó verdaderamente desde su carácter humano; Eliseo, bueno, también actuó conforme a su carácter, su estilo, y para mí fue un hombre muy parecido a Cristo, con mucha claridad, con mucha honestidad y disciplina, pero también con mucha dulzura; fue un hombre muy asequible, fue un hombre muy cercano, fue un hombre no solo sencillo sino agradable, lleno de dulzura, que es otro aspecto que nosotros siempre hemos de encontrar, de descubrir en Dios; y gracias a esa claridad en su servicio a Dios, él llegó a ser feliz, feliz y muy honesto: «por el Señor, por mi Dios quiero demostrarte que yo no camino por dinero, yo no busco aplausos, yo no busco prestigio ni fama, yo sirvo, el gozo de servir al Señor; la satisfacción de estar plantado en favor del Señor y de su pueblo, no tiene precio».
Y también veamos lo que produce una persona entregada a Dios, aquí pienso en los papás, en las personas mayores, con qué claridad nos orientan hacia Dios, nos encaminan a Dios, y los frutos son como este, «a ningún otro Dios volveré a servir, a ningún otro Dios volveré a ofrecer mis sacrificios, en ningún otro Dios me volveré a fijar», hoy necesitamos pues, Obispos, Sacerdotes, Religiosas, creyentes, que con un testimonio claro, firme y gozoso, ayuden a que otras personas tengan el gozo de la fe, lo fascinante que es, estar en la presencia del Señor.
Y así podemos pasar al texto del Capítulo 17 de San Lucas, queridas hermanas, hermanos, en donde quiere resaltarse, por una parte, la confianza, la valoración que hicieron ‒otra vez‒ así como Naamán, valoró al Dios de Israel, valoró al Profeta, así también estos diez leprosos valoran a Cristo, acuden a Él, tratan de acercársele, les es difícil por su enfermedad y por los tabúes sociales, pero de todos modos ellos se acercan a Jesús y le piden compasión: “Ten compasión de nosotros”, y Nuestro Señor responde, como respondió Eliseo, en favor de estos hombres, los cura.
Y tenemos, no hay que olvidar este detalle, “Vayan con los sacerdotes, vayan al Templo de Jerusalén” dando a entender que Jesús, por lo general, conservo una educación personal, cortesía, y pues respeto a las Instituciones, como hoy Dios Nuestro Padre, Jesús sigue respetando la presencia, el servicio de sus ministros, de sus Apóstoles, para la transmisión de los dones divinos. Todo esto también nos ayuda nosotros aprender, a caminar disciplinadamente, comunitariamente, solidariamente, y como se dice: no querernos comer el pastel, nosotros solitos, hay otras personas, siervos de Dios, colaboradores de Dios, que pueden también enriquecer nuestro trabajo y nuestro servicio a los demás.
Sin embargo, se resalta muchísimo la actitud de un extranjero que regresó, alabo en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio gracias. “La gratitud”, se está secando el árbol del agradecimiento, porque nos estamos haciendo muy merecidos; la charola de los Derechos Humanos nos hace soberbios, nos hace déspotas, nos hace agresivos; con los Derechos Humanos se nos está dando un estilo de vida muy triste, muy árido, muy estéril; con los Derechos Humanos todo es exigencia, todo es casi violento, todo es agresivo; que difícil la enseñanza, que difícil entender la enseñanza cristiana.
El cristianismo es don, educación, serenidad, gratuidad, súplica: ‘Jesús ten compasión, apiádate de mi Señor, mira nuestro sufrimiento, mira nuestro dolor; te suplicamos, te pedimos, apóyanos, escúchanos′; no tan merecidos, no tan soberbios, no tan violentos, como por lo general el mundo nos está enseñando a andar reclamando a toda hora, andar acusando, andar amenazando a toda hora, y no tener pues, ese secreto tan bello, para alcanzar los dones de Dios, y también los dones entre nosotros mismos; por eso ser cuidadosos, educados, ¡agradecidos!, tratemos de recuperar el gozo de ser agradecidos, nosotros pongamos en el alma un sistema habitual, natural, de gratitud.
Hoy pidámosle a Nuestro Señor que espontáneamente nos brote el agradecimiento, aunque sea modesto, aunque sea con un detallito, pero nosotros seamos agradecidos, repito siempre con Dios, lo mejor, lo primero a Dios, pero también en las relaciones humanas, nosotros aprendamos a ser cuidadosos, agradecidos, y no precisamente personas que todo se quieren comer, y que nunca piensan en el esfuerzo, en el apoyo que nos ofrecen nuestros semejantes. Por eso la Iglesia tiene un sistema muy bonito en los Salmos: ‘Amén, Aleluya′, se valora lo que se ofrece, lo que se da, lo que se recibe, ‘Amén, amén′ confianza, fe, y luego ‘Aleluya′. De hecho, el Libro de los Salmos termina con todo un espacio bellísimo, en donde todo es aleluya: ‘¡Aleluya!, alabemos, agradezcamos, cantemos, celebremos al Señor; el Aleluya es un secreto bellísimo, el agradecimiento, la alabanza, la acción de gracias; es un toque especialísimo de nuestra Iglesia Católica.
Vean por ejemplo el Islamismo, no conoce los cantos, las alabanzas, todo es uniforme, todo es por decir, adoración, pero la chispa de la alabanza, del agradecimiento, de la acción de gracias, es muy limitado; el Budismo que está tan de moda, está de moda porque da cuerda a los Derechos Humanos, da mucha cuerda al egoísmo, a la concentración, a la potencia personal, a las fuerzas propias, a la serenidad propia, a los logros íntimos solo personales, y rompe con la alteridad en el otro, en Dios, en nuestros semejantes, en la familia, en los pueblos, en las comunidades, como nosotros que, bueno tal vez, ojalá siguiéramos siendo escandalosos en la capacidad de celebrar, fuéramos más celebrativos en una forma ordenada, en una forma limpia, fina, y no vulgar y desordenada; pero que conservemos el gozo de agradecer, el gozo de celebrar, el gozo de sentirnos felices, porque somos muchos, porque estamos juntos, porque Dios está en medio de nosotros.
Hoy, en este domingo, tirémosle por esta espiritualidad católica, cristiana, judía, evangélica, que Jesucristo facilitó; con sus actividades, con sus milagros, Él hizo que el pueblo alabara, bendijera, y diera gracias a Dios. Amén