Por Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

“Ha resucitado el Señor, y la Iglesia dirá ¡Aleluya, Aleluya!”. Lleno de gozo pues mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, el corazón de toda persona de buena voluntad, de los discípulos de Jesús, esta noticia de que su Señor, el mismísimo Profeta, rechazado y sacrificado, despreciado, la piedra que desecharon los constructores de este mundo, ha sido elevado a lo más alto que se pudiera pensar o desear; Dios nuestro padre en Jesucristo, logró transformar el destino feo de la historia humana, con Jesucristo quedó atrás aquella desobediencia de nuestros primeros padres, que la fuimos repitiendo, y hasta la fecha nosotros seguimos siendo un poco desobedientes, ojalá cada vez como dice el autor de la carta a los Hebreos, aprendamos con el sufrimiento a obedecer, y a respetar a Dios.

También con la Resurrección, así como queda atrás esa desobediencia, queda atrás el destino que  el pecado nos trajo, la muerte; y ahora Dios respetará e incluso tocará, visitará, recogerá, cada ser humano los cuerpos de todos los hombres resucitarán ‒ciertamente los que crean en Cristo, ciertamente los discípulos de Cristo, resucitarán para gloria, para vida feliz‒ por eso mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, nosotros enamorémonos de Cristo, busquemos a Cristo. Hay un ejemplo precioso, Santa María Magdalena, como tuvo interés, cuidado, emoción, detalles, cariño, delicadeza, pues la lista es infinita de sus actitudes tan bellas para ir, para no perder jamás a su Señor, para no estar distante de Él, para no ser descuidada en las cosas de Cristo;  así, junto a la cruz, en el sepulcro, ante su cuerpo herido y muerto, ella sigue amando, ella sigue valorando a nuestro Divino Señor.

Así como a los Magos no les escandalizó encontrar a un niño, y tomarlo en sus brazos; así como Simeón y Ana, al tocar un niño encontraron el reino de Dios, y recibieron la salvación; así María Magdalena, el cuerpo muerto de Cristo, no le rompió, no le cortó la fe, el amor que le tenía; el cuerpo destrozado de Cristo, nunca minimizó, nunca logró escandalizar o desconcertar su amor hacia Él, todo lo contrario, con mayor cariño, con mayor interés, con mayor delicadeza, lo buscó, lo cuidó, lo esperó, le lloró, lo perfumó, se arrodilló, se le tiró a los pies y estuvo, pues en una emoción, en un éxtasis contemplativo, disfrutando a su Divino Señor; iba, venía, subía,  bajaba corría, por su Señor, ¿dónde está? ¿dónde lo pusieron? ¿a dónde se lo llevaron? dime.

Es la mujer más maravillosa y creativa; como Santo Domingo de Guzmán le dijo: “Apóstola” apostolorum, ‘esta, nos enseñó, esta es directora espiritual, esta es maestra de la vida nueva, de la vida de Cristo Resucitado′. Como será bueno que las mujeres manifiesten hoy, en estos tiempos difíciles, cuando el misterio de Dios es rechazado, cuando el misterio de Cristo es confrontado, cuando el servicio de la Iglesia es rechazado en algunas áreas, en algunas personas, que surja, ¡que surjan las Marías Magdalenas! para que convencidas, seguras, emocionadas, manifiesten, den testimonio feliz, seguro, gozoso, de su Divino Señor, y de su obra, y de su presencia.

Estoy seguro que en México la Santísima Virgen de Guadalupe, y con ella, todo un ejército de mujeres creyentes, fieles y llenas de Dios, correrán, se sacrificarán, se desmañarán, harán lo imposible, porque México no pierda a su Señor, que México no pierda a Cristo, que México no deje de amar, de creer y adorar, de vivir con el Resucitado. Así sea.