Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
Ordenaciones Diaconales
08 de octubre de 2022
«Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica» Queridos hermanos, queridos: Joel Alejando, Marco Antonio, Adrián, el día de hoy ustedes nacen a la vida ministerial acreditada con la sucesión apostólica, con este regalo, con este texto tan bello en donde, en primer lugar aparece la Santísima Virgen como una mujer incomparable, feliz, dichosa en todo su ser, en su cuerpo, su seno, sus entrañas y también sus pechos, porque ofrecieron y desde ahí, surgió la vida perfecta de Mesías, el Hijo de Dios que nació et María Virgine ‒dice el texto Conciliar de los más antiguos‒ no nació en, en el seno de la Virgen, nació “del”, tomó, se alimentó del, del seno de la Santísima Virgen María.
Como les costó a los Obispos defender este matiz, porque algunos herejes decían: ‘¡No! Cristo solo estuvo en el seno′ “en el seno”; y decían es muy distinto decir Dios lo depositó en el seno y luego nació. ‘¡No!, nació con toda la grandeza de su filiación “del”, del, junto, con los elementos físicos de la Santísima Virgen′, nacido de María. Por eso que bueno que esta mujer anónima del pueblo; y quien se iba a imaginar, incluso algunos traducen el latín, por ejemplo: una mujer cualquiera, una mujer de la turba gritó “qué feliz, qué grande la mujer que te llevó en su seno y que te alimentó con sus pechos”.
Queridos hermanos, que bueno es que la Iglesia católica es la única religión cristiana, junto con los ortodoxos, que venera, valora tanto a la Santísima Virgen, como fue su primer piropo: ‘La Madre de mi Señor′ está conmigo a mi favor, para mí solita ‒gritó Isabel‒ cuando la recibió en su casa′ μια Μητέρα του Κυρίου μου είναι μαζί μου ‘La Madre de mi Señor que todo ha cambiado y transformado en mi hogar, en mi ser, apenas llegó tu saludo, y el niño brinco de gozo en mi seno.
Queridos hermanos –próximamente Diáconos– tengan muy en cuenta esto, de que su ministerio nace en un clima, nace en un espíritu mariano muy importante; ayer celebraba toda la Iglesia a la Santísima Virgen, nuestra Madre del Rosario. Dicen que Santo Domingo, misionero, trasnochador por andar predicando, llegaba a los conventos, a las Iglesias muy noche, y las encontraba cerradas, y sus colaboradores, pues, desesperados, y él, tranquilo se ponía a invocar a la Santísima Virgen –tal vez en ese momento todavía no podemos hablar del Rosario en una forma ya completa como a hoy lo conocemos– y esto para que ustedes no vayan a dejar el Rosario porque es el Evangelio de los pobres, es el Evangelio de los ignorantes, si quieren, de los humildes.
Pero dicen que cuando santo Domingo de Guzmán empezaba a invocar a la Santísima Virgen, con el incipiente Rosario, las puertas se abrían, casi no se resalta este dato, pero con el Rosario, santo Domingo, primero: abría las puertas, y segundo: la Santísima Virgen lo metía, lo introducía a los templos, a los conventos para poder pernoctar tranquilamente. El Rosario, la Santísima Virgen, a ustedes les abrirá muchas puertas, porque como decía san Agustín: Padre Dios, Tú me has abierto muchas puertas, otras están cerradas; al que te toque ¡ábrele!, y en la Iglesia este es el Rosario, para que ustedes también se apoyen en ese Evangelio modesto que se llama “El Santo Rosario”.
El texto de hoy, pues, nos refiere en un primer momento a la Santísima Virgen, a su seno, a su pecho, porque hizo muy bien al Mesías, esta mujer –en el fondo si lo quieren– no era tanto piropear a la Santísima Virgen, sino exaltar, valorar la grandeza, la bondad, la sabiduría, la belleza del Mesías, de Cristo. Y qué bonito que ustedes ingresan al ministerio, al servicio en el nombre de Cristo, embajadores de Cristo bajo este clima, de que como Él, ustedes sigan aprendiendo a hacer bien las cosas, de suerte que el pueblo valore la calidad del servicio y de la propuesta del Reino que ustedes van a llevar.
Nuestro Señor, sin embargo, hace esta hermosísima aclaración ‘son más grandes, van a ser más felices los que reciban la Palabra y la pongan en práctica′; se trata de lealtad, la lealtad número uno del Mesías, y la lealtad que Él vino a proponernos, fue la lealtad a Dios; dejarnos engendrar por la Palabra de Dios, de hecho más adelante este asunto de la Palabra, se refiere a la predicación y a la resurrección. La Resurrección de Cristo es el primer signo de que Dios transformará, elevará, llenará de la hermosura a todo ser humano, ciertamente, que haya creído en Cristo. “Yo lo resucitaré en el último día”, cada que ustedes ofrezcan la Palabra, ofrecerán resurrección, nueva vida; cada que ustedes acojan la Palabra, la guarden y la propongan al Pueblo de Dios, en esas personas nobles que se acercan con sencillez a la sabiduría infinita, sentirán y comprobarán que en ellas nace algo nuevo, una vida nueva, una mentalidad nueva, un estilo de vida nuevo.
Pues queridos Diáconos, ya próximos, que ustedes sean, de la Palabra, que cada día se dejen engendrar, fortalecer, purificar, conducir, por la Palabra; y siempre que haya oportunidad, como decía el apóstol a tiempo y a destiempo, ¡anuncian la Palabra, vivan el gozo de anunciar la Palabra de Dios; que ustedes nunca dejen que nosotros ensuciemos o mezclemos la Palabra con tantos regaños, tantos avisos parroquiales, que al final se pierde la transparencia, la frescura, el poder, la dinámica de la Palabra; eso es el camino del Evangelio, el camino de Jesús, y nosotros se lo tenemos que respetar, y ustedes hoy se acercan para abonar en esa fe, y en ese empeño de que, no se acabe en medio del mundo, el anuncio, la belleza de la Palabra salvadora de Jesucristo Nuestro Señor! Así sea.