Por Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
“Esto es mi Cuerpo”.
Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, todos sabemos que desde que comienza la vida, la historia humana, de las primeras cosas que Dios regaló fue comer «“Coman” y pueden comer de todos los árboles, pueden comer la hierba». Más adelante «pueden comer también de los animales»; y el pecado perturbó todo el sistema alimenticio, y hasta la fecha, comer pues es una jungla, comer es un riesgo, comer es a veces una experiencia dolorosa, fatal: ha habido personas que mueren intoxicadas o por una bacteria que ingirieron, o por un alimento echado a perder.
El alimento cuando salió de las manos de Dios, era frescura, era fortaleza; el Pueblo de Israel a medida que cometía pecados ‒dice el Salmista‒ experimentaba asco, náuseas, todo alimento le ocasionaba malestar, no le gustaba, ya rechazaban todo alimento. Bueno ya sabemos, Nuestro Señor sin embargo, siempre con signos nos ha ido educando y recuperando, para pues la vida, para que vivamos, no para que nos debilitemos o muramos por falta de fortalezas, de alimento.
Y entonces bueno, en el Pueblo de Israel el Maná queda como una oferta muy especial, totalmente única en la historia, en todo lo que es la experiencia humana.
Otro aspecto bellísimo que deberíamos nosotros pensar, es cuando Israel sentía las ganas de agradecer a Dios, Israel tenía ganas de bendecir a Dios correctamente, habían recibido muchos beneficios, se sentían invitados al banquete de la vida, al banquete de la fe, al banquete de la verdad, al banquete de la libertad: lo sacó de la esclavitud de Egipto, lo sacó de la experiencia terrible del desierto, lo sacó de experiencias muy feas como las divisiones internas y las luchas intestinas que pasaban en el Pueblo; y bueno al final siempre Dios salvando, salvando, salvando; y está escrito, pero sin duda muchas veces Israel se preguntó ‘¿cómo le pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Yo quiero agradecerle, hoy quiero felicitarlo, yo quiero ofrecerle algo que de veras valga la pena y que exprese mi gratitud y la altura de sus beneficios′.
Y en el Salmo aparece clara la respuesta divina, “El Espíritu Santo”; tomaré la copa, voy a tomar un vaso, el texto dice: “la Copa de la Salvación” ‒bueno vaso es ordinario, copa es algo como más elegante, más festivo‒ entonces se traduce por lo general “tomare el Cáliz de Salvación” o” la Copa de Salvación”; no me gusta que lo dicen en singular, porque en hebreo está en plural (cos noyeshua – salvación, sino yeshuot – salvaciones) porque son muchas las acciones salvíficas de Dios, un día Dios me dará una copa, y alzándola diré: aquí van tus maravillas y mi gratitud. En el Salmo del Buen Pastor, se revela algo también extraordinario, increíble, “El Señor es mi Copa”, quién iba a creer esto, “Dios es mi Copa” más preciosa, mi copa perfecta, mi copa feliz, era el Mesías, era Cristo, era su Sangre preciosa, “La Copa de la Salvación, la Copa Divina, la Copa sobrenatural, donde se contiene el alma, el cuerpo y la divinidad de Jesús.
Queridas, queridos hermanos, por eso celebrar, recibir, ponernos en torno a la mesa para el sagrado Cuerpo de Cristo, su sangre, es el acierto más grande que existe en el mundo; la Sagrada Eucaristía hasta la fecha y por siglos y siglos, mientras Dios aquí nos tenga, la Sagrada Eucaristía será la fuente de la vida, la fuente del amor, la fuente de la paz, la fuente de la felicidad, la fuente de la salvación la fuente de unidad, de comunión, de proyección hacia el infinito, hacia el cielo, y por eso hemos de celebrar siempre con amor, con emoción infinita, la sagrada eucaristía.
Además el Cuerpo de Cristo, la Eucaristía, es la mejor escuela para la vida; no hay un lugar donde se nos eduque tan maravillosamente sobre cómo vivir, cómo tratar nuestro cuerpo, para que es nuestro cuerpo, ‒y luego‒ no hay un lugar que nos ilumine tanto para valorar el cuerpo de los demás, cómo se debe tratar el cuerpo ajeno, cómo se debe tratar el cuerpo de los niños, el de los jóvenes, el de las mujeres, el de todo ser humano; la Sagrada Eucaristía es la escuela más lúcida, más sabia, más oportuna para vivir decorosamente.
Hay excesos, hay abusos, hay ignorancias en el manejo de nuestro cuerpo, en el manejo del cuerpo de los demás, y ahí está el sufrimiento, ahí está pues la tragedia de la sangre, se derrama sangre, se derraman lágrimas, porque no hemos querido aprender de esta escuela preciosa del Cuerpo de Cristo, que llenó de luz, de hermosura, de felicidad el cuerpo humano; tan es así, que como hemos cantado y cantaremos: “Yo lo resucitaré, yo lo resucitare, yo lo resucitare en el día final”. Cristo reconocerá, vendrá, tocará, embellecerá nuestro cuerpo al final de los tiempos, cuando él nos resucite. Amén.
