Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

“Y lo adoraron”. Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, que delicioso sabor de boca nos deja el final de la Navidad; hoy concluye la etapa de Navidad, y pues comenzará el Tiempo Ordinario, la vida cotidiana. Pero digo que delicioso sabor de boca nos deja el Texto del Santo Evangelio, cuando nos proclama que personajes extranjeros de Tierras Lejanas, lo fueron a buscar y lo fueron a adorar. Siempre pensemos que los Magos han sido Maestros en la fe, pioneros en la espiritualidad cristiana, lo comento porque ellos traían un objetivo profundo, bellísimo, muy sencillo: “adorar”, no investigar, no discutir, “el gozo de adorar”; y es muy curioso ver que sobre ellos, sobre su acción tan hermosa en favor de Cristo se han escrito, se han investigado, se han hecho mil teorías, opiniones, pareceres, y perdemos esta esencia tan bella: “adorar”.

Yo creo que ustedes y yo mis queridos hermanos, podemos recoger esa capacidad, ese gozo; estando ya el Hijo de Dios, estando ya Cristo, nosotros podemos tener, como ellos, un corazón de ese tamaño, actitudes tan completas –pues yo diría– satisfactorias, para estar frente a una persona, hoy todos digámoslo claramente y sin estar en la presencia de Cristo; sin duda, ellos se postraron y adoraron sus divinos pies, esos pies que un gran musulmán llegó a decir: “Si yo hubiera nacido en tiempos de Cristo, yo lo hubiera cargado, y lo hubiera traído en hombros, y lo hubiera llevado a donde Él quisiera, a la hora que quisiera, con tal de que no se ensuciaran sus divinas plantas, que sus pies no se llenaran de polvo o de mugre, y lo llevaría a todas partes, a donde Él hubiera querido”.

Estas personas –como digo– como nos enseñan para el trato con Dios, como nos inspiran una manera correcta, perfecta, deliciosa para acercarnos a Jesús, a Nuestro Divino Redentor. Junto con ustedes yo quiero pedirle a Nuestro Señor Jesús, al Padre Celestial, nos conceda ese don incomparable, de la adoración. Y vean como de allí mis queridos hermanos, se desprende para nosotros una enseñanza infinita, algo parecido –lo digo así– podemos hacer en nuestro trato con las personas. Hoy uno de los recursos publicitarios más acreditado, o más buscado es investigar, espulgar, fijarse, analizar, y luego criticar, y luego exhibir, y luego destruir a las personas, como nos encanta hurgar en la vida ajena; que estos personajes, estos Reyes Magos nos enseñen a llevar relaciones humanas sencillas, verdaderamente cálidas, constructivas.

Y es que, este Misterio del Amor que los Magos vivieron tan plenamente, tenía otro matiz bellísimo: la gratuidad. Hoy todo funciona con dinero, siempre se busca, buscamos el dinero, y hemos perdido la alegría de la gratuidad: servir, tratar, amar gratuitamente, sin andar buscando recompensas, sin buscar satisfactor, satisfactores egoístas; la gratuidad del amor es de los tesoros cristianos que nosotros no hemos de olvidar. Vean por eso mis queridas, mis queridos hermanos, como la vida, la conducta, las actitudes de estos grandes personajes al ponerse frente a Cristo ellos merecieron la inmortalidad ‒estoy seguro‒ la gloria eterna, entre nosotros les llamamos “Los santos Reyes” porque de principio a fin y en todas y cada una de sus conductas, ellos no pierden la estrella el amor, la estrella que es Cristo y que ilumina tantas oscuridades. Supliquemos pues a Nuestro Divino Señor Jesucristo, nos transmita esa capacidad tan bella “amar gratuitamente”, Él lo hizo hasta la cruz. Así sea.