Por Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
“Amó a los suyos, hasta el final”.
Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, la presencia, la Palabra de Jesús siempre será vida, fresquecita, diferente, que tanto necesitamos; porque hacemos la vida a nuestra manera, y muchas veces eso conlleva bastante egoísmo, descuidos y hasta ofensas a nuestros semejantes. Hoy, volvemos a tener a Cristo frente a nosotros, −ojalá en lo más íntimo del alma− para tener una fuente de vida, un estilo de relación humana, una actitud profunda que nos ayude a dar mucho fruto, a dar felicidad, mucha paz a nuestros semejantes.
Hoy junto con ustedes, quiero fijarme en ese gesto tan bello de Cristo en su Cena Pascual, cuando despojándose de sus vestiduras, se arrodilló para lavarle los pies a los discípulos; en aquella época ‒lo sabemos‒ no había zapatos, no había carreteras, no había pavimento, y todo pues, se realizaba, los movimientos, en el polvo de la tierra; el olor, el sudor de los pies es bien desagradable, y Jesús quería estar en un clima, pues de mucha paz, −y por qué no decirlo− de mucha elegancia, porque era la última vez que comía con sus Apóstoles en su historia, y entonces sin duda, en aquel cuarto el olor era fatal, no podían convivir, no podían estar a gusto, tal vez se molestaban unos a otros como tratando de echar culpas, y ver quién era el que estaba más sucio, a quién le olían más feo los pies; Nuestro Señor tuvo la delicadeza de arrodillarse e irles lavando los pies uno por uno.
1800 años antes de Cristo, Abraham recibió −digamos− la visita de Dios, y Abraham recibió a tres personajes −dice San Agustín− él vio tres, pero adoró uno, al único Dios verdadero, es un gesto precioso del Patriarca, padre de nuestra fe; un día pues Abraham, quiso lavarle los pies a Dios, hoy Dios lava los pies a los seres humanos, y en pocas palabras, para purificarnos, para quitarnos todo lo desagradable y ayudarnos a convivir en una forma pues bien normal, y muy agradable. Nuestro Señor pues, es Dios mismo, es el único que ha tenido la idea, la decisión de bañarnos, lavarnos, purificarnos, y ponernos en una situación mucho muy cómoda, muy agradable; y sabemos que ya esto lo dejó Cristo a través del bautismo. Lo primero que Dios nos regala a los cristianos es el bautismo, que es un baño espiritual es un baño sagrado que nos da vida nueva, nos hace hijos de Dios, nos hace hermanos, hace la familia, y por lo tanto nos llena del Espíritu Santo para ser agradables a Dios
¿Por qué la vida tiene que ser fea? ¿Por qué las relaciones humanas tienen que ser, muchas veces tan espinosas, tan ofensivas, tan frustrantes? Queridos hermanos, hoy Cristo nos enseña que el camino del amor hace a las personas dignas, las hace muy acogedoras y muy agradables; ojalá este término a nosotros los cristianos no se nos olvide; hoy suceden cosas desagradables, tristes, incluso trágicas, necesitamos a Cristo. Qué bueno que al final Él dice: ‛ustedes me llaman el Maestro y el Señor, y sí lo soy, pues les he dado ejemplo, para que entre ustedes exista la armonía, exista la cordura, y pues disfruten la vida comunitaria. El texto dice que Nuestro Señor, después de lavarles los pies, como que se los masajeaba; aquí tengo el texto griego original, dice: ‘y le salía masajearles los pies′, como todavía hacerles más confortable su estancia en el Cenáculo.
Queridas hermanas, mis queridos hermanos, pongamos siempre a Cristo ante nuestros ojos, ante nuestra conciencia para hacer el bien, para saber amar, para cuidar a los amigos, a la familia, a las personas que Dios nos ha confiado; aquellos que están cerca de nosotros, no les hagamos desagradable la vida, no aumentemos los sufrimientos, nosotros no multipliquemos el mal, nosotros busquemos siempre la forma de que, las personas se hagan en base a nuestro respeto, a nuestro apoyo, a nuestro cariño; podemos hacer tanto bien si llevamos el corazón de Cristo, si a cada instante pensamos en Jesús, si a cada rato, como él dijo: «hagan ustedes esto… así háganle…» Si a cada rato nosotros imitáramos a Cristo, no habría envidias, no habría rencores, no habría venganzas, no habría abusos, no habría desprecios, nosotros haríamos una comunidad verdaderamente digna y agradable.
Pues que la celebración de esta Fiesta de la Sagrada Eucaristía, en donde Cristo aparece como nuestro principio de vida, nuestro Maestro para el cariño, para lo cotidiano, sea para nosotros verdaderamente una educación, una fuente de normativas sencillas pero profundas, que nos lleven a amar, que nos lleven a servir, que nos lleven a ser más humildes y más atentos, con las personas que están con desventajas, o cosas desagradables. Así sea.