Homilía Mons. Juan Manuel mancilla Sánchez, obispo de Texcoco
XXIII Domingo de Tiempo Ordinario
04 de septiembre de 2022
“Y no renuncia a sí mismo”. Queridas hermanas, mis queridos hermanos a lo largo de estos domingos Nuestro Señor ha querido educarnos como discípulos, y por lo tanto aparecen elementos tan interesantes que nosotros recogemos en la fe, incluso en el amor a Cristo. El Evangelio de hoy termina con esta expresión: «cualquiera de ustedes que no renuncié a todos sus bienes ‒más aún‒ así mismo, no puede ser mi discípulo». Y pensar queridos hermanos, que Cristo es el ejemplo de todo discipulado, Él es el discípulo primordial, principal, infinitamente admirable del padre; cuántas veces no dijo ′Yo vi, escuché a mi Padre, conocí la voluntad de mi Padre y es lo que yo les he enseñado lo que les he traído′; Jesús desde toda la eternidad contempla, escucha, valora, asimila el corazón, la identidad preciosa del Padre, que es el amor que se da y que se comparte.
Y pensar que Jesús, a ese universo celestial le dijo a Dios, se encarnó, renunció, no se trajo toda la carga digamos de gloria, de bienestar que Él tenía junto al Padre en el cielo, y se abajó, se despojó; de ahí surge el discipulado, de ahí que, qué más da que nosotros aprendamos como Jesús a renunciar, para disfrutar, conocer, compartir la voluntad de Dios; y entonces pues aparecen elementos incluso, que muchas veces nos cuesta entender: ¿como que tomar distancia del papá, de la mamá, de la esposa, de los hermanos, de los hijos? ¡Pues sí! lo dice el Libro de la Sabiduría, una persona por grande, por buena que sea, tiene pensamientos inseguros, tiene razonamientos qué se pueden equivocar; y así pasa, muchas veces nuestros mismos padres, nuestros mejores amigos, nos dan los peores consejos, o los consejos menos correctos o evangélicos, y entonces, pues nos equivocamos, no se realiza la vida, el proyecto de llegar al cielo, y de estar con el padre Dios.
Y hoy aparecen dos imágenes mis queridos hermanos, que yo quiero valorar para mi pobre persona, pero también para ustedes; el discipulado al final es una construcción maravillosa, una torre; recordemos que en tiempos de Cristo había la fiebre de la construcción, los grandes pensaban que era de los palacios, que era de los edificios, las murallas, las torres, las fortalezas, era de allí donde salía, era de allí, de esos palacios y de esas torres, que dependía la grandeza y la importancia de un ser humano. Herodes tuvo muchas construcciones y muchas torres, el Herodión allá en Jericó, en Massada, en Jerusalén, y podemos decir que la mayoría quedó a medias.
Aquí en México esto se entiende, cuando en el en el mundo mexicano ‒diríamos en el bajo mundo mexicano‒ hay una ciudad llamada Torres Mochas, la torre de la Iglesia quedó trunca, y no sé dijo la Iglesia tal ¡no! Torres Mochas, todo el pueblo fue llamado Torres Mochas; claro que ya está terminada esa torre, pero por tantos años ‒lo que decía Jesús‒ si no terminas una torre la gente se va a burlar. Pero a qué torre se refiere Jesús; las torres de que habla Jesús, que construyen los discípulos son: la fe, el amor, el perdón, el perdón es una torre inmensa valiosísima salvífica, la conversión, las bienaventuranzas, la cruz; son torres que el mundo no puede construir, son altura humana y espiritual que solo con Cristo se pueden alcanzar. Hermanos tenemos que emocionarnos de saber que ese es el proyecto de vida de nosotros, levantar una torre tan alta cómo son nuestras virtudes cristianas, nuestra humildad es una torre infinita nuestra mansedumbre, nuestra nobleza es una torre qué se eleva al cielo, te eleva al cielo.
En un segundo momento Nuestro Señor habla de un combate, ser discípulo es entrar a un combate, estar atento, esforzarse, luchar; porque también ha habido muchas personas que enfrentan enemigos que no vale la pena, en cambio los discípulos enfrentan un combate mortal hacia el mal, contra el mal, contra el enemigo, contra los espíritus malignos, contra las vulgaridades, las bajezas, el comodismo, la pereza, la irresponsabilidad; el discípulo está siempre en guerra, siempre en combate, y se tiene que preparar, y solo puede enfrentar eso con Jesús, desde Jesús y bajo la fortaleza del Espíritu de Jesús. Ustedes y yo mis queridos hermanos, demos gracias a Dios, porque hemos sido llamados está vocación tan bella que se llama “el discipulado”, construyamos con Cristo la torre, que no es como la de Babel o las de Herodes, construyamos con Cristo la torre que si nos lleva, que si llega al cielo; hagamos con Cristo la batalla que sí vale la pena vencer, ganar, porque es contra la muerte, por que es contra toda maldad. Así sea.